Datos personales

Mi foto
TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

viernes, 29 de diciembre de 2017

MUY INTERESANTE. SE RECOMIENDA

lunes, 25 de diciembre de 2017

LOS HIMNOS


Los himnos están trufados de pólvora en grandes fuegos artificiales y artificiosos, para ser inyectados en la vena emocional de la gente. Las masas se mueven a través de himnos y consignas, bien en un acto deportivo, bien en un acto político, o en cualquier acto social que trascienda de lo común. Si se le pone la etiqueta representativa, la bandera, o ambas cosas a la vez, debe ser administrado solemnemente a fin de que obre el efecto que corresponda. Normalmente para enardecer al personal, apuntar nuestros ánimos hacia la diana y que nos sintamos orgullosos de nuestra pertenencia a algo que creemos superior a lo que nos aferramos por algún motivo venal… Adviertan vuesas mercedes que no digo banal, si no venal. Indaguen y verán la muy importante diferencia.

            Por eso, a veces, los himnos los carga el diablo, y lo mismo sacan lo mejor que lo peor de las personas, pudiendo suscitar tanto sentimientos heroicos como los más ruines del odio. No hay más que oír el himno nacional español en el Nou Camp, por ejemplo… Luego dicen los que chupan de esto aquello de que con el deporte no se debe hacer política. Ya… entonces, eso, ¿qué es?.. Si el deporte, ¡ja!, no tiene nada que ver con la política, ¿porqué los himnos en los partidos de finales o internacionales?. Pues porque el deporte forma parte de la política. Los actores se alinean abrazados por los hombros. Unos lo tararean, otros se miran la punta de los borceguíes, otros alzan la vista al cielo buscando a sus dioses. Los hay quienes tienen otro himno en su corazón, pero ese lo llevan en el bolsillo, y juegan con ambos… Mientras, el público, henchido de fervor o de desprecio, lo canta o lo silba, lo ensalza o lo insulta, muestra su respeto o su mala educación…

            Pero los himnos son cargados de pínfanos y tambores, gloria, pólvora y sangre. Francia pide “a los hijos de la patria que la sangre impura inunde nuestros surcos”. Los teutones gritan lo de “Alemania sobre todo el mundo”, lo de “Dios salve a la reina” los brithis, que siguen pidiendo a su dios neotestamentario, “que se levante y disperse a sus enemigos”, los italianos “llama a sus hijos a que estén listos para morir”, los americanos que colonizan el mundo tras que el mundo los colonizara a ellos, invocan a la lucha, a las bombas estallando en el aire y al rojo fulgor de la sangre… Els Segadors de los catalanes anima a defender lo suyo segando vidas a golpes de hoz… La lírica bélica más mediocre preña la letra de los himnos… “A los hijos de la patria llegarán días de gloria”, reza La Marsellesa, pero son días de gloria a costa de días de sufrimiento para otros, claro. Todos los himnos están hechos de triunfos, de ganadores, pero nadie gana sin que otros pierdan, sin triunfar sobre otros, a costa de los enemigos. Los himnos siempre se hacen contra alguien.

            El de España, curiosamente, y afortunadamente también, no tiene letra… aún, al menos. Y yo pido al Dios de la paz que por mucho tiempo. Que ningún literato barato se le ocurra dar a luz ninguna letra triunfante, ni a nadie se le ocurra encargar ningún eructo patriotero y vibrante. Es mejor así, con solo la música, y que cada cual le añada en su imaginación la letra que su mediocridad o su exaltación, o su espíritu, o su alma libre, o sus emociones más o menos desbocadas, la de a bien o mal entender. Uno escucha la música, calladico que está más bonico, cierra los ojos, y se deja llevar… Mucho mejor así, sin duda. Cuando yo era un crío, en aquellas escuelas de posguerra, nos ponían firmes, y nos hacían cantar el “Cara al sol”, que era el himno de la todopoderosa Falange, sobre la aquella “camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver”. Y era así, y no el nacional, porque éste no tenía una letra que cantar… gracias a Dios. Es mucho mejor una música que sentir que una letra que cantar. O, al menos, mucho más libre…

            La fatuidad de las letras de los himnos hace que el de España sea un himno elegante al no tenerla. A pesar del españolismo rancio y burdo, de tetosterona, que nos empeñamos en degradarlo los españoles muchas veces. Y esa elegancia le viene precisamente por carecer de letraje. Bastante lo ensuciamos con el “a por ellos, oé, oé, oé” como para hacer de él encima una bonita pieza rellena de casquería fina… Miren, existen hechos y hechos. Por ejemplo, el himno en la entrega del Príncipe de Asturias dignifica y ennoblece el acto en la misma medida que tal acto ennoblece el himno. Pero, cuando, por otro ejemplo, el himno se rebaja al acto del concurso de rebuznos de Morlacos del Monte, pues qué quieren que les diga… Y aún sería peor rebajarlo ante asnos desatados de ciertos clubes y lugares. El himno solo es un símbolo de mejor o peor gusto. Y según qué uso, le dá o le quita valor. ¿Comprende?.. Pues eso.


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

viernes, 22 de diciembre de 2017

El Mirador 22 diciembre 2017

miércoles, 20 de diciembre de 2017

CON MIS RESPETOS


Oscurecía sin darnos cuenta… Jugar, para nosotros era una parte del día y en ella no entraba la noche. Aquella en que se nos daba suelta con un pedazo de pan con lo que hubiera en casa, y nos lanzábamos a la calle, en busca de amigos con los que compartir alguna fantasía de las que nos dotaba nuestra virgen y fértil imaginación. Porque fantasía e imaginación eran nuestros juguetes a falta de otros… Piedras de la playa que convertíamos en casas, coches, personas, desplegando en la arena toda una supuesta vida de las que solo veíamos en el cine… Ramas de palmera que se doblegaban en armas, lanzas, espadas, tablas viejas como escudos, con las que luchar con alguna banda rival… Pistolas de rama de pino, o caballos imaginarios en ranchos imaginarios e indios y cuatreros tan reales como nosotros… La imaginación, un juguete multiuso y convertible.

            Era mi abuela Julia la que aparecía buscándonos, invariablemente, siempre atardeciendo, siempre lindando el mar, cuando apenas veíamos su inconfundible silueta vestida de delantal y ropa oscura, cuando oíamos su voz llamándonos a capítulo… Jodíos críos estos, que vá a venir su padre de trabajar y ellos de noche y por ahí tiraos… Su regañina y su semblante que quería ser severo, tan solo eran el escudo con el que quería protegernos del tirón de orejas paterno, llegado el caso… Y nos llevaba por delante, sin parar en su letanía de detenerse en sus aspavientos, hasta llegar a la casatienda dónde desarrollábamos nuestro ser y nuestro estar.

            Aquella abuela era nuestro ángel guardián. Vivía con nosotros, claro, por nosotros, naturalmente, y para nosotros, por supuesto… Ella era parte de nuestra existencia. Absolutamente. Su presencia en nuestras vidas era como algo inevitable, protector y omnipresente, siempre ahí, continuamente pendiente de nosotros, casi inexpugnable… Hasta que la torre fue perdiendo sus almenas, desdentándose ella mientras los dientes nos volvían a salir a nosotros. Y se hizo frágil, enfermó, en tanto mi hermano y yo crecíamos y dejábamos de ser chiquillos, y ella se hizo pequeña ante nuestros ojos. Y entonces, en esa última fase de acompañamiento de vida, pasamos a ser sus hermanos perdidos, y llegamos a ser sus hijos, en cuyos recuerdos últimos su enfermedad tuvo la compasión de convertirnos…

            …Sus hijos. Con sus tres hijos pequeños hubo que apechar mi abuela cuando se quedó sola, y tuvo que afrontar una viudez huérfana de todo y acreedora de nada. Sin más derechos que sus manos y su coraje. Criarlos, protegerlos, educarlos, alimentarlos, librarlos de la necesidad en lo posible, de la enfermedad y del hambre. Cosa normal en la época, por otro lado, en las mujeres sin marido y en las familias sin padre. Y tuvo que afrontar una guerra civil, fratricida, de odios y denuncias, con un hijo encarcelado, otro exiliado, por culpa de esa maldita guerra, sola con su hija, mi madre, y madre de hijos vencidos en un mundo hecho solo de vencedores. Dos mujeres solas después de una guerra perdida no es un panorama halagüeño, precisamente. Madre e hija ante una posguerra de incertidumbres y privaciones era una estampa repetitiva de aquellos tiempos, pero no por eso menos dura, espeluznante y dramática… Lo más amable de la vida de mi abuela Julia vino después, y creo que fuimos nosotros, sus nietos.

            Pero me ha venido su recuerdo (la historia de mi otra abuela no es menos acojonante. Figúrensela viuda también y  que, de cinco hijos nacidos, solo le viviera mi padre, y de chiripa) porque parece ser que este 2.018 es el Año de la Mujer. Y no he podido evitar traer esas primeras mujeres de mi vida a la memoria. Y acordarme de mi madre, y de su madre, Julia, mi abuela, y revivir sus figuras en un mundo, hoy, polarizado de mujeres trabajadoras, o cuyo fin es ser modelos, o feministas a ultranza, desbocadas. Una sociedad, la actual, que ha hecho una religión de ese feminismo, al mismo tiempo que una profesión de ese posturismo. Y me pregunto qué hubiera pensado mi abuela Julia de todo esto, si yo le hubiera dicho entonces que viviría un 2.018, Año de la Mujer. Y creo que hubiese reído a carcajada limpia con aquella cara limpia y aquel moño apretado en la nuca, tan fuerte como ella misma.

            Y su figura, como la de mi abuela María, como la de mi madre, se agigantan hasta tocar el cielo de la historia humana y de la mujer humana. Y su fuerza, y su valentía, y su tremenda personalidad en tiempos tremendos, hacen parecer ciertas cosas, y ciertos casos, una especie de chanza, de charada. Y lo digo, claro, salvando las distancias, y con todos los respetos del mundo…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


domingo, 17 de diciembre de 2017

DE LA ESTUPIDEZ


Uno de mis libros del último verano fue le relectura (ya vivo en fase de repaso, que es como en tiempo de descuento) de “Allegro ma non troppo”, un librico que lanzó al italiano Carlo Mª Cipolla a la fama universal relativa -durante un corto espacio de tiempo – hace ya más de un cuarto de siglo… Se me había quedado traspapelado entre los pliegues de la memoria hasta que no me topé con él en el repaso de mis viejas estanterías, y lo pasé de nuevo por el colador del recuerdo. Las cuatro “re”: repaso del recuerdo por la relectura reciente. Cuatro patas para apuntalar el banco del olvido. Como los 4R de aquella censura eclesial y franquista que vivimos los niños de la posguerra en la dictadura. Y es que el librillo, si no hubiera sido censurado por el olvido, sí que lo sería hoy por los actuales inquisidores e inquisidoras de lo políticamente correcto. Porque habla sobre la estupidez humana… Y decir estupidez humana es un contrasentido, pues la estupidez no existe por sí misma ni en sí misma ni en otro ser creado que no sea el ser humano.

            Y dice que la estupidez obedece a cinco leyes básicas, a saber: la primera es que subestimamos la cantidad de estúpidos que hay en el mundo. La segunda es que no está asociada ni condicionada por el dinero que se tenga, o por la educación que se reciba, o por la clase social a la que se pertenezca. Los estúpidos lo son de forma absoluta y de manera democrática y el porcentaje suele incrementarse exponencialmente. La tercera ley es que la estupidez es contagiosa y peligrosa. La cuarta es que también subestimamos la enorme capacidad que tiene el estúpido para hacer daño, dado que la estupidez es proclive a aliarse con cualquier tipo de fanatismo. Y ese se explica por la quinta ley, que es la propia definición de la estupidez: un estúpido es aquel que causa daño a los demás y a sí mismo, aún sin obtener ningún tipo de beneficio personal. O sea, la estupidez es hija de la ignorancia. Por eso los estúpidos suelen ser más peligrosos que los malvados. Un ejemplo gráfico e ilustrativo: Hitler fue un malvado, pero quienes lo pusieron en el poder fueron  unos estúpidos.

            Si pensamos un poco, el Bréxit de Gran Bretaña, el fenómeno Trump en EE.UU., o el suicida sentimiento nacionalista de Catalunya, son frutos de la estupidez, y de la subestima del número de estúpidos que se multiplican en el mundo, y de su capacidad para hacer daño, incluso a sí mismos, sin obtención de más beneficio que su propia desgracia. A poco que recapacitemos, el que el Reino Unido se haya instalado en una situación económica de alto riesgo, en Norteamérica esté gobernando un paranóico, o los catalanes se estén buscando la ruina y la división social más espantosa, no es culpa de unos políticos cretinos, ineptos, falsarios o mentirosos, sino de una cantidad ingente de estúpidos que los han apoyado en el desastre. Es la estupidez de la masa, o de una buena parte de la masa, la que es responsable absoluta y directa del resurgir de los populismos, los fanatismos y los fundamentalismos.

            Examinando las razones objetivas del fenómeno – triste fenómeno – de la estupidez, podemos llegar a equivocarnos si creemos que la estupidez se debe a una falta de inteligencia. Eso sería un error. Se puede ser inteligente a la vez que estúpido. De hecho, los políticos ingleses, americanos o catalanes son inteligentes, aunque sean relativamente estúpidos. No. Son seres inteligentes que se aprovechan de la estupidez de la gente que los vota, los apoyan y defienden. Es la estupidez ajena de la masa la que es rentablemente ordeñada por los estúpidos inteligentes. Así que no. La estupidez de la primera ley está más relacionada con la ignorancia que con la inteligencia. Y no existe mayor estupidez, ni más dañina, que la ignorancia plenamente asumida…

            Así que no se me ocurre más que repetir mi ya cansino credo. No hay otro antídoto que la cultura, pero la auténtica, la de verdad, la cultura del conocimiento, no la otra, la falsa, la que nos inyectan, la del circo y el consumismo. Cuanto más culta sea una sociedad, menos ignorante será, y por lo tanto, menos estúpida. La estupidez florece con la deformación y decae con la formación. Es lo único cierto. Ahora bien, podemos decir que no queremos saber nada, y cumplir así con la tercera ley de la estupidez. Y entrar a formar parte de ella. Como deseemos. Nosotros mismos…


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

lunes, 4 de diciembre de 2017

RELIGIONISMOS


Visto con la suficiente perspectiva, tras los últimos atentados del Isis, y a pesar de que la comunidad árabe establecida en España se alineó con las manifestaciones en contra de los mismos, la xenofobia y la desconfianza han crecido en nuestro país de manera exponencial. Eso se nota. Se huele. Se adivina sin mucha dificultad. Tengo pocos amigos árabes, la verdad, pero los que mantienen mi confianza, o yo mantengo la suya, me dicen que ahora el rechazo lo notan mucho más que antes, que se les mira y se les trata con recelo mayor. Y que lo comprenden, pero no lo entienden. Y a esos pocos trato de explicarles la enorme diferencia cultural y de costumbres, a pesar de haber cohabitado durante ochocientos años en nuestra historia común. Y que cada pueblo ha evolucionado, y/o involucionado, política, religiosa y socialmente por separado durante otro mucho tiempo. Y ahora ya casi que ni nos conocemos. Y que las cosas son como son, aunque, con una mayor cultura por su, y nuestra, parte, no debieran ser así.

            Lo que ya no paso a tragar es cuando se quiere justificar todo, o condenar todo, en base a la religión. Tengo un Corán en casa, que me he leído un par de veces. Como tampoco me es desconocida la Torah, en la que se basa el judaísmo. Al igual que, por supuesto, estoy bastante familiarizado con La Biblia, donde nada tiene que ver el Antiguo con el Nuevo Testamento. Y en ningún texto de esos, en ninguno, en modo alguno está justificada la violencia, ni ninguna guerra santa, ni yihad, ni cruzada alguna. En absoluto. Toda esa mierda son interpretaciones interesadas para conseguir fines espurios de dinero y de poder. Una fe torcida que, inteligentemente vertida en un medio miserable e ignorante, produce cuanto fanatismo se necesita para convertirlo en terrorismo. Pero ninguna religión, ninguna, a lo largo de su historia, ha sido ajena a tal fundamentalismo.

            El mensaje del cristianismo, como el del islam, es un mensaje de paz (la palabra Islam significa Paz) y ha habido ejemplos sobrados de cristianos piadosos y solidarios, si bien el trasfondo de poder  en la Iglesia Católica está plagado de amoralidad, crueldad e inhumanidad. Si eludimos los prejuicios de lo políticamente, o religiosamente, correcto o incorrecto, nos encontramos con siglos en que la venerable institución prohibió traducir La Biblia al pueblo, se instauraron en su seno unos poderes inquisitoriales más propios del demonio que de Dios, ingresaron ingentes cantidades de dinero vía bulas, y de bienes raíces, y dudosos perdones y dudoso mercantilismo de favores se aliaron, y tuvieron ejércitos propios con los que masacraron pueblos enteros, sin distinción de sexo ni de edad; o las últimas alianzas históricas con los poderes más fácticos de las naciones más poderosas del mundo, que obstaculizaron cuanto pudieron el desarrollo social, cultural y científico (Galileo, Giordano Bruno, Miguel Servet…) y aún lo siguen haciendo entorpeciendo investigaciones médicas. Exterminaron razas y credos (guanches, indios, cátaros, albigenses…), justificaron la esclavitud, contemporizaron con el nazismo… relegaron a la mujer a lo que el islam hoy tiene relegadas a las suyas, y se fabricó un integrismo cristiano que nada tuvo que envidiar al integrismo islámico de hoy.

            Si las llamadas “religiones del libro” – judaísmo, islamismo y cristianismo – se investigaran según su historia, que no según sus dogmas, veríamos la cantidad de crímenes, abusos y despropósitos que en nombre de Yahvé, de Alá o de Cristo, se han llevado a cabo. Pero todas, todas, tienen sobre sus espaldas sus cazas de brujas y herejes, sus tribunales inquisidores, su colonialismo ideológico por la fuerza del terror y de las armas, y por el inmenso poder de sus cleros sobre las almas, y sus infinitamente más muertos a su cargo que mártires con los que justificarse… Que “en todas partes cuecen habas, y en mi casa a carretás”… como reza el refrán rumí, que es como los “moros” nos llamaban despectivamente a los cristianos cuando ellos estaban al mando, y que nosotros hemos heredado y adoptado.

            Porque sí, se las conoce, como digo, por “las religiones del libro”, pero el libro, sus libros, no son responsables de sus atrocidades y excesos, si no la religión, las religiones que lo han usado para justificar sus abusos. Ellas son las que han manipulado conciencias, no los libros, no el libro. Ellas son las que han dado al libro, a sus respectivos libros, las interpretaciones corrompidas que les han interesado para así mantener la ignorancia y la más pavorosa incultura al servicio del miedo, y nunca, jamás, lo han puesto al servicio de la razón y del desarrollo espiritual de sus puebl…Así que nadie me venga con cuentos, por favor… Y que cada cual se aplique los cuyos vía rectal, si es que puede…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php