Datos personales

Mi foto
TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

viernes, 28 de febrero de 2020

El Mirador 28 febrero 2020 "CARTELES Y BANDERAS"

miércoles, 26 de febrero de 2020

EVOLUCIÓN Y DECADENCIA



                Dios hizo el mundo” reza en el catecismo, proclaman los catequistas y repiten los catecúmenos. Dios  creó al hombre, y los hombres inventaron a Dios, aventuran los filósofos. Dios no se creó A sí mismo, pero quizá se creó EN sí mismo, avanza la ciencia con prudencia. Pero nadie sabe aún qué es Dios, y muchísimo menos, quién es Dios… Pero, sin embargo, todos tenemos un “Dios mío” dispuesto, propio y personal, de uso doméstico y cotidiano, formal y familiar, para los casos de apuro y en todos los asuntos de nuestra vida. Algo a lo Que acudir y de lo Quien servirse en caso de necesidad. Algunos tenemos hasta dos dioses: ese, el tribal y de la sangre, el totémico, el lar de los romanos, y el otro añadido, el intelectual, el elaborado por el/los, conocimientos… El mío mental, por ejemplo, es tan elaborado como simple. ¿No se dice que Dios es eterno?.. pues entonces, es el señor del tiempo, y por lo tanto, Dios es tiempo, lo que pasa es que nos dejó que nosotros manejásemos las horas…

                Por supuesto, ahora viene la física y la relatividad y le echa un jarro de agua fría a mi idea mental, diciéndome: “pero atontao, si el tiempo no existe, es solo una percepción, si ya Einstein lo demostró, ¿ánde vas tu ahora con eso?.. Lógicamente, si el tiempo no existe, y Dios es el tiempo, Dios tampoco existe… Así que entonces, voy y me reformulo la fórmula (válgame el cielo y la redundancia), y me digo a mí mismo: Bueno, pues si Dios no es el tiempo, a pesar de su eternidad y de disponer de todo el tiempo del mundo, entonces sí que creó la ilusión del tiempo, y para no perder la imagen con que terminé mi párrafo anterior, a nosotros nos arrendó las horas, para que jugásemos con su magia y aprendiéramos con ellas y de ellas…

                Porque, en definitiva, de eso se trata, de jugar y aprender en infinitas partidas que, en realidad, son y pertenecen a una única y sola partida. Si estudian un poco la Historia de la Humanidad, verán que hemos fundado infinidad de civilizaciones que, indefectiblemente, todas han terminado en decadencia y muerte. Todas han desaparecido destruyéndose a sí mismas, empezando otra de las cenizas de la anterior. Pero, sin embargo, cada una de ellas ha ido llegando un poco más lejos que la otra en todos sus parámetros de desarrollo humano… aunque, al final nos alcance la misma incapacidad de superarnos, y decaigamos hasta nuestra propia destrucción… y tengamos, otra vez, que empezar de nuevo. Es como si fracasásemos,  pero cada vez llegando algo más lejos… O como si, fracasando aprendiéramos a andar cada vez un tramo mayor de camino, por decirlo desde otra perspectiva de ese mismo camino… O sea, jugando y aprendiendo con esas (y en esas) migajas de horas que Dios nos presta de un tiempo que solo existe en nuestra imaginación pero del cual él posee el reloj…

                Todo indica que esta actual y última civilización, como las otras, está llegando a su final. Las señales de su decadencia son claras. Tanto en lo moral como en lo material (si bien lo uno es consecuencia de lo otro). Algún avisado me opondrá: Acho, tío, esto es causa de la propia evolución, por lo tanto, es normal…”, y así será, no lo niego. Pero para evolucionar está claro que hay que fracasar, y así aprender para reintentar. Y si en el fracaso arrastramos a y arrasamos con, nuestro propios valores y medios naturales, solo cabe volver a la línea de salida y empezar de nuevo, y quedará lo que dejemos y nos pueda servir para reiniciar algo mejor… Hemos tenido muchos Finales de los Tiempos desde que el mundo es mundo. Muchos finales de partidas…

                …Y ninguna ha sido la definitiva. En todas hemos llegado más lejos. Y, aunque siempre nos hemos dado jaque mate a nosotros mismos, también la siguiente nos ha sido dada con más escaques. El tablero cada vez parece ser más amplio y más grande… Sin embargo, ¿y las fichas?.. Porque, aunque Albert Einstein dijera en aquella famosa frase suya que “Dios no juega a los dados”, que bueno, que vale, que puede ser, pero con fichas sí que juega. Ya lo creo que juega…

                Tengo una nieta de apenas ocho años que me soltó, así, sin anestesia, ni epidural, ni nada: “…si yo no creo en Dios, abuelo, pero sí creo en el Karma”, sonriéndome como un ángel, y sin querer decirme, la puñetera, donde leches ha aprendido eso… Si yo me retraigo a mis ocho jodidos años, en este tiempo de Dios en el que nos movemos, e intento revivir lo que yo pensaba entonces al respecto, me bloqueo como un pedrusco de granito. La diferencia es tan brutal, tan inimaginable, tan sideral, que siento vértigo… Si una criatura hoy asume no creer en (el) dios que queremos enseñarle, pero sí entiende la arcaica doctrina que encierra una teoría de la evolución, parece un contrasentido, pero la verdad es que tiene mucho sentido. Para poder saberlo, tan solo hay que saber razonarlo.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

viernes, 21 de febrero de 2020

El Mirador 21 febrero 2020 "LAS OTRAS VICTIMAS"

miércoles, 19 de febrero de 2020

CARTELES Y BANDERAS




La mayor lección y la mejor formación sobre tolerancia sexual la aprendí en mi pueblo de nacimiento y crecimiento, de la sociedad donde me eduqué, ¡hace más de setenta años!.. en plena dictadura franquista, sí señores y señoras, cuando el pensamiento único se imponía con zarpa de hierro, y cuando lo mandado y ordenado era todo lo contrario a esa misma tolerancia que me enseñaron… aunque los contemporáneos y contemporáneas, servidores y servidoras actuales de otro tipo de pensamiento también dirigido no se lo crean… En ese pueblo mío, y en aquellos tiempos de plomo, había (imagino que como en todos los pueblos-pueblos de este país), gays y lesbianas entre nosotros. Cierto. Y sin embargo, nunca, jamás, ví ni viví por ningún lado, un comportamiento social de rechazo, ni de ataque, ni de discriminación alguna, hacia ellos… Más bien todo lo contrario, solo conocí un trato digno, respetuoso y respetable, e incluso de afecto y reconocimiento a los que lo merecían. Y todo eso de forma natural, de manera normal, sin ningún tipo de alharaca ni presunción de nada. Esa es/fué mi experiencia personal.

                Por eso me pierdo (e incluso me siento ciertamente incómodo) con la etiquetósis que hoy padecemos, y que parece invadir todos los rincones de la sociedad, y que, ¡cuidado!.. mucho ojo con el que no ose usarla y extenderla, porque entonces será reo de las peores acusaciones que el moralismo cartelero suele utilizar, para ponerte en la picota pública, colgarte el sambenito, y despeñarte desde el humilladero local, y que no vuelvas a ser admitido en el actual templo del buenismo. Me cuesta mucho trabajo entender una clasificación gran-hermánica y disectiva como la actual: lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales, familias parentales, monoparentales, homoparentales, eteroparentales… en vez de una aceptación insertiva y aceptiva, única y simple, elemental y natural, como hacíamos entonces en mi pueblo.

                Precisamente, en pueblo llano a eso se la llama “no hacer distingos”, y el etiquetismo, por el contrario, es distinguirlos del resto etiquetándolos. En vez de integrarlos los distinguimos, que es justo el revés de la moneda. Como distintos zánganos de una misma colmena, como especies diferentes de un mismo género humano. Y para hacer aún mayor el distingo, montamos fiestas diferenciales, por y para eso mismo, para diferenciarse del resto… y se proclama a voz en grito (y pobre del que contradiga el sacro principio) que eso se hace justamente para lograr una integración plena en la sociedad – nada más opuesto – y a ver, para que yo, pobre de mí, lo entienda: ¿lo que me dicen es que para integrarnos vamos a diferenciarnos, para unirnos vamos a clasificarnos en tendencias separadas?… Desde luego, no encuentro mucha congruencia en ello. Y, además, se hace con espectáculos donde esa diferencia se marca hasta la parodia, y se lleva hasta el patetismo más ridículo, en un paroxismo que empieza, como aquel principio de física, a provocar una fuerza igual de proporcional, desarrollada en sentido contrario. Y más cuando estas demostraciones han sido institucionalizadas a extremos poco defendibles, por no decir poco razonables…

                A ver, tal y como se ha tratado este fenómeno… (y no vayan a interpretar maliciosamente la definición de fenómeno, que me los veo, y me las veo, venir) es que algo que debería entenderse tan   normal y natural como la propia vida, ha sido convertido en fenómeno, puesto que esas manifestaciones autoexcluyentes y fuera de tono, precisamente se afirman y reafirman a sí mismas como tal fenomenología.

                Tal y como ha sido esto tratado, repito, lo que se ha conseguido es que aquella tolerancia básica, simple y natural, se haya convertido en una especie de carnaval donde se presume de la diferencialidad que se quiere combatir y no de la igualdad que se quiere conseguir. Y observo otra cosa más: se ha creado un campo de trabajo, nuevo y diferenciado, claro, del cual medra mucha gente… Donde antes todo se aceptaba sin más, tal cual, solo porque “así son las cosas”, hoy abundan cantidad de expertos, especialistas, psicologistas, mediadoristas y conocedoristas del asunto que viven de sus charlas, conferencias, informes, tratamientos, intervenciones y consideraciones varias, alrededor de las ubres del gran hermano estado… En pocas palabras, se ha creado una mercancía y ha aparecido su correspondiente mercado. No sé si habré sabido explicarlo, disculpen mi torpeza.

                Ahora ya solo queda contestarme que, o bien miento, o lo de mi pueblo fue algo tan raro, anómalo y extraño que, si es cierto que existió tal y como yo lo recuerdo y cuento, debió de ser un bulo de extraterrestres, y no una verdad, una certeza… Y que lo debo haber soñado porque nunca hubo un mundo así… Pues vale si así se empeñan y así se apañan. Pero más bien creo que la persecución y la discriminación quizá se diera mucho, muchísimo más, no lo sé, en las ciudades que en los pueblos. Y puede que se haya aventado un modelo ocultando el otro. Que se haya alzado una bandera de conveniencia negando y escondiendo otra de inconveniencia… O puede que no. Pero yo sí que pienso así.- 

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

viernes, 14 de febrero de 2020

El Mirador 14 febrero 2020 ""LA REALIDAD DE LA IRREALIDAD""

miércoles, 12 de febrero de 2020

LAS OTRAS VÍCTIMAS



           La sociedad que formamos es extremadamente sensible a las víctimas por accidentes de tráfico, por eejemplo, a las víctimas de violencia de género, a las víctimas por terrorismo, o incluso las víctimas por el tabaco o por las drogas… Pero ocultamos celosamente, quizá vergonzosamente, no sé… las muertes por suicidio. Aún siendo su cifra tan, o quizá más, importante que la del resto, y además en alza. Es incluso posible que esté relacionado, precisamente, por eso mismo detalle concreto: que no las consideramos víctimas. Hablamos de víctimas del terrorismo, de la violencia de género, de la carretera… pero no decimos víctimas del suicidio. No nos atrevemos a pronunciarlas con esas palabras. Lo omitimos. Quizá subconscientemente, puede ser, pero evitamos victimizar al suicida, cuando los que deciden suicidarse, en una inmensa mayoría, no es porque quieran hacerlo, sino porque, por algún motivo, no soportan su vida. El año pasado, casi 4.000 personas. Es la principal muerte externa en España.

                El por qué la Administración y la sociedad no se involucran en combatir esta lacra al igual que lo hacen en otras áreas, quizá esté en el gen educacional católico de tabú en este tema. Es muy posible. Es estigma de pecado, injusto e indiscriminado, y de poca, muy poca caridad cristiana por cierto, ha marcado a generaciones criminalmente en tal sentido. Por ejemplo, la mayoría de los colectivos y de los medios de comunicación aún siguen manteniendo – y esto ya es un triste y lamentable tópico – una especie de tácito acuerdo, de norma no escrita, en aplicar una cierta e inconcreta capa de censura para no hablar (lo mínimo) de suicidios, por miedo a crear un efecto imitativo. Y no es cierto, en modo alguno, que tocar el tema fomente más muertes, sino todo lo contrario, ayuda a relativizar muchos dramas personales que los llevan a ello…
                Y es que, las condiciones que convierten la existencia de estas personas en algo insoportable son relativas, y pueden paliarse, y cambiarse. Tan solo hay que prestar la misma atención y preocupación que se aporta a las otras casuísticas de muerte. También éstas son víctimas, no apestados. Mucho menos, pecadores, que por aquí quizá ande el tótem de la tribu, y que los pecadores seamos en realidad todos los demás que pasamos de puntillas por el tema. Pecado de incompasión lo llamaría yo. De falta de caridad… Culpabilizar al suicida por omisión de ayuda es culparnos a nosotros mismos por falta de atención a los mismos. Aquí los despachamos como el que pone un sello al expediente de archivo: “sufría trastorno bipolar”, una etiqueta de cierre. Una mentira piadosa. Porque en este país hay más de medio millón de personas que padecen bipolaridad y no tienen tendencias suicidas. Luego, es falso. Lo que pasa es que utilizamos el marchamo para no abordar esa causa de automuerte, que es lo que nos asusta y diferencia de las otras. Y ese secretismo irresponsable condena al suicida como victimario no reconociéndole como víctima, multiplicando el dolor lacerante de sus deudos, que se sienten obligados casi que a excusarlos y a excusarse a sí mismos, a mentir, a buscar explicaciones absurdas, a defenderse no sé de qué…
                El suicidio no es otra cosa que un grito desesperado a una sociedad pacata e insensible, acoquinada por patéticos complejos religiosos atávicos. Es un alarido para que nos demos cuenta que estamos sordos, ajenos, a un determinado problema de salud pública que también, sí, también, provoca víctimas. Y no pocas. Decimos con una ligereza e irresponsabilidad que hiela el alma: “es una forma de llamar la atención”, cuando es una manera de decir: “estoy solo, ayúdenme…”. Y no podemos admitir que no tengamos datos. Lo que no tenemos es conciencia. El suicidio en nuestro país, por ejemplo, es la primera causa de muerte entre jóvenes de 14 a 39 años… He aquí un dato constatable, medible y concreto.
                Y por no tener, no tenemos ni la especialidad de psiquiatría infantil-juvenil, carencia que compartimos con Bulgaria en toda Europa. Podemos sentirnos orgullosos. Cuando, hipócritamente, definimos que España es un país solidario con las víctimas, mentimos, porque desvictimizamos a las del suicidio para no solidarizarnos con ellas. Y eso sigue ocurriendo, por mucho que nos escondamos de nosotros mismos. Además, usamos un truco muy manido. Pues no todos los suicidas lo hacen por trastornos psíquicos, si no por simple y vulgar desesperación: la vida es demasiada pesada y no la pueden soportar. Pero el sistema diagnostica después de haberse quitado de en medio la víctima, no antes. El método es harto simplista: se ha suicidado, ergo no estaba bien de la cabeza…Y actuar así, francamente, yo no sé si es comodidad, incapacidad o crueldad…
                Con este artículo de hoy, lo único que pretendo, discúlpenme por ello, es llamar su atención – ahora se llama visualizar – sobre una realidad que se quiere invisibilizar. Mientras no se reconozcan como víctimas de suicidio en vez de muertos por suicidio, equiparándolos al resto de víctimas, no se empezará a hacérseles justicia. Una justicia que les debemos desde hace muchos siglos, y, la verdad, creo que ya vá siendo hora…
                Cierto que ya no se les anatemiza sádicamente, ni se les expulsan sus restos de “lugar sagrado”, ni se les impone a sus pobres deudos un sambenito social horroroso, ni se excomulga al muerto, ni se condena a “compasivo” purgatorio alguno (al menos en la práctica conocida) aunque tampoco lo han apeado de la teoría. Pero se impone algo mucho peor que eso, y que ya no tiene peso en cabeza racional, y es que se les sigue ignorando, se les sigue excluyendo, silenciando. Y eso tampoco es humano…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php