OJO AL VOTO, CAMOTO...
Tenemos encima inmediatas calendas electorales, y nos pillan bajo el signo de la pesadumbre, el desconcierto, la incertidumbre, el pesimismo, y lo que es peor, mucho peor, sin capacidad de reacción. Es como si nos hubiésemos abandonado a la fatal aceptación del capricho de los dioses. Dioses veleidosos e hijoputas, por cierto… La abrumadora dictadura de los mercados financieros, los falsos espejismos paradisíacos de la burbuja, el agotamiento del consumo sostenible, nos lleva a la ciega inercia de pensar que un muerto puede resucitar. Y creemos que el resucitador que lo resucite buen resucitador será. Y otorgamos poderes a quien se los aplica aún sin tenerlos. Es el mejor caldo de cultivo para consagrar el – entre ambos dos internamente consensuado por interesado – bipartidismo.
Porque nunca, jamás, hemos tenido unas elecciones bajo signo más bipartidista que éstas. Sucede, como decía Ray Lóriga, tal que un náufrago arrastrado en río revuelto junto a un par de troncos a la deriva, que, de vez en vez, se suelta de uno para agarrarse al otro, creyendo que tiene más posibilidades de salvarse, sin darse cuenta que ambos son zarandeados por la misma corriente. Nuestras mentes han sido educadas durante siglos para que pensemos bipolarmente. Dios y Satán, el payaso listo y el tonto, Barça y Real Madrid, cielo e infierno, Zipi y Zape, Pili y Mili, tú y yo, éste y aquel, el bueno y el malo de la peli, Rubalcaba y Rajoy… De ahí su pública lucha a la vez que su alianza privada. La alternancia tiende a eternizarse, bajo tácito e interesado acuerdo, legislando modelos electorales de exclusión a terceros.
Ahora se dan las circunstancias adecuadas para que ambos dos copen y ocupen el mapa del oportunismo político. Son el miedo y la preocupación. Se nos ha hecho pensar que cuando algo no marcha estando Pelé, es Melé quien nos lo va a solucionar. Sin embargo, a poco que nos fijemos estando libres de prejuicios preestablecidos, como son las filías y fobías con las que nos han anestesiado y amaestrado, nos daremos cuenta que son los mismos programas presentados con discursos distintos. La diferencia está en la competencia, pero no en la mercancía. Hasta la estrategia publicitaria de la imaginería es sospechosamente parecida. El Psoe ha abandonado en esta campaña su habaitual rojo, incluso ha sacrificado en sus murales el puño y la rosa, para adoptar un fondo azul demasiado parecido al del PP. El mensaje subliminal es claro: como la tendencia del elector es abandonar ese tronco para agarrarse al otro, mimeticémonos en lo posible como el contrario. Subconscientemente, el gran centro confundirá continente y contenido y algo repelaremos, chaval…
Lo demás es parafernalia. Un circo cada vez más innecesario. Cada uno llena su club con los suyos adaptando el foro al aforo para así dar la sensación de abarrotao… mas solo es un tinglao… Los cambios drásticos, como el que se espera, no ocurren por los condicionados incondicionales, si no por el desencanto de la gran masa, que es la que mueve el cotarro de un tronco a otro tronco, con la esperanza de que mejore el potaje que se nos está echando a perder. Nada más. Pero los programas de gobierno, si lo miran bien mirado, cada vez se disfrazan y ocultan más los contenidos entre la verborrea de típicos y tópicos puestos al día según el color de la cada vez más descascarillada ideología de cada cual. Y se ocultan porque se solapan. Porque, en el fondo, son los mismos. Y son los mismos, porque, en realidad, tampoco pueden ser otros…
Lo malo está en el desencanto del personal, agravado en su provocada miopía de las anteojeras. Pero lo cierto es que el cambio que se busca no está en las soluciones, que son las mismas, si no en la radical eliminación de los defectos, las corruptelas, el apañamiento, los privilegios, y el legislar para el propio ombligo de una clase cada vez más clase ante un pueblo cada vez más pueblo. El cambio no está en el voto cautivo, si no en el independiente y libre. El cambio se basa en las formas, en el no sometimiento a los nefastos poderes financieros y en el control de los mismos a favor de una comunidad global. El cambio se basa en desterrar los egoísmos y los intereses personales y de partido, y adoptar la extricta solidaridad por gobierno. El cambio se basa en una nueva manera de hacer política. Y esa nueva filosofía no se encuentra precisamente en los dos troncos arrastrados por la corriente que se venden como únicos. Así que habremos de esforzarnos en ver si hay algún otro por ahí más pegado a la orilla. Pero no a nuestra orilla, si no a la orilla de todos…
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