CONCLUSION(ES)
Permítanme
terminar la serie coronavírica – de momento al menos – contándoles una historia
que no es un cuento, aunque bien puede serlo: Existía un pequeño poblado de
arapahoes en lo alto de una colina boscosa, en cuyo hábitat vivían satisfechos
y con los medios necesarios a su alrededor para una estable subsistencia.
Vivían felices y contentos de sus trabajos y sus fiestas hasta que, un crudo
invierno, uno de los osos de las colonias que habitaban aquellas latitudes, se
volvió especialmente dañino, y comenzó a atacar indiscriminadamente a los
indios, y a matar a los pobladores de aquella tribu, diezmándolos, hasta que el
lugar se convirtió en un serio peligro para sus moradores . Reunidos jefes y
chamanes en busca de una solución, optaron por confinarse en su perímetro para
protegerse. Durante unos meses se redujeron las víctimas al mínimo, pero los
recursos de la comunidad mermaron hasta el punto que la pobreza y la necesidad
se convirtió en una amenaza añadida, casi peor que la del oso loco…
…Así que decidieron cambiar a
otra opción, dado que el oso no moría por efecto del hambre, pero ellos sí
podían hacerlo. Y pensaron que, mientras no dieran con la manera de acabar con el
depredador, lo mejor sería aprender a burlarlo, guardándose de él, aprendiendo
sus costumbres, sabiendo esquivarlo, conociendo su forma de atacar, sus lugares
preferidos donde hacerlo, su manera de actuar… en una palabra, siendo más
inteligentes que él. Por lo tanto, empezaron a salir de sus “tippis” y
comenzaron sus labores diarias de supervivencia, arriesgando lo justo y
necesario. Mientras encontremos al cazador – se dijeron – algunos más caerán,
pero al menos la mayoría salvaremos nuestras vidas…
Si fuera una película, se diría
en los créditos aquello de que “cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia”., pero como es un cuento sacado de la más cruda y reciente
realidad, no tiene ninguna coincidencia, más la que cada uno le quiera dar…
Hemos estado confinados en nuestras tiendas pensando que nuestra resistencia
sería mayor que la del oso Cóvid, pero no ha sido así. Nosotros nos hemos
debilitado, mientras el oso Cóvid sigue olfateándonos ahí fuera, y
merodeándonos. De hecho, aunque parezca una triste broma, parece que ha quién
hemos puesto en cuarentena es a él, a dieta, mientras nosotros nos
acuartelábamos. Pero esa estrategia ya no sirve. Hemos acabado con nuestras provisiones
y el bicho sigue vivo y al acecho, y hambriento tras una temporada de ayuno por
racionamiento. En realidad, está saciándose en tribus alejadas y vecinas,
hartándose a muertes, en el oriente próximo, el sudeste asiático, hispanoamérica,
superando ya los cien mil muertos. El virus se está retroalimentando en otras
partes del mundo y bien puede caer de nuevo sobre nosotros, puesto que no ha
dejado de estar aquí, con nosotros. Seamos realistas.
Lo que ahora está pasando en
nuestro país es que están surgiendo brotes, mejor dicho, rebrotes, (Benífar,
Totana, Benidorm, Villajoyosa, Archena…) que marcan esa “nueva normalidad”. En
cuanto haya un descuido, el menor descuido, el virus se expandirá otra vez,
afirman los epidemiólogos. Y esos mismos expertos avisan de que establecer las
medidas de protección y seguridad es el único arma que tenemos para mantener a
raya al bicho, hasta que, al igual que en el otro cuento, el de Caperucita, el
cazador venga y mate al lobo. Es lo que asegura el Catedrático de Salud Pública
de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, García Benavides: “A partir de
hoy, habremos de vivir en un mundo con menos certezas, hasta que aparezca la
vacuna”, u otro aviso de nuestros científicos e investigadores, tan básico
como importante: “los centros de trabajo, de abastecimiento y de ocio son
peligrosos y potenciales focos de contagio”… La cuestión (y esto resulta
elemental) es que el trabajo y el abastecimiento son necesarios, pero el ocio
no lo es… aunque nos empeñemos en pensar lo contrario. Hay pues, unas
prioridades.
Y este es uno de los “busilis”
de la cuestión, queridos. Que los centros de trabajo y/o de abastecimiento son
los que se pueden acondicionar y mejor se pueden controlar, mucho mejor, para
intentar evitar el contagio, que los centros de ocio. Y estos últimos, por dos
razones esenciales: porque ahí actuamos de una forma más relajada, desinhibida
e irresponsable que en los otros, y porque son los que se prestan a mayores
concentraciones de personas (conciertos, partidos, botellones, fiestas,
procesiones, y un largo etc.) y ahí se nos va la cabeza y la prudencia bastante
más que en los primeros.
Pero ahora ya, la
responsabilidad reside más en cada arapahoe que en el chamán o el jefe de la
tribu. El brujo solo puede intentar curarnos, pero solo nosotros podemos
intentar cuidarnos. El tótem ya no nos va a proteger de ninguna alimaña de la
que no nos protejamos nosotros mismos. Va a haber rebrotes en muchos sitios,
más leves o más graves, por causas de inevitabilidad los menos, y de
irresponsabilidad los más. Estoy seguro. Y las autoridades sanitarias de cada
comunidad tendrán que estar muy atentas a sofocarlo, y las autoridades
municipales y regionales muy dispuestas a imponer severos castigos y a
sancionar cualquier desliz sin paliativos. Los indios del cuento solo obedecen
a dos razones: o a la propia inteligencia o al castigo ejemplar. En la última
fase, donde se fía en el sentido común de las personas, y más cuando el
incivismo de una puede costarle la vida a muchos, solo cabe la mano dura.
El rebrote que se ha dado en
Binéfar de 300 casos, si no se controla ipso-facto, puede volver a infectar a
España entera, por ejemplo. Y eso solo se puede impedir con una furibunda
respuesta a los que lo han provocado. “Cortadles la cabeza, pues de todos
modos no tienen cabeza”, dijo la Reina de Corazones. Pues eso, que las
corten…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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