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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

sábado, 26 de septiembre de 2020

¿POR QUÉ LOS MATARON?..


Con 31 años de retraso se ha juzgado al ex coronel Orlando Montano, exministro de interior de El Salvador, y miembro de la cúpula militar, como uno de los autores de la matanza – él firmó la orden – de los sacerdotes jesuitas, entre los que se encontraba el conocido y comprometido pensador Ignacio Ellacuría. Ocho asesinatos (cinco españoles y tres salvadoreños). La Audiencia Nacional dictó hace pocas semanas sentencia condenatoria, como uno de los “autores intelectuales”, también hubo instigadores, y, por supuesto, también los hubo ejecutores, de la masacre de religiosos, como igual hubo quienes lo sabían y lo silenciaron. Pero solo la cabeza de turco está disponible para que se cumpla la única – y tardía – justicia posible. A pesar de ello, el fallo es preciso en sus términos: “Fue Terrorismo de Estado”. El caso es que en la madrugada del 16 de Noviembre de 1.989, un grupo de militares del batallón Atlacatl, en cumplimiento de una orden dada por la cúpula militar salvadoreña, irrumpieron en la UCA (Universidad Centro Americana) en Cañas, asesinando a su Rector, Ignacio Ellacuría, a cuatro sacerdotes jesuitas españoles más, a un servidor, y una criada junto a su hija. Esos fueron los hechos.

                El motivo del por qué los mataron sigue siendo una incógnita a gritos. No fue por su colaboración con la guerrilla, como vil y torticeramente lo acusaron sectores acomodados de la Iglesia salvadoreña – con el silencio cómplice del Vaticano, por cierto – ítem más, Roma, con Wojtyla como Papa y con Ratzinguer frente a la Congregación de la Doctrina de la Fé (antiguo Santo Oficio), participaron en tal aquiescencia. No… Los asesinados eran personas de paz que siempre habían condenado la violencia, viniese de donde viniese. Como atestigua el sacerdote y teólogo J.J. Tamayo, cuatro fueron las causas por las que fueron criminalmente sacrificados: La primera, porque habían señalado ante el mundo la realidad de la pobreza y las injusticias sociales, acusando además a los responsables de ello. Otro filósofo y prestigioso cura, Jon Sobrino, asegura que eso no se perdona.- La segunda fue por abundar e insistir en la denuncia de la alianza de los poderes políticos, económicos y militares, con la alta burguesía y el apoyo del episcopado y sector acomodado del clero, por lo que, por cierto, ya le costó la vida también a Monseñor Romero, nueve años antes, ametrallado mientras decía Misa.- La tercera, porque, tras diez años de guerra, Ellacuría eligió la opción evangélica de los más pobres, los perseguidos, los más miserables esclavos de una oligarquía muy católica y muy anticristiana a la vez. Eligió la doctrina de la compasión, defendió a las víctimas y recriminó a los verdugos, y se puso del lado – usando sus mismas palabras – del “pueblo crucificado”.- Y la cuarta razón, porque asumieron el diálogo y la negociación para lograr la paz, pero, sobre todo, la justicia. Y en ese campo, y no en el de la violencia que solo justifica más violencia contraria, es donde quedan a la luz las mentiras, las falsedades y las hipocresías. En tres palabras: Ellacuría sabía demasiado.

                Hace una década, aproximadamente, otro J. Ignacio Ellacuría, éste periodista de La Vanguardia, sobrino-nieto del entonces rector y sacerdote jesuíta asesinado, estuvo por esta región, montando una serie de artículos sobre la inmigración. Contactó conmigo para que le echara una mano, como Vicepresidente de la Coec y Juez de Paz, donde entonces batía armas... Y lo cierto y verdad, es que, entre las conversaciones que mantuvimos, tuve la oportunidad de incluir fuera del tema que nos ocupaba, como no podía ser de otra manera, lo de su tío-abuelo… Y no me insinuó nada, no, me lo dijo bien claro, que la familia, como en la Compañía entonces, como en tantos sectores progresistas de la Iglesia, no tenían la menor duda de que “detrás de todo esto estaba la Cia norteamericana y la Católica Iglesia Romana”, así, con esas mismas palabras. Naturalmente, tales sospechas, porque sospechas siguen siendo al fin y al cabo, y en sospechas se quedarán, están fundadas en la absoluta inacción y la echada de indigna tierra encima por parte del Vaticano, las evasivas dadas a familiares, allegados y compañeros religiosos, las penosas justificaciones vertidas a favor de los verdugos, y el ominoso manto de olvido y silencio en el que, desde entonces, ocultó la figura de Ellacuría, de los sacerdotes caídos, y de los hechos conocidos… No fue más que la confirmación de lo que ya muchos sospechábamos al fin y a la postre…

                … Porque, a esa misma postre, aquello no fue otra cosa que un episodio más – éste terriblemente sangriento – de aquella igualmente enterrada Teología de la Liberación que corrió por América Latina, y de la que también fueron exponentes Ernesto Cardenal, en Guatemala, amonestado y expulsado por aquel  mismo Juan Pablo II, o en el Brasil, aquel otro brillante Casáldiga, cuyos movimientos fueron firmemente perseguidos por la propia iglesia vaticana… Naturalmente que todos estos mártires no figurarán nunca en el santoral de esa iglesia. Todo compone, por no salirnos del tema y del marco hispanoamericano, la triste crónica de una muerta anunciada.

                Un cuadro de lo que pudo ser y no fue. Se ha querido asociar la figura de estos hombres, Romero, Ellacuría, Casáldiga, Cardenal… con el guerrillerismo y la revolución (a Jesucristo los romanos también lo relacionaron con el movimiento zelote), y han sido tachados y silenciados de los anales eclesiásticos como los grandes mártires de los pobres que en realidad son, pero todo es una inmensa falsedad de una iglesia falsa, que ha hecho de la humildad y la pobreza su poder y riqueza, usando y utilizando la verdad como mentira.

                No hace mucho los periódicos me trajeron el recuerdo, dolorido pero acomodado, por el juicio contra la mano que firmó la orden de ejecución de Ellacuría, y, en conciencia, al igual que con las muertes de los otros, por muy don nadie y mindundi que yo sea, no debo callar lo que callan los que no deben hacerlo. Ustedes me comprenderán, o eso espero…             

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

Todos los viernes, a las 10,30 hh. en http://www.radiotorrepacheco.es/ (87.7 f.fm.) programa especial con este artículo, que queda grabado a disposición de Vds. En YouTube

PROGRAMA RADIOFÓNICO

 Este es el Link al programa de radio participado, NO SOMOS SUPERIORES.- Muy interesante: https://youtu.be/ka3_Ths-b0Q

viernes, 18 de septiembre de 2020

DE SUPERIORES, NADA.

 


Todos hemos visto alguna vez esos simpáticos macacos que protagonizan algún tipo de anuncio que te dejan con la sonrisa colgada de tus labios, o que ha protagonizado alguna película, algún corto, en la que te dices a ti mismo que ese mono, ese chimpancé, que hace las delicias de actores y producción, ha de ser la mascota mejor mimada del mundo… O hablando de mascotas, que fueron mascotas de famosos, y famosos ellos mismos por sus números para el circo, como estrellas de televisión, modelos para fotógrafos profesionales, etc., de los que creemos que acaban teniendo una vida digna. Pero no suele ser así. Los que trabajan para el circo humano terminan en una soledad absoluta, abandonados tras haber sido utilizados, o en una reclusión en condiciones pésimas. Lo que pasa es que nos fabricamos una suposición, normalmente falsa, pero que conviene a nuestras conciencias, por una sola razón: porque necesitamos creerla. Necesitamos pensar que no somos capaces de ser tan cruelmente desagradecidos.

                Afortunadamente, existen fundaciones como Mona, que los rescata, los acoge, y les ofrecen una segunda oportunidad. El pasado atroz de aquellos que han sido sometidos a tal brutalidad, los convierte en seres asustadizos, traumatizados, huidizos y asustadizos que se aíslan en sí mismos, transmitiendo una inmensa y pavorosa tristeza a través de sus ojos. Se tardan años en recuperarlos, y en que vuelvan a abrirse a los humanos. Algunos de esos primates que han “trabajado” junto a/y para el hombre, al final de sus días, ya viejos, han coincidido en ese centro y se han reconocido en el reencuentro… Existe un vídeo en YouTube que se ha visto 22 millones de veces… búsquenlo, mírenlo, se llama “last hug mama” – el último abrazo de mamá – y quizá le aporte un interrogante importante que le venga como un guante... Es que necesitamos sentir lo que no se puede transmitir.

                El primatólogo Jan Van Hoof fue a visitar a uno de ellos que se estaba muriendo y que la última vez que lo vio hacía 40 años. Entró en su jaula, el primate lo miró, le sonrió y se le llenó la cara de alegría mientras lo abrazaba. El comentario del científico fue conciso y breve: “algún día se nos caerá la cara de vergüenza”… Se nos ha hecho creer que las emociones, como la añoranza, la alegría, la tristeza, el reír o el llorar, los sentimientos, son exclusivamente humanas. Pues es falso. Los chimpancés – y otros animales también – igual las tienen. Así que una de dos, o las compartimos con ellos, o entonces es que esos animales también son una clase de seres humanos… La bióloga Cristina Balsera llora cuando cuenta todo lo que le tocó vivir en esa fundación. Llora, se emociona y se indigna. No entiende cómo a unos primates, que han sido humanizados para servir a determinados intereses humanos, que han sido privados de su libertad animal, luego se les puede dejar en el abandono más ruín y de sufrimiento. La historia de todos y cada uno de los residentes en La Mona es de una iniquidad espantosa, ni una sola ha sido medianamente amable, y todos han sido estrellas en Mc Dónalds, en Crónicas Marcianas… uno fué abandonado en un espacio donde se alimentaban de basura y colillas, otro fue encerrado en una estrecha jaula que le deformó los huesos, a otro lo enmascularon para que no pudiera procrear, a otro más lo tiraron a una perrera, o a otro que lo dejaron encadenado y abandonado en una casa sin comida ni agua…

                No me resisto a una historia que cuenta Alba Gómez, cuidadora del centro: Romie tenía tumores en el útero y los riñones, y se iba apagando poco a poco. Alba y una compañera se turnaban en sus últimos cuidados. El día antes de morir, la vieja chimpancé, que ya no podía andar, se levantó con mucha dificultad, y, acercándose a ella, le cogió la cabeza y la besó en la frente, mirándola larga y profundamente a los ojos… “gracias, y adiós, humana, ya no nos veremos más”, fue lo que leyó, y sintió, en ellos.

                Tras zambullirse uno en estas historias (Proyecto Gran Simio tiene la culpa) no cabe preguntarse mas que una sola cosa: ¿Cuándo el antropoide humano dejó de ser mono y comenzó a ser homínido?.. Lo digo, porque la evolución nunca ha sido pareja, ni los períodos y sujetos evolutivos han aparecido y desaparecido de golpe. Es todo gradual y difuminado en el tiempo y el espacio. Todo ser vivo estamos relacionados unos con otros. Pero el mono y el hombre somos hermanos de unos mismos padres, solo que no está bien definida – y aún no concretada – su historia evolutiva común. El hombre establece nuestra humanidad por encima de su animalidad, y, sin embargo, nos encontramos con hombres inhumanos con la misma frecuencia que monos humanos… algunos incluso más humanos que muchos hombres… ¿Dónde está entonces la diferencia?.. simplemente, no la hay. El día que la humanidad los respete tanto como a sí misma, solo entonces, quizás, cuando se le caiga la cara de vergüenza, podrá empezar a considerarse superior. Mientras tanto, ni hablar.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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Todos los viernes, a las 10,30 hh. en http://www.radiotorrepacheco.es/ (87.7 f.fm.) programa especial con este artículo, que queda grabado a disposición de Vds. En YouTube

sábado, 12 de septiembre de 2020

¿Y LUEGO, QUÉ..?

 


El ser humano apareció en la tierra hace unos 200.000 años, año arriba año abajo, (el sapiens, unos 150.000), y la edad geológica de la tierra se calcula en unos 4.500 millones de años, milenio arriba, milenio abajo,, un tiempo que se empleó en hacer nacer la vida de los mares y que poblara la tierra, hasta desembocar en el hombre… y la mujer, claro, y la mujer. Vale. Pero que hace 6.000 millones de años, millón arriba, millón abajo, era tal el  caos (aparente) reinante, y tal el batiburrillo de elementos (elementales) químico que había en la infinidad e informidad de lo inexistente, que la probabilidad de que se mezclaran dos de ellos para formar el primer átomo de lo que se puede considerar materia, era prácticamente imposible, casi nula. El cálculo de posibilidades era tan abismal como incalculable. Tanto, que ni siquiera el azar resulta admisible… Y, sin embargo, y a pesar de todo ¡¡¡ plaff ¡!!, se produjo el… ¿milagro?, y un par de partículas infinitesimales de aquel vasto infinito – valga la redundancia – se juntaron para crear de ahí toda vida y existencia. Desde luego, no resulta razonable, salvo, claro, que esa casualidad fuera precedida por la causalidad. Entonces, se explica la famosa frase de Einstein de que “Dios no juega a los dados”.

                La otra cuestión que a mí siempre me ha llamado la atención es tan inmenso caudal de tiempo (el Bing Bang de Hawkings del que salió esa sopa de componentes primigenios se calcula ocurrió hace 14.000 millones de años) para, en el último minuto, o segundo, de esa cuasi-eternidad, hacer aparición el ser humano, como la culminación de todo el proceso… No sabemos si como destinatario de todo el plan, o como elemento participativo, o modificativo del mismo, o quizá como elemento disolutivo de ese primer plan, como agente entrópico, para cambiar, o liquidar, toda esa realidad. Esto habrá que verlo, y tampoco queda mucho para ello. Sabemos que la entropía es el movimiento natural del universo, y nosotros somos especialistas en cargarnos todo lo que cae en nuestras manos, a pesar de ser los últimos piojos nacidos aquí. Pero sigue siendo un misterio para mí taaaanta preparación para tan joven y destructivo bicho.

                Algo tiene que tener el agua cuando la bendicen”, se aplica el refrán… Así que si nosotros somos el propósito de todo esto, algo se nos tenía que haber comunicado de algún modo, ¿no?.. Si la causa de esa causalidad es Dios, ¿dónde buscar su folleto de instrucciones?.. Pos en las religiones, leshes, se me indicará. Y pienso que será en el principio de esas religiones, no en lo adulterado de las mismas en la actualidad. Hoy se encuentra más en la ciencia, pero veamos: Apenas 350 años después de Cristo, el Concilio de Nicea escogió, modificó y adaptó unos evangelios que fueron escritos dos y trescientos años después de su muerte, en griego, a un cánon dirigido a su exclusiva intención de clase sacerdotal (de ahí Canónicos), apartando los menos manipulables a sus intereses (apócrifos), y persiguiendo y destruyendo a los más orginales, del tiempo de Jesús o del Siglo I, escritos en arameo, la lengua vernácula del Maestro y sus discípulos. Afortunadamente, algunos de esos evangelios (gnósticos) aparecieron en los años de 1.940 en Nagg Hammadí (Egipto). Uno de ellos está atribuído al mismísimo Jesucristo, y es una especie de testamento dictado, se piensa que en lo que pudo ser la llamada Última Cena. En uno de los fragmentos descifrados, reza: “…y cuando me busquéis, no lo hagáis en templo alguno (el concepto de Iglesia no existía en arameo, es griego, y viene de ecclesia), si no en vuestro interior, buscad dentro de vosotros y alrededor vuestro… Partid un leño, y allí estaré, levantad una piedra, y allí me encontraréis…”

                Naturalmente, la Católica niega con rotundidad la validez de tales evangelios, los oculta y los combate con toda su fuerza, con toda su alma y con todas sus armas. Es lógico. Si los reconociese tendría que disolverse y cerrar el negocio. Le está quitando todo el poder que la Iglesia ha acumulado y se ha arrogado durante 1.800 años a base de dogmas, y que no le corresponde, porque ellos no son más intérpretes y representantes de Dios en la tierra que cualquier ser humano y cuánto le rodea. Lo volvió a recordar en Getsemaní: “cuando oréis, no buscad al Padre fuera, buscadlo en vuestro interior”… Pero la clave está en ese quitado y borrado: “… y en cuanto os rodea, un leño, una piedra…”

                Si las más antiguas escrituras – de donde se sacó el Génesis bíblico – habla de que Dios hizo al hombre con la palabra, y al Verbo se le atribuye la persona del Hijo, la cosa queda un tanto clara. Pero aún más claro queda que todos somos Hijos de Dios, “aquello que yo hago también podéis hacerlo vosotros, pues somos Hijos de un mismo Padre.”, y entonces nosotros estamos en todo cuánto ha sido creado tanto y en iguala proporción que todo lo creado está en nosotros, y cuando hablo del concepto “creación” incluyo a Dios en el paquete. Todo está en Él, y Él está en todo, igual que, a tal imagen y semejanza, nosotros formamos parte del todo y todo forma parte de nosotros. Hasta en la física más burda y grosera. Hasta en nosotros mismos y en nuestra infinita y absurda torpeza. En realidad, empezamos a existir hace 14.000 millones de años, lo que pasa es que no nos acordamos…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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sábado, 5 de septiembre de 2020

SENSACIONES

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En la nebulosa del tiempo… mejor dicho, de la naturaleza de mi tiempo, me vienen fogonazos de vida que no sé archivar cronológicamente, pero que son como relámpagos de una época, de una existencia, archivada en mi mente y pegada a mi genética, que, por alguna causa indefinida e indefinible, salen disparados desde los anaqueles confusos de la confusa memoria, y se incrustan, como saetas lúcidas, en mi pensamiento. No son provocadas por mi voluntad consciente, si no que, por algún motivo, surgen de algún fondo oscuro e inalterado, y, sin haber sido invitadas, se hacen presentes en mi presente. Los recuerdos son nieblas de un pasado con vida propia, como fantasmas incontestables, e inapelables…

                Aquella noche de mi niñez primera había transcurrido en un sueño confuso de vientos, tempestad y ruidos confusos y contundentes. Se me ha borrado el preludio doméstico de aquella mañana. Tan solo después me veo en la orilla de un mar ya calmado, pero ante un paisaje desolado, destartalado. El paseo natural, que no urbanizado, y los atrios de las casas que afrontaban el mar, se hallaban asaltados de algas y maderaje en caótico desorden. La explicación de los mayores presentes era que los botes cercanos a los cantiles, el levante de la noche los había estrellado contra los mismos, llegando sus restos a primera línea de viviendas, deshabitadas de veraneantes. La “raya azul” del mar, como se la llamaba, aparecía nítida y fresca, espléndida, como recién pintada, delineada y clara en la mitad de la laguna, como si su trazado inalterable no hubiera sido testigo de nada de lo ocurrido…

                …Porque mis recuerdos son de cantiles, de muelles, no de playas. La playa era apenas unos escasos metros de suelo guijarroso que separaba el agua de la pared en la bajamar y los dejaba besarse y acariciarse con la marea. Una pared de piedra y un agua tan cristalina que dejaba ver, casi impúdicamente, todo el bullir de la vida y riqueza que exponía su lecho: chirretes, pequeñas galúas, zorros, cangrejos que, en su época, asaltaban el cantil con todo el desparpajo, aquella especie de anémona casi animal que se abría sobre la escasa arena del fondo, y se ocultaba, tímida y asustada, ante el contacto de una rama, una piedrecilla… todo un universo de incipiente vida marina de primera orilla. Detrás de mi casa, unos escalones de piedra desgastada dejaban abrazarse el mar y la tierra. De allí mismo cogíamos las rocas porosas que luego convertíamos en montañas del belén familiar. Su último escalón, ya sumergido, era otro mundo, otra existencia, otra dimensión, otras sensaciones distintas y distantes, diferentes, que te atrapaban cuando posabas el pie sobre la ova viva, cubierta de un espejo líquido…

                …Pues el agua era espejo, y el espejo se convertía en agua, cálida o fría, según la estación, pero siempre espejo, pues, hasta cuando se movían rabiosas sus olas, dejaba adivinar sus fondos familiares y cercanos, en su proximidad con nosotros… Una vez, unos cuantos zagales nos propusimos violar la quietud invernal de un balneario San Antonio cerrado a cal y canto. Por su lateral derecho, la punta de los pies deslizándose cautos y despacio sobre el escasísimo reborde del remate inferior, los dedos de las manos aferrando el resalte superior, los cuerpos, ágiles y menudos, pegados a la pared de madera, llegamos hasta la pasarela central que daba acceso a su interior. Mi recuerdo de aquella aventura era, precisamente, que, al mirar hacia abajo, el poco vértigo lo producía ver el fondo del mar, dado que la transparencia del agua apenas dejaba ver la altura de su nivel… Tal era su salinidad y el yodo de sus aguas, que, un día, en la escuela, la torpeza de mis pocos años hizo que me guardara el “sacapuntas” de la época (una cuchilla de afeitar ) en un bolsillo de mi pantalón corto, de forma y manera que, al ir a aliviar mi vejiga y subirme la pernera, el “afilalápices” me dibujara una buena cortadura en el muslo, que no dejaba de sangrar. Me encaminé hacia el mar, me adentré hasta que el agua llegara a mis ingles, y dejé que me cortase el sangrado y me cicatrizara la herida. Si no hubiera sido por el “siete” en el forro del bolsillo, en mi casa ni se hubiesen enterado… Son solo flashes, pero entre tantos y tantos, que no cogerían todos ellos en una docena de artículos como éste.

                Este último verano estuve una noche en aquel San Antonio que asalté de pequeño un invierno pequeño en una historia pequeña, y al apoyarme en su barandilla de entrada y no ver el fondo por una masa de nube gris sucia y triste, sentí una congoja íntima, dolorosa, pegada al alma, y a las tripas, no sin una dosis de rabia sorda. Y me sentí vacío y sin palabras… Una mujer, paisana antigua, a mi lado, debió adivinar el ahogo en mis ojos, que me susurró: “a pesar de todo, es nuestro mar…”.  “…Y va en nuestros genes”, le contesté de modo automático… Asintió con la cabeza baja, me sonrió con pena… “sí, por ahí anda, dentro de nosotros”.

                Aunque no lo creamos, e incluso aunque no lo queramos, el Mar Menor va en nosotros y con nosotros. Siempre. Y aún así es un angustioso epitafio que apela a nuestros sentimientos, e incluso a nuestras conciencias… ¿Qué pudimos hacer que no hicimos, y qué no hemos debido hacer que hemos hecho?.. “Entre todos lo hemos matado (reza el refrán) y él solico se muere”. Pero no es cierto del todo. No se muere él solo, porque muchos morimos con él. Se nos muere una parte de nosotros mismos, de lo que fuimos y de lo que somos, y eso hace que nosotros también muramos… Cuando este Mar Menor que hemos conocido, y que hemos vivido y nos ha vivido, desaparezca, y nuestros recuerdos también desaparezcan con nosotros, todo un mundo habrá muerto, pues ya no será lo mismo un mundo de testimonios transmitidos que una existencia de sensaciones vividas… Y lo que más siento de todo esto, es vivir teniendo que asistir a su lenta agonía…   

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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