UNA LECCIÓN DE HISTORIA
Calzaba
unos ocho o diez años, no más… En aquellas escuelas nacionales de la posguerra,
si tenías la suerte de que te tocara un maestro no demasiado “del régimen”, la
convivencia era aceptable dentro de la clase entre toda la zagalería, así como
los “recreos”, en los que se nos daba suelta sin control. Todo estaba bajo
control natural, todo estaba permitido salvo matarnos entre nosotros. No había
más que la imaginación en ver a cual más arriesgado de los juegos apuntarnos. El
Borrico del tío Andrés, el Agua vá, o el Ajo duro eran, entre otros, lo
suficientemente violentos como para soltar toda la adrenalina de nuestros
menudos pero belicosos cuerpos. Los rasguños, heridas o contusiones no eran más
que heroicas medallas que lucir tras la batalla. El obligado Viva España cantado y saludado brazo en
alto, ponía fin al día escolar.
Fuera, en la calle, nos esperaba el trozo de pan duro con
la onza de chocolate garrofero que nos suministraban en casa, y más calle,
hasta que la luz desapareciera de ellas. No había otro juguete ni
entretenimientos que los que pudiéramos procurarnos con nuestras propias manos,
y nuestro propio magín, y nuestras propias piernas y brazos, para trepar a las
palmeras y a los árboles y convertir sus ramas en armas virtuales. Poco más, o
nada más… Solo en la Falange de la época, un vetusto recinto cercano a la
escuela, nos brindaba la posibilidad de pegarle unas patadas a un balón
remendado, o unos soplos a una trompeta de lata magullada… solo el azul de las
ajadas camisas y el rojo de las boinas de cuatro zagalones daban un apagado
tono de color al conjunto… Solo una visita tuve la oportunidad de hacer a aquel
patio de ladrillo visto descarnado. El Jefe Local de Falange y su adlater, en
aquel rimbombantemente llamado Cuarto de Banderas, tras soltarme que yo no
podía estar allí por ser hijo de rojo, me despidieron con sendos empujones y un
par de patadas en mi escaso culo…
...Culo, pecho, barriga y extremidades que revisé bien en
el privado del retrete o de mi habitación, por si yo podía haber heredado la
extraña enfermedad de mi padre: la rojez… Pero no, nada, todo era más bien
tirando a negro… Entonces, si mi padre no me había contagiado, ¿cómo iba yo a
contagiarles a ellos?.. Pues, sin duda, no me querían allí por si les pegaba el
rojerío paterno. Anduve un tiempo atisbando disimuladamente a mi progenitor
cuando llegaba de noche, cansado de darle a la brocha. A ver la cara, la
frente, las manos, la nuca… nada. Pues no lo entiendo, pensaba… y seguía con
mis torpes pesquisas. Naturalmente, no alargaron mucho los años hasta que me
fui enterando de que ser rojo en mi pueblo, para cierta sociedad, era como ser
negro en los tabacales de Louisiana, donde las películas del oeste. Y luego,
más tarde, igual me percaté que vivíamos una situación dictatorial, donde los
que ganaron una guerra violando la ley tenían todos los derechos, y los que
perdieron el gobierno legítimo, no tenían ningún derecho. Ni de la vida, ni del
trabajo, ni de opinar, casi que ni de pensar, y mucho menos de quejarse. No
tenían derecho a nada.
Hoy, ya en la actualidad, te encuentras que los
descendientes de aquellos rojos, las izquierdas de ahora, cuanto más extremas,
más perdidas, han olvidado sus principios convirtiéndose en ciegos, romos y
obtusos, tan intransigentes como las derechas de aquel Glorioso Movimiento
Nacional, y ves que apoyan a dictaduras populistas como aquella
nacionalsocialista del fhürer o el nacionalcatolicismo del caudillo, aunque se
llamen a sí mismos de izquierdas. Y da miedo…
Dá miedo ver a la ultraizquierda vasca manifestándose en
la calle a favor de un Maduro sátrapa y fascista, y en contra de los que
representan a la verdadera democracia. Sus privilegios de niñatos, hijos de la
gran clase media de este país, llenos de forraje apesebrado, les ha borrado la
historia auténtica, la que fue real, de sus casposos ojos, y no son capaces de
ver que Nicolás Maduro está intentando hacer exactamente lo mismo que lo que
hizo Josep Stalin, al igual que Stalin copió a Hitler. Que son absolutistas de
la misma calaña, enemigos de las libertades y de los derechos humanos, que se
sacuden a los que tienen al lado y no opinan como ellos, abusan de su pueblo en
cuanto “asaltan el cielo”, no ven que los oprimen bajo el terror, y secuestran
la justicia y las leyes para su exclusivo beneficio. Y que persiguen a los
disidentes con el mismo odio y la misma saña, el mismo desprecio, con que
aquella Falange Española, Tradicionalista y de las Jons, trató a mi padre, y a
mí por extensión, de rojo.
Y me da miedo, sí, porque esa historia, la auténtica y
verdadera, la legítima, se la están hurtando, cuando no falseando, a los
jóvenes de hoy en día. Y los están convirtiendo en los exaltados energúmenos de
una mentira.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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