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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

sábado, 30 de mayo de 2020

CONCLUSION(ES)


Permítanme terminar la serie coronavírica – de momento al menos – contándoles una historia que no es un cuento, aunque bien puede serlo: Existía un pequeño poblado de arapahoes en lo alto de una colina boscosa, en cuyo hábitat vivían satisfechos y con los medios necesarios a su alrededor para una estable subsistencia. Vivían felices y contentos de sus trabajos y sus fiestas hasta que, un crudo invierno, uno de los osos de las colonias que habitaban aquellas latitudes, se volvió especialmente dañino, y comenzó a atacar indiscriminadamente a los indios, y a matar a los pobladores de aquella tribu, diezmándolos, hasta que el lugar se convirtió en un serio peligro para sus moradores . Reunidos jefes y chamanes en busca de una solución, optaron por confinarse en su perímetro para protegerse. Durante unos meses se redujeron las víctimas al mínimo, pero los recursos de la comunidad mermaron hasta el punto que la pobreza y la necesidad se convirtió en una amenaza añadida, casi peor que la del oso loco…

                …Así que decidieron cambiar a otra opción, dado que el oso no moría por efecto del hambre, pero ellos sí podían hacerlo. Y pensaron que, mientras no dieran con la manera de acabar con el depredador, lo mejor sería aprender a burlarlo, guardándose de él, aprendiendo sus costumbres, sabiendo esquivarlo, conociendo su forma de atacar, sus lugares preferidos donde hacerlo, su manera de actuar… en una palabra, siendo más inteligentes que él. Por lo tanto, empezaron a salir de sus “tippis” y comenzaron sus labores diarias de supervivencia, arriesgando lo justo y necesario. Mientras encontremos al cazador – se dijeron – algunos más caerán, pero al menos la mayoría salvaremos nuestras vidas…

                Si fuera una película, se diría en los créditos aquello de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”., pero como es un cuento sacado de la más cruda y reciente realidad, no tiene ninguna coincidencia, más la que cada uno le quiera dar… Hemos estado confinados en nuestras tiendas pensando que nuestra resistencia sería mayor que la del oso Cóvid, pero no ha sido así. Nosotros nos hemos debilitado, mientras el oso Cóvid sigue olfateándonos ahí fuera, y merodeándonos. De hecho, aunque parezca una triste broma, parece que ha quién hemos puesto en cuarentena es a él, a dieta, mientras nosotros nos acuartelábamos. Pero esa estrategia ya no sirve. Hemos acabado con nuestras provisiones y el bicho sigue vivo y al acecho, y hambriento tras una temporada de ayuno por racionamiento. En realidad, está saciándose en tribus alejadas y vecinas, hartándose a muertes, en el oriente próximo, el sudeste asiático, hispanoamérica, superando ya los cien mil muertos. El virus se está retroalimentando en otras partes del mundo y bien puede caer de nuevo sobre nosotros, puesto que no ha dejado de estar aquí, con nosotros. Seamos realistas.

                Lo que ahora está pasando en nuestro país es que están surgiendo brotes, mejor dicho, rebrotes, (Benífar, Totana, Benidorm, Villajoyosa, Archena…) que marcan esa “nueva normalidad”. En cuanto haya un descuido, el menor descuido, el virus se expandirá otra vez, afirman los epidemiólogos. Y esos mismos expertos avisan de que establecer las medidas de protección y seguridad es el único arma que tenemos para mantener a raya al bicho, hasta que, al igual que en el otro cuento, el de Caperucita, el cazador venga y mate al lobo. Es lo que asegura el Catedrático de Salud Pública de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, García Benavides: “A partir de hoy, habremos de vivir en un mundo con menos certezas, hasta que aparezca la vacuna”, u otro aviso de nuestros científicos e investigadores, tan básico como importante: “los centros de trabajo, de abastecimiento y de ocio son peligrosos y potenciales focos de contagio”… La cuestión (y esto resulta elemental) es que el trabajo y el abastecimiento son necesarios, pero el ocio no lo es… aunque nos empeñemos en pensar lo contrario. Hay pues, unas prioridades.

                Y este es uno de los “busilis” de la cuestión, queridos. Que los centros de trabajo y/o de abastecimiento son los que se pueden acondicionar y mejor se pueden controlar, mucho mejor, para intentar evitar el contagio, que los centros de ocio. Y estos últimos, por dos razones esenciales: porque ahí actuamos de una forma más relajada, desinhibida e irresponsable que en los otros, y porque son los que se prestan a mayores concentraciones de personas (conciertos, partidos, botellones, fiestas, procesiones, y un largo etc.) y ahí se nos va la cabeza y la prudencia bastante más que en los primeros.

                Pero ahora ya, la responsabilidad reside más en cada arapahoe que en el chamán o el jefe de la tribu. El brujo solo puede intentar curarnos, pero solo nosotros podemos intentar cuidarnos. El tótem ya no nos va a proteger de ninguna alimaña de la que no nos protejamos nosotros mismos. Va a haber rebrotes en muchos sitios, más leves o más graves, por causas de inevitabilidad los menos, y de irresponsabilidad los más. Estoy seguro. Y las autoridades sanitarias de cada comunidad tendrán que estar muy atentas a sofocarlo, y las autoridades municipales y regionales muy dispuestas a imponer severos castigos y a sancionar cualquier desliz sin paliativos. Los indios del cuento solo obedecen a dos razones: o a la propia inteligencia o al castigo ejemplar. En la última fase, donde se fía en el sentido común de las personas, y más cuando el incivismo de una puede costarle la vida a muchos, solo cabe la mano dura.

                El rebrote que se ha dado en Binéfar de 300 casos, si no se controla ipso-facto, puede volver a infectar a España entera, por ejemplo. Y eso solo se puede impedir con una furibunda respuesta a los que lo han provocado. “Cortadles la cabeza, pues de todos modos no tienen cabeza”, dijo la Reina de Corazones. Pues eso, que las corten…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo



sábado, 23 de mayo de 2020

ANÁLISIS (casi) FINAL



                Las fases de des-escalada de la crisis coronavírica van avanzando. A trancas y barrancas, asimétricamente, entre fallos y aciertos, pero ahí van, a base de normas, leyes, riesgos y cautelas, y meteduras de pata, que de todo hay. Desde que empezó el confinamiento con el cuento de María Sarmiento, he ido acompañando semanalmente esta crónica desde el paso del tiempo, que no del virus (dado que el virus no ha pasado, pues sigue entre nosotros), pero durante más de dos meses, mi tema ha sido ajustado al monotema, y pienso, no sé, quizá, que será ya tiempo de ir introduciendo otros de distintos intríngulis, a fin de volver a empezar los que dejé atrás y comenzar a desgranarlos en esta nueva normalidad. Así que quizá éste sea el último, dedicado a conclusiones – o el penúltimo, que nunca se sabe – de una serie que empieza ya a cansar. Vamos, que digo yo, claro…

                Y hablo de la nueva normalidad porque es posible que tras las últimas etapas del citado desconfinamiento, nuestras existencias tengan que centrarse en convivir con el virus, y no a esconderse del virus. Quizá debamos aprender a evitarlo, pero no a ocultarlo, puesto que nos va a acompañar hasta que la vacuna nos separe. Y aún así, siempre estará ya con nosotros. El mensaje último es claro: seguimos inermes ante el bicho, no estamos inmunizados, al igual que al principio, en un 95% somos presa fácil de la infección. Tan solo se ha conseguido – y tampoco es poco – no sobrepasar nuestra capacidad de respuesta sanitaria, no desbordar nuestro sistema de salud, y además, a un costo brutal, tanto económico como en vidas humanas. Y este precio ha sido tan enorme que no nos permite seguir batiéndonos en retirada (quedatencasa) si no plantar y plantear la batalla a campo abierto, desde la vida normal, que ya no digo yo natural…

                Con la experiencia conseguida en estos meses de replegamiento, las armas que más a mano tenemos, y la prudencia e inteligencia que seamos capaces de desplegar, habremos de plantarle cara en nuestro día a día, hasta que sea definitivamente derrotado, si es que existe – yo no lo creo – la derrota absoluta. Sabemos cómo y dónde ataca a las personas, así que la estrategia es relativamente sencilla: no acudir en lo posible a tales trampas, y procurar no promover, también en lo posible, tales situaciones. Tan solo que con esas precauciones tendremos media guerra ganada… Otra cosa, claro, es que esas bandadas que vemos de jóvenes alucinados y adultos descerebrados nos introduzcan un Caballo de Troya que nos haga atrasar todo lo adelantado, y nos devuelva al principio del conflicto. No obstante a eso, repito, es mejor aislarlos a ellos, que aislarnos a todos. Lo primero es una solución, lo segundo es un suicidio. Y eso solo puede conseguirse de una sola y única manera: con algo de educación y con mucha cultura.

                He leído por ahí que, en México, es tal desastre en ese sentido, que los hospitales han tenido que desarrollar sistemas eminentemente prácticos como instalar camas-ataudes de cartón reciclable. Si en el enfermo sale con vida, se marcha a casa y el artefacto se quema, y si la espicha, se le coloca la tapa y todo al hoyo. Ignoro si tal noticia será cierta o una exageración. Pero es la forma desesperada en que se ilustra la acción cuando una pandemia se va de las manos. Allí también pasará, solo es cuestión de inmunizar a la población a base de muertos. Tiempo y muertos, es la fórmula de siempre. En la antigüedad, las epidemias se agotaban a sí mismas por ese método natural: tras una espeluznante mortandad, los pocos que quedaban eran inmunes y la peste remitía, y se consumía hasta extinguirse por sí sola. De la Edad Media aquí, creo que, al menos eso, lo habremos aprendido. De modo que solo nos queda obrar en consecuencia, o dejar que se repita el mismo sistema. Así que nosotros mismos.

                Luego viene una segunda parte, no menos importante, y es analizar qué ha producido este Cóvid-19, o porqué se ha producido. Desde el principio siempre he creído que los virus, que viven con nosotros desde que nosotros existimos, se vuelven nocivos cuando la propia naturaleza de todos también se vuelve nociva. Entonces salta el sálvese el que pueda en esa misma naturaleza. La crisis climática y el desastre ambiental es lo que ha producido tal aviso (otro más, el último, entre muchos anteriores). Recientemente, investigadores del CSIC, junto a otros científicos internacionales, han publicado estudios que demuestran que eso es así. Y que el ébola, el sida, las gripes aviar, porcina, etc. y este Cóvid-19, tienen su caldo de cultivo en el cambio climático forzado por nuestra nefasta actuación sobre la naturaleza. A su cadena de transmisión la llaman zoonósis. Los animales se infectan de un medio natural contaminado y se convierten en el vehículo que lo pasan al ser humano.

                Así pues, las conclusiones son claras: habremos de elegir entre una existencia basada en mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancias de seguridad y destierro de besos y abrazos, como una nueva normalidad muy poco normal, o cambiar nuestra forma de vida drásticamente, y volver a la más cercana, afectiva, humana, próxima y natural de la vieja normalidad… Me temo que no hay términos medios. Y no ignoro que los propios intereses económicos, empresariales, e incluso políticos, no están por la labor, si no más bien en contra de ello. Y que, al igual que hicieron la labor de camaleonizarse con lo del cambio climático para que nada cambie y siga lo mismo, también lo harán con esto. Y sacarán beneficio de vendernos seguridad, no de acabar con la amenaza. Ninguno de ellos va a terminar con una sociedad basada en el consumo desaforado del que ellos medran y se enriquecen… O lo hacemos las víctimas, o entre todos nos enterraremos a nosotros mismos. Creo que fue Cristo quién lo dijo en uno de sus Evangelios: “dejad que los muertos…”
               
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo



sábado, 16 de mayo de 2020

QUE DIGO YO...



                Estamos finalizando la primera fase de desescalada – o escalada, según desde donde se mire – de las medidas impuestas por la pandemia, y a punto de comenzar la segunda. Y el gobierno, y nosotros, seguimos con una inseguridad de cuerpo y unas dudas de mente que no sabemos por dónde tirar. Estoy hablando, sobre todo, de aquellos a los que nos clavaron con una chincheta en las paredes de nuestras casas, puesto que los demás solo tienen que ajustarse al plan de movilidad prevista, y a guardar las normas indicadas. Tampoco debería de ser tan difícil. Pero lo es, sin duda alguna. Solo tenemos que ver cómo nos estamos comportando apenas han abierto un poco la puerta del chiquero. Como auténticos asnos. Amontonándonos para hacer ejercicio (todos, a la vez, y en los mismos lugares), en las terrazas de los bares, en los zocos de nuestros mercados, en los quicios de las iglesias o en las fiestas callejeras que nos montamos. Yo no sé si habrá que achacárselo a nuestro carácter meridional, o a la escasa cultura, o a la aún más escasa educación, pero el caso es que la cosa es así…

                En estas fases intermedias tenemos más responsabilidad la propia ciudadanía que el propio gobierno, dado que cualquier Estado carece de fuerza pública suficiente como para vigilarnos a todos y cada uno de nosotros, a todas las calles y plazas, ni todas las carreteras del país. Es material y humanamente imposible. Luego la responsabilidad reside únicamente en el ciudadano. Otra cosa es, ya digo, que nos tomemos esto como el moño de la tía Bernarda. Puro incivismo. Que aquí, mucho aplauso en los balcones y en los espejos, y mucho héroe por aquí y por allá, y mucho guión temático para tocar la fibra, y mucha pose social, pero a la hora de la verdad, cuando hay que demostrarlo, nos amogollonamos como la mojama, dado que nos encanta hacinarnos como las ovejas… En este punto, la absoluta irresponsabilidad que está demostrando Vox y sus chupalrededores peperos, incitando al borreguerío de clase a manifestarse en las calles contra el gobierno en nombre de una falsa y malparida libertad (los defensores de la dictadura y alabarderos franquistas, hablando de derechos humanos) linda con lo criminal. Les importa poco que la gente se infecte, solo les vale el bastardo fondo de sus intereses.

                Pero, hablando de infección… adviertan vuesas mercedes que ahora la trompeta del apocalipsis público ya no pone el acento en los infectados, si no que la alarma está en los no infectados, que somos el 95% de los españoles. O sea, nos hemos tragado un par de meses encerrados en nuestros agujeros, hemos arruinado el país y a centenares de miles de pequeños empresarios, para ahora venir y advertir que todo el mundo sigue en riesgo de pillar el Cóvid.19 de los collons, porque no estamos inmunizados. Esto es, el coronavirus sigue ahí fuera, y nosotros, la población, estamos tan inermes como al principio. Yo me pregunto si entonces esto habrá servido de algo, aparte de la ruina económica, claro… Aquí, en Murcia, por ejemplo, no llega al 2% la “inmunidad de rebaño”, que es el nombre científico (muy bien puesto, por cierto) de esto… Y también me pregunto si, al final, es bueno contagiarse o no contagiarse, o si es malo ambas cosas, viendo la que ahora nos están colando: que estamos tan indefensos como al principio. Ahora resulta, por no salirnos del ejemplo regional, que si vienen a saco los de las segundas residencias, y los temidos madrileños, que, por otro lado, se les está esperando como agua de mayo para nuestros exhaustos bolsillos, nos van a meter el coronavirus hasta el fondo y nos va a llegar para Octubre un pico de pandemia que ni el del Teide… ¿En qué carajo quedamos entonces?.. Al principio, mucho meternos miedo con el contagio, y ahora mucho meternos miedo con el no contagio…

                Al final va a llevar razón el experto al que me refería en mi artículo de la semana pasada. En que hemos traginado tan mal la gestión pandemítica ésta, que nos hemos arruinado para nada (vuelvan a leerlo, por favor, todavía anda rulando por esas redes de Dios y del demonio). Ahí se decía que lo importante era inmunizar a la población en el tiempo, sin sobrepasar la capacidad de los sistemas sanitarios, y con las menos bajas posibles. Eso es todo, y punto y pelota. La fórmula era frenar (no parar) la economía , y enclaustrar el mínimo de población posible (el de mayor riesgo), pero en modo alguno chaparlo todo y esperar a que escampe. Eso vale en una tormenta, pero no en una epidemia. Ahora tenemos que estamos como pipiolos ante la enfermedad, empeñados hasta las cejas, y con el mismo riesgo de que un pico colapse la sanidad pública.

                Por lo tanto, el gobierno ha jugado su baza como ha podido y sabido, pero si ahora los ciudadanos no jugamos las nuestra (nos toca a nosotros) con seriedad, prudencia y responsabilidad, como hay que gestionarla, nos va a explotar el bicho en pleno culo, y no podremos quejarnos y lamentarlo luego porque la culpa habrá sido solo nuestra. Salvo que seamos como aquellos epicúreos que les daba igual cagarla si era comiendo, y sepan disculpar lo escatológico de la frase… O salvo también que le demos la razón a aquel dicho de que un español es el tipo que en la cárcel es un bendito y en la calle un maldito… Así que, nosotros mismos…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo



jueves, 7 de mayo de 2020

PENSEMOS MIENTRAS PODAMOS



                Por supuesto que la reflexión de hoy no va con ningún ánimo de crítica para cómo se ha gestionado la crisis coronavírica. A nivel mundial ya se sabe, mal de muchos, consuelo para nadie… Además, aquí, en nuestro país, suele tomarse de dos maneras: si es contra los otros, pues que muy bien, pero si es contra los míos, pues que muy mal. Lo tengo archisupercomprobado. No damos para mucho más. Polarización pura y dura. Pero no es esto. Aquí, como decía mi amigo el cura, “metámonos tós y sálvese el que pueda”. Además, para mi disculpa o para mi condena – depende d´ande soplen los vientos  - esta idea se la leí en un extenso artículo a un representante, o funcionario, de la OMS en un periódico nacional. Mi único pecado pues es alinearme con su, creo que docta, opinión (así se evitarán los contrarios la molestia de descalificarme como lego en la materia), que quién me creo que soy yo, que qué se yo de estas cosas, que no me documento bien… en fin, ya saben.

                Y decía este experto que la pandemia del Cóvid-19, a su entender, no se había gestionado como tenía que haberse hecho, o sea, con agilidad pero desde la serenidad. Y que se ha fallado en ambas cosas. Me explico… ósea, se explica: parece ser que al no reaccionar en su momento y hacerlo tarde, se entró en el pánico, y entonces se obró según el “sálvese quién pueda”, y ahora cosechamos los resultados de ello: una crisis económica global donde muchos países, entre los que cita a España como los más tocados, van a quedar seriamente dañados para muchos años, si bien, asegura, en una recesión mundial, se nota menos… Ya saben, en el país de los tuertos, los ciegos son menos ciegos… En fin, que el miedo por las consecuencias de no haber actuado con cabeza y frialdad, es un mal consejero, y mucho menos en medio de una desbandada.

                Aseguraba que, nada más producirse los primeros indicios de casos, y sabiéndose (porque se sabía) de la virulencia de su contagio, se tenían que haber prohibido todas las opciones de espectáculos multitudinarios, de la naturaleza que fuesen, limitar los hacinamientos, cerrar todo lo que conlleve tal opción, y obligar a la población a tomar medidas profilácticas, de protección y distanciamiento, y difundir normas de asepsia llegado el caso, pero no un estado de alarma general que paralice las economías de los países. Lo explica de otra forma también: de todas las medidas, ir tomando gradualmente desde las de mayor calado y riesgo a las de menor, hasta ver de estabilizar la situación, pero no todas de golpe. Y tests a porrillo para toda la ciudadanía, los positivos, a casa, los negativos, a la calle. Se hubieran conseguido varias cosas: una meseta sostenida con tendencia a la disminución, pero sin picos que colapsan los sistemas sanitarios, un mayor y mejor control de la epidemia, y, casi con toda posibilidad, el no colapso de las economías nacionales. Y repite, que una cosa es paralizar parcialmente, por sectores, los de mayor riesgo, y otra paralizarlo todo. Incluso aventura que, al final, las inevitables muertes, poco más o menos, hubieran sido las mismas.

                Por supuesto, esto es opinable, pero tiene mucho sentido común. Primero, por no tomar medidas a tiempo, se provoca un estado de pánico, tanto en la población como en los dirigentes, y luego, se paraliza absolutamente el país por efecto de ello. Con todo lo que eso supone en ambos casos: un sistema sanitario desbordado y sin medios (las carencias aparecen en los colapsos) y una ruina económica para todo el mundo. Aún y hoy cuando escribo esto, al borde ya de la I Fase de la remontada (7/5), en La Opinión leo que aquí se han mandado retirar otras 30.000 mascarillas que no reúnen las mínimas condiciones, y en El País, que en Madrid se estaban retirando también 50.000 tests que no valen para nada. Esto no para. A casi dos meses desde que empezó el baile y aún siguen produciéndose vergonzosos fiascos en la dotación de material sanitario, que más que de hecho parecen de deshecho. Pero que están pagándose con riguroso dinero público… “Algo huele mal en Dinamarca”, que diría el príncipe Hamlet… Y me perdonen esta digresión, que es un añadido al tema. Aunque viene a cuento, y se carga a cuenta…

                Estábamos tratando del tratamiento, valga la redundancia, de la pandemia. Se podrá argüir con todo derecho, que una vez pasado el toro todos son toreros. Sí, es más que posible, si no fuera por que existe un país europeo que lo hizo así, y ha capeado el temporal sin cerrar su economía ni encerrar a la gente en casa. Se trata de Suecia. Allí se reaccionó antes que aquí, cuando apenas rondaban los 800 casos, y aplicaron las medidas que se explican: distancia social, medidas asépticas obligatorias y prohibición de eventos masivos. Tal cual. España reaccionó pasados los 8.000 casos, y obró como Santiago matamoros: cerrando España. La diferencia en los resultados es demasiado evidente como para no reconocerla. Se puede negar la evidencia, pero solo caben dos cosas: el disimulo y el “en toas partes cuecen habas”…

                En fin, lo pasado, pasado está. Ahora toca asumirlo y entenderlo, pero sería imperdonable no aprender de las consecuencias. Lo de las vidas humanas, reconozcámoslo, es un recurso demagógico que utilizan todos los políticos, derechas, izquierdas y ultrambos, tanto para atacar, como para defender o justificar. Pero en el fondo, lo que no se quiere de ningún modo, es que los sistemas sanitarios públicos salten por los aires. Todo lo que sea asumible también resulta admisible… ¿a que ustedes me entienden?. Pues eso.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo



viernes, 1 de mayo de 2020

¿QUÉ NORMALIDAD..?



En mi época de crío, la normalidad era que la gente muriese a chorrete por la causa que fuere. Todo el mundo aceptaba el riesgo y la fragilidad de la existencia como algo perfectamente natural, y por lo tanto, normal. Los viejos, porque para eso eran viejos, y estaban en disponibilidad de ser llamados a filas, celestiales o infernales, pero eso era otra cantata eclesial. Mas allí estaban, esperando el toque de corneta. Y los niños, pues porque eran pequeños, proyectos de adultos, personas en proceso de hacerse, y claro, cualquier cosa podía tumbarlos. Además, se sumaba a eso la situación de posguerra aquella, para mayor problema de salud… A una viruela, un sarampión, un tifus, una gripe mal venida, se le añadía el hambre (otros prefieren decir necesidad) y el resultado era una cuasi-epidemia permanente. El verano por las cagaleras y el invierno por los fríos – porque aquellos inviernos eran fríos de helar – componían una situación de normal normalidad para todo el mundo. Era una forma de sobrevivir viviendo, pues se habían pasado épocas peores. Una manera de verlas venir, o sea, “a ver si el que viene la diña menos gente, tío Vicente, que vaya un añico que llevamos”…
                Hoy diríamos que es no es normal. Y pensamos así porque hemos perdido la costumbre de morirnos por causas que antes llamábamos naturales, y hoy las creemos innaturales… Cuidado, no estoy poniendo en tela de juicio si lo de entonces era mejor o ahora es peor, que, lógicamente, en materia de adelantos médicos y sanitarios no hay discusión alguna. No. Solo pongo el acento en el concepto de “normalidad”, que no es el mismo, ni mucho menos. Lo normal hoy, precisamente, es combatir, enfrentarse y no aceptar la normalidad de ayer. Oponernos a ella como si nos fuere la vida en ello, o a lo peor por eso mismo, porque nos va la vida en ello. Así que, mientras ayer seguíamos nuestra elemental norma – que de ahí viene normalidad – de vivir la vida de cada día en su normal transcurrir, hoy nos encerramos en casa, nos aislamos de una existencia contaminante y de unos prójimos infectantes. Igual que antes como básica prevención, pero que hoy ya no lo vemos como aquella normalidad. Entonces lo normal era arriesgarse, ahora es reservarse… De hecho, lo cierto, la verdad, es que cuanto más avanza la ciencia médica, más miedo tenemos, más cobardes somos, más nos guardamos, menos nos exponemos… Es otra clase de normalidad diferente. Muy distinta a la que conocimos.
                Pero es que últimamente se nos anuncia, se repite machaconamente, y se nos habla de una “nueva normalidad”, como un concepto nuevo de normalidad… Estamos volviendo, se nos dice, a “una nueva normalidad”. Vale. Lo primero que habría de preguntar, visto lo visto, es ¿qué significa normalidad?, porque cada época, cada sociedad, y hasta puede que cada individuo, difiera y matice su propia idea de normalidad, incluso aplicado a lo que estamos viviendo. Y lo segundo, ¿qué encierra el adjetivo de “nueva”?.. Porque aquí, ni políticos, ni sociólogos, ni epidemiólogos, ni nadie, son capaces de arriesgar una respuesta concreta. Ninguno sabe en qué, ni de qué, ni cuándo, ni cómo, va a consistir esa novedad. Lo único que te dicen es que las otras normalidades anteriores ya no valen. Que solo sirve una nueva que no saben de qué va. Muchos dicen “bueno… es una realidad transitoria hasta que se encuentre la vacuna”. Pero no, ya no, porque luego, después, vendrá otro virus distinto, coronado o no, y entonces estaremos siempre igual, con la misma murga, una y otra vez, ahora toca, ahora no toca, hasta que nos demos cuenta que esa normalidad no puede ser normal. O cambiamos la manera de vivir y entender la vida, o habremos de educarnos para estar siempre confinados, siempre condicionados, siempre controlados… Y todo, por no querer aceptar que hemos desnaturalizado una naturaleza donde ya nos es difícil encontrar y practicar una normalidad normal.
                Por eso que yo le tengo aversión, y aprensión, a los augurios que nos hablan de una “nueva normalidad” que parece más anormal que normal, y que tan insistentemente se nos anuncia… Miren ustedes, si se trata de algo transitorio hasta reconciliarse con todo lo humano, lo admitiré, claro, pero todo lo que es transitorio no es normal. Es puntual, mientras se vuelve a la normalidad. Lo excepcional no debe considerarse normal., ¿estamos de acuerdo en eso?.. Pero si la puñetera normalidad que nos quieren vender es convertirnos en una sociedad aséptica, distanciada en sí misma, alejada de toda proximidad humana (no hablo de hacinamientos absurdos), donde las relaciones entre personas van a estar medidas, protocolarizadas e impuestas, y donde va a desaparecer todo signo de calor, afectividad, cercanía, e incluso convivencia, como ha sido hasta hace poco, a mí, desde luego, no me vale.
                Y no me sirve, porque no es una normalidad a la que me pueda acostumbrar. Lo rechazo. Conmigo que no cuenten, no quiero acostumbrarme a ella habiendo conocido otra clase de normalidad más humana que esa. Si me dejan elegir, prefiero la de chiquillo, y que la naturaleza, la suerte, Dios o la providencia obren según su efecto, o su defecto… No me queda tanta vida como para desperdiciarla queriendo guardarla. Porque, miren… eso sí que no es normal.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ