QUIZÁ MAÑANA...
Algunos domingos, por la tarde, quedábamos en “la casa de los pollos”, aunque allí no había más pollos que nosotros. Con las paredes a semiempinadas y el suelo sin poner, aquella casa a medias nos parecía un castillo, cerca, muy cerca, de la base militar que ejercía a modo de guardia pretoriana sin serlo. En obras, y una vieja mesa que obraba entre media docena de sillas desvencijadas, cuando no hacía de escaso taller para lograr el milagro de unos malparados ejemplares de aeromodelismo que nunca llegaron a volar, nos esperaban obras y autores no muy bienvenidos – prohibidos, más bien – en aquella época. Jesús Torbado, Maxence Van der Meerch, García Lorca, Hemingway, León Felipe, Miguel Hernández… con sus Fiesta, La Máscara de Carne, Bodas de Sangre, Bon Jour, Tristesse, etc… Mientras hubiera luz y alguna vela, nos dábamos un festín con aquellas obras que alguien llevaba a escondidas, y buena cuenta de unos libros malditos a los que nuestra voracidad lectora honr