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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

martes, 31 de marzo de 2020

¿CONFINADOS O CONFITADOS?..




Queridos colegavirus, ¿cómo llevamos el confinamiento?.. Yo contestaré como aquellas cartas que le escribía a mi abuela para un hermano que tenía fuera de su tierra y de su tiempo: “espero que todos gocéis de buena salud… yo quedo bien, gracias a Dios”… Pues eso mismo, que quedo bien gracias a Dios… o eso espero. Porque, al igual que las cartas de mi abuela, cuando escribo este artículo no es cuando ustedes lo van a leer, y en ese “intermezzo” pueden ocurrir muchas cosas. Ahora ya no se escriben cartas, como antes, con un intervalo para la imaginación y la esperanza. Ahora se escriben emails, whatsapps y Sms, que son instantáneos, como el café, no muy meditados, al contrario que aquellas cartas que se pensaban línea a línea, frase a frase, con una paciencia, filosofía y dominio del tiempo del que hoy carece…

                Y es que para pensar se necesita tiempo. Si no hay tiempo, el pensamiento no madura. Y un pensamiento verde, prematuro, si se coge sin madurar, como la fruta, no vale para nada. De nada sirve si no se ha tomado su tiempo para madurar… Este confinamiento tiene algo de bueno, y es que nos concede tiempo para poder pensar… ¿sobre qué..?.. ésta es una pregunta que nace a bote pronto y que demuestra lo que digo, que estamos perdiendo la facultad de pararnos a pensar… sobre lo que sea. Hace sesenta o setenta años, era perfectamente normal que cientos de pueblos y aldeas, en invierno, se quedaran absolutamente aislados por nieves, temporales, ventiscas y climatologías adversas. Y ningún medio de comunicación, ninguno, se ocupaba lo más mínimo de ello con tanta alharaca e importancia como se le da hoy. Solo porque se consideraba totalmente natural. Y esas gentes estaban más que acostumbradas al normal confinamiento que traían los crudos inviernos. No se les veía como un fenómeno extraño y alarmante. Sabían que venía, se preparaban las casas y los ánimos, y se dedicaban a pensar…

                Hoy lo hemos sobredimensionado todo, y cuando viene una nevada (cada vez menos, por cierto) buscamos la última aldea escondida de la sierra y la exponemos en las pistas circenses de los informativos como una rareza de la naturaleza del “pasen y vean”, cuando es todo lo contrario. Eso sí que es desnaturalizar las cosas… El “encaseramiento” que nos impone el Cóvid-19, como una copiosa nevada con ventisca, nos deja aislados con nosotros mismos en nuestra aldea íntima, y nos da tiempo para pensar hasta que escampe y se abran los caminos, otra vez, que nos comunican con nuestros vecinos y con el resto del mundo… Me viene a las “mientes”, o sea, a la mente, las palabras del Coro del Nabucco, de Verdi, el Vá Pensiero: “Ve pensamiento, con alas doradas. Ve, pósate sobre las colinas…”. Posiblemente nunca han tenido tanto sentido como en estos días, en que solo el pensamiento puede volar libre sin miedo a contagio alguno, y sin que lo pare por la calle un policía para preguntarle qué hace o adónde va. La libertad está menos en lo que se hace que en lo que se piensa. En lo primero, hay límites, en lo segundo, no hay ninguno.

                El escritor Julio Llamazares, que recientemente ha cumplido 65 años, cuenta que él nació en una de esas aldeas perdidas, escondida y olvidada entre ventisqueros, y hoy enterrada – debería decirse enaguada – bajo un pantano, en el aislamiento de una de aquellas nevadas de último invierno, en que los parientes y próximos pudieron acercarse a conocerlo pasados sus buenas seis semanas, y no sin ciertas dificultades por derrumbes en caminos y veredas embarradas de acceso… Y comenta lo cuesta arriba que se le hace a él este confinamiento, y que trata de superarlo invocando a su genética materna, portadora de la sabiduría rural… Pero es que todos, absolutamente todos, somos herederos ancestrales de esa misma sabiduría. Todos somos atávicos (del latín átavus: tatarabuelo), todos tenemos bisabuelos como poco que han sabido vivir así, en contacto con la naturaleza, unas veces como una madre y otras como una madrastra. Y ellos sabían faenar en época de faena, y pensar en época de queda. Al menos, a no desesperar, a saber esperar a que escampe…

                Y aún mucho peor. Porque nosotros tenemos una ventaja (o quizá sea lo contrario), y es una ventana que nos conecta con el mundo entero, televisión, redes, Internet… Y ellos no tenían absolutamente nada de eso. ¿Se lo pueden imaginas siquiera?.. Su único exterior era la luz y la oscuridad de los días y las noches, el ruido de la lluvia y el silbido del viento, la nieve caída y acumulada, con suerte algún cielo estrellado, y la observancia del comportamiento de los animales… Y yo me pregunto, y también se lo pregunto a ustedes, si precisamente la mayor dificultad que tenemos para relajarnos, apacentarnos y pensar, no será precisamente que nos sobra esa conexión con el mundo y nos falta la conexión con la naturaleza, y, lo más importante, la conexión con nosotros mismos…

                …Y pienso, hablando de pensar, que lo que no es natural, ni normal, es un aislamiento de nuestro cuerpo y una hipercomunicación de nuestra mente. Y lo peor de todo, que, en nuestro aislamiento corporal estemos monitoricomunicados con un solo y único tema: precisamente el motivo de nuestro confinamiento. Hay una desintonía, algo distópico en esto. Como al ganso que se le mantiene inmóvil mientras se le ceba con un solo pienso…. ¿Querrán convertirnos en paté?..

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

jueves, 26 de marzo de 2020

LAS PANDEMIAS


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La pandemia del coronavirus, ¿es un castigo divino o humano?.. No es una pregunta retórica ésta, ni mucho menos. Si atendemos a los movimientos tipos Tea-party, a católicos tirando a ultracatólicos, y a cuanto apocalíptico (hoy más que nunca) hay suelto por ahí, nos asombraríamos de la enormidad de gente que cree que lo que estamos padeciendo es una plaga enviada por Dios… modelo egipcio, mismamente. Aquel puñetero dios se cargó a medio pueblo del Nilo por la sola impiedad de un faraón tozudo y cabezón. Hay muchos que lo creen así, e incluso lo expresan, y existen otros muchos más que no lo dicen, pero sí lo piensan… Aquí, además tenemos a un Vox que jalea tal posibilidad (alguna de sus políticas ya ha soltado que esto es el azote de Dios), y alimentan así su particular “Dios es el único dios y Vox es su profeta” que comparte una buena parte de su electorado.

                En la Edad Media, todas las pestes que azotaron el continente, no eran por hábitos malsanos, no, eran castigo de Dios por algo que la Iglesia se encargaba de airear y que a ella le convenía. La historia está plagada de ejemplos, pero casi siempre era por algún desvío de la doctrina impuesta, o por alguna alianza política con algún monarca no católico (impío), o porque el veneno liberal se está infiltrando en la sociedad, o por la perversa iconoclastia… siempre había sobrados motivos. Después, la Ilustración vino a traer alguna cordura y poner cierto sentido común, y el personal empezó a sacudirse la idea del Yahvé vengador que sacudía sus malas pulgas sobre los pobres seres humanos cada vez que algo le molestaba. Pero solo unos cuantos, la ciencia y algunos más, llegaban a pensar que las calamidades eran provocadas por un mal comportamiento humano para consigo mismo. La mayoría, simplemente, no creían ya lo del castigo divino, pero tampoco pensaban en ningún tipo de porqué…

                Pero siempre, siempre, hay un por qué. No existe nada, nada, que no tenga un origen. Simplemente es la ley de causa y efecto… Por eso yo correspondo al segundo grupo, de los que creo que es un castigo humano y muy humano. Que esto ha sido consecuencia de nuestra manipulación, maltrato y abuso del medio natural en el que vivimos y del cual vivimos. Nada tiene que ver Dios en esto. Dios permite que el hombre coseche lo que siembra. La naturaleza (teoría de la Pangea) es un ente vivo en sí mismo y por sí mismo, y como cualquier ente vivo está en disposición de defenderse de las agresiones. Hasta aquí la puñetera lógica. Todo esto puede explicarse de modo plausible a través de la ciencia y la investigación, pero no siempre se le escucha. A veces hasta se la silencia, dados los poderosos intereses económicos contrarios a sus conclusiones… Ahí tenemos, por ejemplo, lo del deterioro climático y sus dramáticas consecuencias, que los investigadores han venido denunciando durante décadas, y durante décadas se le ha venido ignorando, e incluso ridiculizando. Son intereses opuestos por una determinada forma de vida basada en una sociedad consumista, economicista y hedonista… Y, claro, eso no interesa en modo alguno.

                El coronavirus no es otra cosa que un factor correctivo de la propia naturaleza. Es una reacción natural por una acción innatural. Ya saben, el principio de acción-reacción. Lo que no se sabe – aún – racionalmente, es lo que lo ha puesto en marcha. La ciencia lo averiguará, no lo duden. Lo que ya no les aseguro es que esos mismos intereses la dejen actuar en consecuencia, o ni siquiera hacérnoslo saber. Pero es seguro que tiene que ver con nuestro estilo de vida. Igual que el Co2 que liberamos a través de nuestros tubos de escape en nuestro propio escapismo masivo, produce miles de muertes por enfermedades broncopulmonares, y cientos de miles de bronquilitis en niños (es un hecho demostrado), cualquier otra causa tóxica producida por la humanidad igual producen los virus que, de vez en cuando, y cada vez más potencialmente, nos atacan. Son esa caterva de gripes cuyas cepas mutan y se hacen más resistentes según nuestras vacunas.

                Algo que no ha cambiado de la edad media aquí, es que estos “autocastigos” pandémicos se transmiten y se ceban en las grandes aglomeraciones humanas y urbanas. Es su caldo de cultivo preferido. El contacto es más fructífero en los amogollonamientos, evidentemente. Es una forma, una manera, de promiscuidad, y no lo digo en el sentido moral, si no en el práctico, por supuesto… Esta pandemia coronavírica acabará, como todas. Pero no acabarán las pandemias. Ya lo aseguran los epidemiólogos. Otra cosa es que aprendamos de ellas lo que tenemos que aprender. Y que lo pongamos en práctica. Aunque para esto último, hace falta tener lo que hay que tener…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


sábado, 21 de marzo de 2020

CORONACRÓNICA




                Me indican del periódico que, en estos días que harán historia, me ajuste, si es posible, a lo que en el argot se le llama “monotema”. Pues así mismo lo hago. Yo pensaba que, por el contrario, quizá los lectores agradecerían algo distinto, cosas diferentes, no sé… pero sin duda estoy equivocado. Por varias razones quizá. Porque, en estas circunstancias, tan jodidas y especiales, no estamos para otros asuntos. De hecho, yo mismo me pongo a repasar temas que centraban mi atención hace un par de semanas, y ahora los veo como que han pasado a un segundo lugar, que son cosas que ya se retomarán cuando ganemos esta guerra, que la ganaremos, aunque perdamos las primeras batallas. O porque, en realidad, lo que el personal quiere es seguir formándose e informándose de lo mismo, si bien desde distintas ópticas y distantes perspectivas, a fin de tener un más amplio y mayor conocimiento de lo que nos amenaza. O quizá la estrategia del periódico sea que no perdamos la tensión con que estamos afrontándolo…

                No lo sé. Pero sea como fuere, el caso es que yo mismo, casi que sin darme cuenta, en los artículos cortos que diariamente vierto en mi blog de este periódico entre mis seguidores, los voy salpicando, día sin otro, a veces seguidos, con temas todos relacionados con la pandemia. Es posible que sea eso, que no nos podemos desenganchar absolutamente del coronavirus, por la sencilla razón que el coronavirus nos tiene enganchados por los realitys, aunque, y esto es  incuestionable, cada día que amanecemos en nuestro aislamiento es un día menos que le restamos a la pesadilla.

                Es muy curioso, pero hay una sola cosa que me evade de esta maldita y maldecida realidad y me lleva a otra distinta y distante, a una historia muy diferente. Y quiero compartirlo con ustedes, porque cuando estamos confinados también es cuando se nos despierta la necesidad de compartir, y eso lo estamos viendo en todas las redes y en todos los balcones del mundo en estos días… Y es que estoy escribiendo un libro sobre la vida de mi padre, sobre la azarosa peripecia de un piloto de la República Española, que mi hermano y yo teníamos previsto sacar algún día, y que se nos ha presentado la oportunidad de hacerlo (no se preocupen que, a su debido tiempo, les anunciaré el título y editorial por si desean hacerse con él). Y la verdad es que en su relato sí que me sustraigo del drama de hoy para sumergirme en el drama al que mi narrativa – mi pobre y humilde narrativa – presta servicio. Ignoro si es por la subjetividad del tema, que resulta obvia, o porque supone, al menos para mí en estas fechas, una realidad paralela a la que me traslado un buen rato cada día, o porque me concede la oportunidad de establecer una comparativa, una especie de (ya lo sé) imposible paralelismo.

                Pienso que puede ser algo parecido, si bien que con mayor intensidad, que lo de la lectura de una buena novela. Y esto es lo que aconsejo a todo el mundo que quiera escucharme. Lean buenos libros. Y si no tienen el hábito de hacerlo, ahora es una excelente ocasión para adquirir tal costumbre. Aparte de procurarle conocimientos, de instruirle y documentarle, le entretendrán, le ayudarán a evadirse de una realidad que puede llegar a ser ponzoñosa, pero sobretodo, le ayudarán a relativizar. De hecho, la lectura hace libre al lector, porque le ayuda a pensar por sí mismo, a madurar en sí mismo, y a actuar con conocimiento de causa. No en vano la raíz líber, de la que viene libro, también lo es de libertad…

.              …Y en estos tiempos, confusos, turbios y opacos, hemos de saber pensar con la mayor, y en la mayor, libertad posible, sin dirigismos, sin fariseísmos, sin cinismos, sin politiqueísmos y sin ísmos. Lo del coronavirus pasará, no lo duden. Incluso sin la intervención humana. En los malos casos es sabiduría popular que “aún en el peor temporal hay siempre un día en que deja de llover”. O aquel más nuestro de “no hay mal que cien años dure”. Toda pandemia tiene un principio y un final. Eso sucederá. Pero también es cierto que, una vez que escampe, cuando empiece a salir el sol de nuevo, nos va a quedar entre las manos un antes y un después a los que responder.

                Y así debe ser, puesto que eso será positivo si el jodido coronavirus este nos ha enseñado algo. Y no hay peor cosa ni caso que no enseñe algo. Por lo menos nos muestran los errores cometidos que no tendremos que repetir jamás. Y habrá que ser humildes y aprender de las equivocaciones. Y tendremos que rehacer nuestra maltrecha escala de valores y admitir que andábamos errados, y herrados como los mulos, en muchas cosas. Y que habremos de fijar nuevas pautas de comportamiento. Y todo eso será bueno si así se hace. De momento, no sé si se habrán dado cuenta, la degradación climática se ha ralentizado, nuestra atmósfera ha mejorado… Y es que todo en este mundo está relacionado, interconectado. Absolutamente todo. Piensen en ello, mientras tanto... 
   
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php