EL VALOR DE LAS PALABRAS


Nos estamos cargando de la manera más irresponsable y de la forma más ignorante los conceptos y los significados de las palabras. Y, encima, lo hacemos quienes más deberíamos cuidarlas y respetarlas: los comunicadores, los periodistas, los cronistas, los comentaristas… Los – malos – profesionales de las palabras con las que se transmiten hechos e ideas son sus principales verdugos. Es posible que solo sea pura y dura incultura, pero así es. Abusamos de los adjetivos creyendo que así nos magnificamos a nosotros mismos, y lo que hacemos es ridiculizarnos a nosotros y a lo que intentamos transmitir. Tachamos de “magnífico”, “fantástico”, “maravilloso”, lo que tan solo es escasamente aceptable o razonablemente bueno, por ejemplo, y si algo fuese realmente extraordinario ya no tenemos calificativos con que definirlo, ya que los hemos malgastados en exageraciones que tan solo han falseado la realidad.
                   Pero, aparte de tal patetismo lingüístico, que tanto se da y se nota en los/las corresponsales televisivos sin ir más lejos, o en los noticieros, resulta nocivo en las declaraciones reivindicativas, en las manifestaciones interesadas, por lo que de manipulación supone sus desmesuras. Así hablamos de “abarrotado” lo que solo es un lleno corriente. Utilizamos “clasista”, “machista”, “racista”, “homófobo”, nada más que como intencionados superlativos para epatar. Usamos la palabra “holocausto” para calificar acciones que tienen de holocausto lo que yo tengo de santidad serenísima. En las últimas manifas de los profesionales de la sanidad catalana, se leía en una pancarta: “Recortar en sanidad es genocidio”… Genocidio, nada menos. ¡Habrase visto mayor rebuzno!. Aparte la irresponsabilidad, la falsedad, la infamia, la ruindad y la insidia de tal animalada, es que rebajan hasta lo innoble el valor y el significado del propio lenguaje.
                   Y cuando se falsean los conceptos, las ideas se prostituyen, y el idioma se corrompe. Porque el que lee u oye tales pseudodefiniciones, ya no sabe cuando es verdad o cuando una falacia. El otro día escuché a un tertuliano cultureta hipercatólico llamar “asesina” a una joven que había abortado por las razones que fuesen. Bien… entonces, ¿cómo llamar a un terrorista?, ¿un asesuperX?.. Por cierto, y hablando de terroristas, seguidores, aficionados o simples y vulgares maleantes, cuando un policía les sienta la mano, ya pasa a ser un “torturador”. O cuando las fuerzas del órden público sacan la porra en una manifestación, es que están empleando métodos “represores”, y aunque el sistema sea de lo más enclenque y medroso que haya parido gobierno alguno, será tachado de “fascista”.
                   Pero todo esto pasa porque los individuos de esta sociedad cretinizada nos creemos ombligos-mundi, y como cuando hacemos estrictamente lo correcto nos pensamos merecer un premio cum laude, pues en opuesta lógica, cuando nos vemos contrariados etiquetamos de lo peor del diccionario al que nos contraría, sea incorrecto, injusto, o tan estúpido como nosotros mismos, que ya es decir… Yo alucino ante el uso y costumbre de dar un homenaje, con diploma, sentidorecuerdos, relogdoro, loores, salvas y salves a los que se jubilan de sus puestos de trabajo. Se les reconoce, premia y valora tan solo que por cumplir con su obligación cobrando por ello según lo estipulado. Eso quiere decir entonces que lo normal es hacer lo contrario, o sea, defraudar en el trabajo, y si alguien es honesto y honrado, merece un premio… Pues nosotros mismos valoramos lo que somos… Existen dos cruces al mérito militar: con distintivo amarillo y con distintivo rojo. Al primer caído en Afganistán se le concedió la primera y le montaron un poyo al ministro del ramo de aquí te espero, ya que había de considerar “héroe” al fallecido en el cumplimiento de su oficio libremente elegido, así que se escagarrutaron en su flojera y le concedieron la de distintivo rojo… Vale, bueno, pero cuando un soldado, antes de que le den matute al pobre, salve la vida a sus camaradas, a un colectivo civil, a los niños de una escuela, no sé…, entonces, habrá que inventar un distintivo colorplus, digo yo…
                   Y es que, cuando damos una importancia mayor que la establecida a nuestros hechos, en realidad la estamos restando a la que podamos merecer. Pues lo mismo pasa con las palabras. Somos tan pobres de espíritu que no sabemos reconocer el valor que tienen. Y como las estamos rebajando, también rebajamos los hechos que representan, y en definitiva, nos rebajamos a nosotros mismos. Pero somos tan tontos que no nos damos cuenta.

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