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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

martes, 16 de junio de 2015

EL CASO ES PENSAR

Existe una frase que se puso de moda: “piensa que hoy es el primer día del resto de tu vida”. Cuando una reflexión se pone de moda nos sale hasta en la sopa durante mucho tiempo, nos inunda en los whatshaps por cualquier motivo en que el remitente se disfrace de trascendente – navidad, por ejemplo – y te la puede soltar cualquier pseudofilósofo de pacotilla en cualquier momento u ocasión. La moda es lo peor que le puede pasar a lo que es importante, pues lo despoja de toda importancia. Y de esa frase se ha abusado hasta el empacho… Así que yo me fabriqué, para meditar, una que circula absolutamente al contrario: Piensa como si hoy fuera el último día de tu vida. 


                Y así le he venido utilizando para el mismo fin que persigue la primera, si bien que desde el planteamiento opuesto. Y está muy bien, y tiene cosas de enorme interés, y puede ser tan beneficioso para la mente y el espíritu como su hermana la bonita. Pero me había cuidado siempre (hasta ahora) de compartirla ni participarla a nadie, mucho menos divulgarla, ya que me recriminaba a mí mismo de trucha contracorrientes matavicentes para no ir con la gente y gilipuá repelente… Sin embargo, últimamente me entero que existe un filósofo francés, Roger Pol Droit, que abunda en el mismo supuesto que moi, aún de manera más drástica y exagerada: “Si solo le quedara una hora de vida”, y que incluso ha escrito un libro sobre ello, precisamente con ese mismo título, (tendré que pedírselo a los reyes magos).

                Habrá que aclarar que pensar en la propia muerte es un ejercicio que viene de las más añejas tradiciones y filosofías clásicas, y que era una práctica habitual de las antíguas escuelas, al menos desde la cultura egipcia y las orientales. No es nada nuevo. Lo que pasa es que en esta sociedad consumista e ignorante, cualquier enseñanza ancestral nos la venden como la última parida del novamás en las redes y alucinamos a lo George Lukas como perfectos tontolhabas intergalácticos. Y tanto pensar en la vida, como en la muerte, es pensar en lo mismo, puesto que son dos partes de un mismo todo, de una misma y única realidad, la dos caras de una misma moneda, los dos cabos de una misma cuerda… Y, según mi experiencia al menos, lo que uno suele pensar en esos términos es en priorizar lo importante sobre lo banal, en hacer sin demora lo que nadie puede hacer por uno, en valorar solo lo que merece la pena… y también, qué leches, en que no se quede nada dentro de uno que deba ser largado, compartido y comunicado. Algo así como la purga del tío Benito.

                Un ejemplo… Creo que comprometido ejemplo, pero, enfín, ahí vá:  Lo importante es amar, pero lo que no tiene ninguna importancia es saber por qué se ama, o porqué nos aman… ¿Qué más dá?.. El amor no tiene motivos, ni causas, ni siquiera tiene lógica. Amo, me aman, y punto pelota. Es un auténtico, misterioso e incondicional regalo, porque nadie, nadie, tenemos los absolutos merecimientos para ser amado. Pero alguien nos ama, y nosotros amamos a algunos. El problema es que nos exigimos a nosotros mismos saber los porqués de algo que no tiene ningún porqué.

                Otro ejemplo: La única felicidad posible es saber que no existe felicidad posible. No es real. El amor, el odio, la traición, la belleza, la crueldad, la justicia, la injusticia, la enfermedad, el gozo, el sufrimiento… todo va en el mismo lote, es el paquete de la vida, un pack completo. O lo tomas o lo dejas. Se nos permite luchar contra lo negativo y tratar de convertirlo en positivo, es absolutamente legítimo, pero hemos de trivializarlo todo hasta asumir ese todo como inevitable. Y saber que somos infelices por querer ser felices a toda costa. Quizá la tranquilidad de ánimo sea la única felicidad posible, que tampoco es poco… Y, bueno, enfín, así todo.


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