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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

jueves, 10 de noviembre de 2011

EL VALOR DE LAS PALABRAS


Nos estamos cargando de la manera más irresponsable y de la forma más ignorante los conceptos y los significados de las palabras. Y, encima, lo hacemos quienes más deberíamos cuidarlas y respetarlas: los comunicadores, los periodistas, los cronistas, los comentaristas… Los – malos – profesionales de las palabras con las que se transmiten hechos e ideas son sus principales verdugos. Es posible que solo sea pura y dura incultura, pero así es. Abusamos de los adjetivos creyendo que así nos magnificamos a nosotros mismos, y lo que hacemos es ridiculizarnos a nosotros y a lo que intentamos transmitir. Tachamos de “magnífico”, “fantástico”, “maravilloso”, lo que tan solo es escasamente aceptable o razonablemente bueno, por ejemplo, y si algo fuese realmente extraordinario ya no tenemos calificativos con que definirlo, ya que los hemos malgastados en exageraciones que tan solo han falseado la realidad.
                   Pero, aparte de tal patetismo lingüístico, que tanto se da y se nota en los/las corresponsales televisivos sin ir más lejos, o en los noticieros, resulta nocivo en las declaraciones reivindicativas, en las manifestaciones interesadas, por lo que de manipulación supone sus desmesuras. Así hablamos de “abarrotado” lo que solo es un lleno corriente. Utilizamos “clasista”, “machista”, “racista”, “homófobo”, nada más que como intencionados superlativos para epatar. Usamos la palabra “holocausto” para calificar acciones que tienen de holocausto lo que yo tengo de santidad serenísima. En las últimas manifas de los profesionales de la sanidad catalana, se leía en una pancarta: “Recortar en sanidad es genocidio”… Genocidio, nada menos. ¡Habrase visto mayor rebuzno!. Aparte la irresponsabilidad, la falsedad, la infamia, la ruindad y la insidia de tal animalada, es que rebajan hasta lo innoble el valor y el significado del propio lenguaje.
                   Y cuando se falsean los conceptos, las ideas se prostituyen, y el idioma se corrompe. Porque el que lee u oye tales pseudodefiniciones, ya no sabe cuando es verdad o cuando una falacia. El otro día escuché a un tertuliano cultureta hipercatólico llamar “asesina” a una joven que había abortado por las razones que fuesen. Bien… entonces, ¿cómo llamar a un terrorista?, ¿un asesuperX?.. Por cierto, y hablando de terroristas, seguidores, aficionados o simples y vulgares maleantes, cuando un policía les sienta la mano, ya pasa a ser un “torturador”. O cuando las fuerzas del órden público sacan la porra en una manifestación, es que están empleando métodos “represores”, y aunque el sistema sea de lo más enclenque y medroso que haya parido gobierno alguno, será tachado de “fascista”.
                   Pero todo esto pasa porque los individuos de esta sociedad cretinizada nos creemos ombligos-mundi, y como cuando hacemos estrictamente lo correcto nos pensamos merecer un premio cum laude, pues en opuesta lógica, cuando nos vemos contrariados etiquetamos de lo peor del diccionario al que nos contraría, sea incorrecto, injusto, o tan estúpido como nosotros mismos, que ya es decir… Yo alucino ante el uso y costumbre de dar un homenaje, con diploma, sentidorecuerdos, relogdoro, loores, salvas y salves a los que se jubilan de sus puestos de trabajo. Se les reconoce, premia y valora tan solo que por cumplir con su obligación cobrando por ello según lo estipulado. Eso quiere decir entonces que lo normal es hacer lo contrario, o sea, defraudar en el trabajo, y si alguien es honesto y honrado, merece un premio… Pues nosotros mismos valoramos lo que somos… Existen dos cruces al mérito militar: con distintivo amarillo y con distintivo rojo. Al primer caído en Afganistán se le concedió la primera y le montaron un poyo al ministro del ramo de aquí te espero, ya que había de considerar “héroe” al fallecido en el cumplimiento de su oficio libremente elegido, así que se escagarrutaron en su flojera y le concedieron la de distintivo rojo… Vale, bueno, pero cuando un soldado, antes de que le den matute al pobre, salve la vida a sus camaradas, a un colectivo civil, a los niños de una escuela, no sé…, entonces, habrá que inventar un distintivo colorplus, digo yo…
                   Y es que, cuando damos una importancia mayor que la establecida a nuestros hechos, en realidad la estamos restando a la que podamos merecer. Pues lo mismo pasa con las palabras. Somos tan pobres de espíritu que no sabemos reconocer el valor que tienen. Y como las estamos rebajando, también rebajamos los hechos que representan, y en definitiva, nos rebajamos a nosotros mismos. Pero somos tan tontos que no nos damos cuenta.

sábado, 5 de noviembre de 2011

...PERO VOTE, COÑO...


El de la semana pasada ha hecho que mi person/e-mail estuviese más entretenido que nunca jamás lo ha estado. Gracias, muchas gracias… He recibido de dos tipos: Unos pocos de políticos que vuelan a mediana altura, o sea, ni águila ni tórtola, más bien avutarda, que, lógicamente, se les nota demasiado que huyen de mi canoro canto. Y unos muchos de hartados desmotivados que me cuentan que a la urna va a acercarse  el gilipollas del Tato. Que no merecen ni el esfuerzo de ir a votar. Pues bien, los primeros me preocupan muy poco, pero los segundos me preocupan  mucho…
                   Por eso mismo les dirijo este llamado, que a tiempo estamos. A ver si me explico. El no votar, o el votar nulo, no demuestra indignación alguna ni hartura ninguna, ni ese deseo de cambio del que tanto se habla, ni mucho menos el dárselas de progre. Es precisamente todo lo contrario. Es el más nefasto y absoluto inmovilismo para que las cosas sigan como están. Ninguno de los 350 escaños parlamentarios se va a quedar sin culo que lo cubra, por pocos votos útiles que salgan… Más bien al revés, salen reforzados. Y así los antisistema se convierten en prosistema, y los rebeldes pasan a ser reaccionarios… ¿Un ejemplo claro y diáfano?.. En las últimas catalanas no ganaron los nacionalistas porque la gran mayoría fueran de Ciu. Mentira. Falso. Es que solo votaron ellos y unos tantos más de los otros. Miren, la abstención fue nada menos que del 48%, y los votos de los nacionalistas catalanes fueron el 30% del resto. O sea, el nacionalismo barretino en realidad fue votado por el 15% de la población. O dicho en román paladino, el 85% de los catalanes se pasan el nacionalismo por la butifarra. Si Ciu se aupó al poder con la mayoría absoluta fue gracias a los que se quedaron en casa con la Montse y los nens… Pues con su pantumaca se lo coman.
                   ¿Lo comprenden, o entavía no..?. Ahora nos estamos quejando de Europa, que ya no nos hace cariñitos, pero cuando votamos la Constitución Europea, en España tan solo el 40% se molestó en votar… porque se lo mandaba el chip partidista posiblemente. El resto, en la playa. Así que no me vengan con cansados cuentos de cansados. Para cuentos, la Ley D´Hondt, que va contra el sistema natural, lógico y proporcional de los votos depositados en las urnas. Aquí, el que no supere una media (según comunidades) del 4% de tales votos, no moja, con lo que la abstención hace el porcentaje más pequeño y el saco más grande, lo cual facilita que los partidos principales se aúpen al machito y procuren eternizar el sistema bipartidista en propio beneficio de ambos dos. Esto es lo que un servidor de las monjicas decía en mi columna de la pasada semana. Solo eso. Tal y como ahora está el cotarro, donde apenas llega a media docena de partidos en que han de repatirse las migas, aproximadamente los tres o cuatro de la cola quedarían fuera o casi fuera de juego gracias a la Ley D´Hondt, así que sobre el 69% de la sartená quedaría a embucharla entre los dos, con suerte tres, de la cabeza… ¿Lo van entendiendo ya, leches..?. Por eso, cuanto más abstención, menos posibilidad de diversificación del voto, y mejor para poder aplicar el sistema más abusivo por menos proporcional.
                   De ahí lo de mi “ojo al voto, camoto” anterior. Lo que en verdad sorprende son los movimientos populares que por un lado quieren cargarse justamente tan injusto modelo, y por otro lado lo bendicen y refuerzan con la propuesta de no ir a votar. Es un contrasentido. Un absurdo tan ignorante como inútil. Un no me mates que yo te daré armas con que seguir matándome. Una genuína gilipollez, vaya… La democracia tiene de bueno que se pueden cambiar sus vicios desde sus propios mecanismos. Pero hay que hacerlo antes que los partidos oligarcas puedan pervertir y/o secuestrar esos mismos mecanismos. Si los usamos para corregir tales tendencias (ya saben aquello de que el poder, cuanto más absoluto más corrupto) o prescindimos de hacerlo, en definitiva siempre, siempre, será responsabilidad nuestra. Para bien, o para mal…
                   Pero, joer, no utilicen mis articuladas opiniones – por lo de artículos – para justificar lo que saben muy bien que es injustificable. Que no trago. Nadie de los que saben leer, entender y opinar es tan ignorante como para no tener conciencia de ello. Otra cosa es suicidarse por la adocenada comodidad de no querer pensar. Así que, ustedes disculpen que no pase por esas. A otro perro con ese hueso, o al revés:  que yo ya soy demasiado hueso para ese perro…

miércoles, 2 de noviembre de 2011

OJO AL VOTO, CAMOTO...


Tenemos encima inmediatas calendas electorales, y nos pillan bajo el signo de la pesadumbre, el desconcierto, la incertidumbre, el pesimismo, y lo que es peor, mucho peor, sin capacidad de reacción. Es como si nos hubiésemos abandonado a la fatal aceptación del capricho de los dioses. Dioses veleidosos e hijoputas, por cierto… La abrumadora dictadura de los mercados financieros, los falsos espejismos paradisíacos de la burbuja, el agotamiento del consumo sostenible, nos lleva a la ciega inercia de pensar que un muerto puede resucitar. Y creemos que el resucitador que lo resucite buen resucitador será. Y otorgamos poderes a quien se los aplica aún sin tenerlos. Es el mejor caldo de cultivo para consagrar el – entre ambos dos internamente consensuado por interesado – bipartidismo.
                   Porque nunca, jamás, hemos tenido unas elecciones bajo signo más bipartidista que éstas. Sucede, como decía Ray Lóriga, tal que un náufrago arrastrado en río revuelto junto a un par de troncos a la deriva, que, de vez en vez, se suelta de uno para agarrarse al otro, creyendo que tiene más posibilidades de salvarse, sin darse cuenta que ambos son zarandeados por la misma corriente. Nuestras mentes han sido educadas durante siglos para que pensemos bipolarmente. Dios y Satán, el payaso listo y el tonto, Barça y Real Madrid, cielo e infierno, Zipi y Zape, Pili y Mili, tú y yo, éste y aquel, el bueno y el malo de la peli, Rubalcaba y Rajoy… De ahí su pública lucha a la vez que su alianza privada. La alternancia tiende a eternizarse, bajo tácito e interesado acuerdo, legislando modelos electorales de exclusión a terceros.
                   Ahora se dan las circunstancias adecuadas para que ambos dos copen y ocupen el mapa del oportunismo político. Son el miedo y la preocupación. Se nos ha hecho pensar que cuando algo no marcha estando Pelé, es Melé quien nos lo va a solucionar. Sin embargo, a poco que nos fijemos estando libres de prejuicios preestablecidos, como son las filías y fobías con las que nos han anestesiado y amaestrado, nos daremos cuenta que son los mismos programas presentados con discursos distintos. La diferencia está en la competencia, pero no en la mercancía. Hasta la estrategia publicitaria de la imaginería es sospechosamente parecida. El Psoe ha abandonado en esta campaña su habaitual rojo, incluso ha sacrificado en sus murales el puño y la rosa, para adoptar un fondo azul demasiado parecido al del PP. El mensaje subliminal es claro: como la tendencia del elector es abandonar ese tronco para agarrarse al otro, mimeticémonos en lo posible como el contrario. Subconscientemente, el gran centro confundirá continente y contenido y algo repelaremos, chaval…
                   Lo demás es parafernalia. Un circo cada vez más innecesario. Cada uno llena su club con los suyos adaptando el foro al aforo para así dar la sensación de abarrotao… mas solo es un tinglao… Los cambios drásticos, como el que se espera, no ocurren por los condicionados incondicionales, si no por el desencanto de la gran masa, que es la que mueve el cotarro de un tronco a otro tronco, con la esperanza de que mejore el potaje que se nos está echando a perder. Nada más. Pero los programas de gobierno, si lo miran bien mirado, cada vez se disfrazan y ocultan más los contenidos entre la verborrea de típicos y tópicos puestos al día según el color de la cada vez más descascarillada ideología de cada cual. Y se ocultan porque se solapan. Porque, en el fondo, son los mismos. Y son los mismos, porque, en realidad, tampoco pueden ser otros…
                   Lo malo está en el desencanto del personal, agravado en su provocada miopía de las anteojeras. Pero lo cierto es que el cambio que se busca no está en las soluciones, que son las mismas, si no en la radical eliminación de los defectos, las corruptelas, el apañamiento, los privilegios, y el legislar para el propio ombligo de una clase cada vez más clase ante un pueblo cada vez más pueblo. El cambio no está en el voto cautivo, si no en el independiente y libre. El cambio se basa en las formas, en el no sometimiento a los nefastos poderes financieros y en el control de los mismos a favor de una comunidad global. El cambio se basa en desterrar los egoísmos y los intereses personales y de partido, y adoptar la extricta solidaridad por gobierno. El cambio se basa en una nueva manera de hacer política. Y esa nueva filosofía no se encuentra precisamente en los dos troncos arrastrados por la corriente que se venden como únicos. Así que habremos de esforzarnos en ver si hay algún otro por ahí más pegado a la orilla. Pero no a nuestra orilla, si no a la orilla de todos…