DE LA ESTUPIDEZ


Uno de mis libros del último verano fue le relectura (ya vivo en fase de repaso, que es como en tiempo de descuento) de “Allegro ma non troppo”, un librico que lanzó al italiano Carlo Mª Cipolla a la fama universal relativa -durante un corto espacio de tiempo – hace ya más de un cuarto de siglo… Se me había quedado traspapelado entre los pliegues de la memoria hasta que no me topé con él en el repaso de mis viejas estanterías, y lo pasé de nuevo por el colador del recuerdo. Las cuatro “re”: repaso del recuerdo por la relectura reciente. Cuatro patas para apuntalar el banco del olvido. Como los 4R de aquella censura eclesial y franquista que vivimos los niños de la posguerra en la dictadura. Y es que el librillo, si no hubiera sido censurado por el olvido, sí que lo sería hoy por los actuales inquisidores e inquisidoras de lo políticamente correcto. Porque habla sobre la estupidez humana… Y decir estupidez humana es un contrasentido, pues la estupidez no existe por sí misma ni en sí misma ni en otro ser creado que no sea el ser humano.

            Y dice que la estupidez obedece a cinco leyes básicas, a saber: la primera es que subestimamos la cantidad de estúpidos que hay en el mundo. La segunda es que no está asociada ni condicionada por el dinero que se tenga, o por la educación que se reciba, o por la clase social a la que se pertenezca. Los estúpidos lo son de forma absoluta y de manera democrática y el porcentaje suele incrementarse exponencialmente. La tercera ley es que la estupidez es contagiosa y peligrosa. La cuarta es que también subestimamos la enorme capacidad que tiene el estúpido para hacer daño, dado que la estupidez es proclive a aliarse con cualquier tipo de fanatismo. Y ese se explica por la quinta ley, que es la propia definición de la estupidez: un estúpido es aquel que causa daño a los demás y a sí mismo, aún sin obtener ningún tipo de beneficio personal. O sea, la estupidez es hija de la ignorancia. Por eso los estúpidos suelen ser más peligrosos que los malvados. Un ejemplo gráfico e ilustrativo: Hitler fue un malvado, pero quienes lo pusieron en el poder fueron  unos estúpidos.

            Si pensamos un poco, el Bréxit de Gran Bretaña, el fenómeno Trump en EE.UU., o el suicida sentimiento nacionalista de Catalunya, son frutos de la estupidez, y de la subestima del número de estúpidos que se multiplican en el mundo, y de su capacidad para hacer daño, incluso a sí mismos, sin obtención de más beneficio que su propia desgracia. A poco que recapacitemos, el que el Reino Unido se haya instalado en una situación económica de alto riesgo, en Norteamérica esté gobernando un paranóico, o los catalanes se estén buscando la ruina y la división social más espantosa, no es culpa de unos políticos cretinos, ineptos, falsarios o mentirosos, sino de una cantidad ingente de estúpidos que los han apoyado en el desastre. Es la estupidez de la masa, o de una buena parte de la masa, la que es responsable absoluta y directa del resurgir de los populismos, los fanatismos y los fundamentalismos.

            Examinando las razones objetivas del fenómeno – triste fenómeno – de la estupidez, podemos llegar a equivocarnos si creemos que la estupidez se debe a una falta de inteligencia. Eso sería un error. Se puede ser inteligente a la vez que estúpido. De hecho, los políticos ingleses, americanos o catalanes son inteligentes, aunque sean relativamente estúpidos. No. Son seres inteligentes que se aprovechan de la estupidez de la gente que los vota, los apoyan y defienden. Es la estupidez ajena de la masa la que es rentablemente ordeñada por los estúpidos inteligentes. Así que no. La estupidez de la primera ley está más relacionada con la ignorancia que con la inteligencia. Y no existe mayor estupidez, ni más dañina, que la ignorancia plenamente asumida…

            Así que no se me ocurre más que repetir mi ya cansino credo. No hay otro antídoto que la cultura, pero la auténtica, la de verdad, la cultura del conocimiento, no la otra, la falsa, la que nos inyectan, la del circo y el consumismo. Cuanto más culta sea una sociedad, menos ignorante será, y por lo tanto, menos estúpida. La estupidez florece con la deformación y decae con la formación. Es lo único cierto. Ahora bien, podemos decir que no queremos saber nada, y cumplir así con la tercera ley de la estupidez. Y entrar a formar parte de ella. Como deseemos. Nosotros mismos…


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

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