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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

viernes, 23 de marzo de 2018

El Mirador 16 marzo 2018 "Poner el Trasero"

30 AÑOS DE LA OPINIÓN



Este año de 2018 este periódico cumple 30 años que, si bien no es mucho, si lo comparamos con la vida humana entonces es un lapso de tiempo más que respetable. Ángel Montiel calculaba que era la mitad de su vida, y, prácticamente, casi toda su vida profesional, y lo recordaba en un artículo coincidiendo con esta efemérides de esta Opinión nuestra de cada día. Y lo cierto es que concede una perspectiva sobradamente suficiente para analizar vivencias y experiencias. Al menos, desde la existencia de cualquier persona, por supuesto.

                Y es también lo que me pasa a mí. Yo he envejecido escribiendo durante esos mismos treinta años desde esta columna todas las semanas. Ininterrumpidamente. Nada más comenzar la vida de este periódico yo empecé a enviar tímidos artículos esporádicos sobre la política de entonces. Era la época del ocaso de Felipe González, y los primeros escarceos de la corrupción en la democracia española, de la que el presidente se enteraba por la prensa. Comparado aquello con lo de hoy, el nivel de aquella porquería era una ingenuidad con respecto al  hedor insoportable que nos invade en la actualidad. Una nadería, señoría… La basura y la suciedad que antes apenas ensuciaba por un hermano sinvergüenza de Alfonso Guerra que se aprovechaba de la situación de su fráter, hoy trufa las instituciones y gobiernos enteros. Nada que ver lo uno con lo otro…

                Fue entonces cuando Paloma Reverte me propuso escribir una columnica semanal sobre temas empresariales, dado que en aquel tiempo involucraba mi vida en la Coec hasta extremos inconcebibles. Tenía más cargos que tiempo. Lo que ocurrió fue que le dije que, si había de ser un columnista libre (sin emolumentos), mejor que mis temas fueran igualmente libres. Y que pudiera escribir desde el Arco Mediterráneo hasta el sexo de los ángeles. De todo y por todo. Y así fue. Directores como Paloma, Cerón, (el actual aún me debe compartir un café, una caña, una sentada), tantos otros a los que citarlos me ocuparía demasiado espacio, y el mismo Ángel Montiel, con el que me une esa misma y vieja relación de tres décadas, y al que aún molesto, y en el que me empleo, para que el trabajo no le sea excesivamente liviano…

                Uno de esos años, antes de la mitad del camino andado, la emisora de Radio T.P. 87.7 Fm de mi pueblo, me propuso hacer un programa y lanzar estos artículos al aire desde mi Mirador de La Opinión, para ser comentados. Citando, como es natural, el periódico origen, “como hacía Paco Umbral en Madrid con sus crónicas del ABC”, argucia convencedora que usó el director de la emisora. Y esto que ustedes leen adoptó una dimensión nueva, una doble naturaleza: la radiofónica… Luego, después, vinieron esos Chispazos para los que me reclutó el mismo Ángel, y, cuando el periódico se digitalizó, que es algo así como adquirir valencia internetiana, igual me sumé con un Blog de columnista desde cuyo Mirador en la nube, a veces conmigo en las nubes, sigo llegando a ustedes todos los días…

                O sea, que los treinta años que este año cumple este periódico La Opinión, son también mis treinta cumpleaños en mis más de setenta de rodaje por una vida que ya me vá restando fuelle y capacidad disquisitiva y adquisitiva… Demasiada edad para volver a volar y volver a valer. Ya solo quedan recuerdos compartidos y sueños perdidos, tiempo empleado y un plan inacabado. Y una experiencia hecha de papel y tinta, como el cuerpo y la sangre místicos, desde la que me he ido derramando cada semana, cada día, de la vida a la que nació este periódico hace esas tres justas décadas. Mi visión es la misma que la de Montiel, salvando las distancias de las habichuelas, claro. Y suscribo desde aquí todos y cada uno de sus sentimientos vertidos y escritos en su columna de referencia. Ambos hemos crecido, madurado y envejecido desde estas páginas…

                Así que hoy, desde aquí, quiero felicitar a La Opinión y a mí mismo, si ello es posible. Al periódico por su cumpletacos, y a mí mismo por el privilegio que me ha supuesto mantener con todos ustedes, los que me siguen, los que me leen bajo esta letra impresa de este siempre mismo diario, un contacto plácido y fluído, y participado, amable y entrañable, y espero que amigable. Treinta años dan para muchas bienvenidas y despedidas, y quiero aprovechar la efemérides para agradecer y recordar en la memoria a todos aquellos que leyeron estas columnas hasta su propio final. A cuantos ya nos esperan en otras realidades. Y a cuantos son, y han sido, fieles a este escribidor y a este periódico. Lo que viene después, ya lo veremos…

                Porque no sé cuánto tiempo aún seguiremos aquí, juntos desde el principio. ¿Quién puede saberlo?.. Nadie puede asomarse a los espejos de nadie, ni en aguas ajenas sumergirse. Pero hay que agradecer el camino que se anda en compañía, y hemos de valorar el tiempo del espacio compartido, como un tesoro irrepetible e inestimable. Y justo eso mismo quiero transmitir hoy, aquí, en este lugar común y añejo, en este sitio de todos… Esta es la idea.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Miradorwww.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

miércoles, 21 de marzo de 2018

RE-CONOCER-SE



Entré por el extremo de la calle que linda con el mar, y me quedé quieto en la acera de la derecha, con la espalda pegada en la pared, como un viejo pasquín a punto de ser arrancado por la ventolera de los días. Frente a mí estaba la casa donde nací, donde nacimos, mi hermano y yo. Y donde crecimos los primeros años. Y donde empezó nuestra crianza de cuerpo y andanza del alma. Y me quedé suspendido del espacio y del tiempo, como se quedan los recuerdos nonatos, que viven en el limbo de las cosas vírgenes, y afloran de pronto, sin quererlo ni proponerlo, para olvidarlos inmediatamente y que no pierdan su pureza… Y me sentí como un fantasma de lo que fui, sin saber si era yo real o tan solo que una proyección de la primera vida que habitó en mí. Y, por un momento, un instante fugaz, ví a los amigos de arriba, con los que jugábamos y nos comunicábamos a través de nuestro patio, y de su terraza con celosía. Y ví a los vecinos del otro extremo de la calle en sus idas y venidas. Y me ví a mí mismo correr por la playa que fué, como en un fogonazo de luz oscura.

                Luego, se pregunta uno qué de mí había latente en aquel crío de breves años, o qué de aquel chiquillo puede quedar en mí, que estoy mucho más cerca de la gatera de salida que de aquella lejana entrada que apenas ya recuerdo. Y si la recuerdo, viene contaminada por una existencia que la deforma groseramente, y la trae a la memoria de manera dudosa. Lo mismo que uno se pregunta también porqué queda en un olvido latente, y para qué nos sirve, si es que vale para algo… E intuyo que sí, que tiene tiene que servir de algo. Que la vida de una persona no es como un plan de pensiones, que se calcula según los últimos equis años cotizados, si no que el plan de la existencia personal es calculada toda la vida vivida, con mayor valor la primera parte que la última si cabe.
           
            Porque toda la vida vivida, valga la redundancia, la abundancia y la importancia, es demasiado valiosa como para olvidarla, por mucho que nos empeñemos en creer que somos seres anodinos e imperceptibles. Toda una vida cotiza por toda esa misma vida, no por una parte de ella. Y quizá ahí esté el nudo gordiano del asunto. Que olvidamos toda aquella parte que consideramos insignificante y recordamos todo aquello que calificamos de importante. Así mismo funciona la memoria selectiva. Pero es posible que nos estemos equivocando. Y que le estemos dando un valor sobredimensionado a lo que, en realidad, no lo tiene: a nuestros logros profesionales, nuestros hechos sociales de los que nos sentimos tan orgullosos, nuestros hitos y nuestras hazañas, y proezas relevantes… y que por eso no recordamos todo lo que no le damos importancia, aunque la tenga tanto o más aquello que olvidamos. Si bien yo, personalmente, creo que no recordar no es olvidar. Que podemos no recordar, pero la memoria de la vida no olvida. Que queda todo grabado en algún pliegue de la misma, en algún rincón de la mente, en alguna esquina del espíritu, o en alguna nube del alma.

            Y si eso fuera así, y yo creo que así es, algo ajeno a lo que podemos pensar lo está valorando mientras nosotros solo valoramos una vana y vanidosa parte. Y lo digo porque no hay nada inútil en la naturaleza de las cosas y de los casos. Absolutamente nada. Y si hemos vivido más de lo que recordamos, y todo es por algo sin que nada sobre en ninguna existencia, es por alguna causa y motivo que quizá nosotros no llegamos a comprender.

            El principio es escandalosamente simple: Si nada existe por nada ni para nada, solo viviríamos aquel tiempo que consideramos digno de recordar. El resto sería superfluo, y moriríamos el resto. Pero ya digo, nada hay de superfluo en la economía natural. Nada. La cuestión entonces es que ignoramos los qués, los porqués y los cómos… Quizá algún día de los principios de la humanidad lo supimos, y, al igual que gran parte de nuestra vida actual, también lo olvidamos. Puede ser que algún día de algún futuro de esa humanidad lo volvamos a saber, recordándolo de nuevo. Es posible que llegada nuestra última hora lo recuperemos todo, y entonces sepamos las causas y los motivos de lo que hemos soslayado.

            Las religiones procuran no abrir esa puerta totalmente, manteniéndola cerrada solo lo suficiente como para hacer depender a las personas de las interpretaciones de sus iglesias. Una puerta entornada es peor que una puerta cerrada. Solo atisbas lo justo como para confundirte, y lo bastante como para no dejar ejercer a la imaginación. Y así te mandan al limbo nada más nacer…

            Así que yo me quedé allí, donde empecé en este artículo, un tiempo impreciso, como alelado, colgado de mí mismo y de una dimensión conocida por desconocida. Intentando rescatar lo que he perdido de mi yo perdido. Queriendo saber lo que supe y ya no sé… Y luego me fui de aquel lugar donde empecé el primer día de mi vida. Y me marché con la sensación de un vacío lleno de vivencias que ya no conozco porque no me reconozco… Y me pregunto si acaso me he conocido a mí mismo alguna vez.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


viernes, 16 de marzo de 2018

El Mirador 16 marzo 2018 "La Moral"

martes, 13 de marzo de 2018

LOS ÁRBOLES DEL EDÉN



En el Génesis Bíblico existe un poco de confusión narrativa en cuanto a un cierto, o ciertos, árboles, de los que la exégesis cristiano/católica ha venido en llamar El Jardín del Edén. Se habla de un Árbol de la Vida, pero también se habla de un Árbol del Conocimiento, así como de un Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal… No me atrevo a asegurar si es el mismo árbol con tres nombres distintos, o si son tres árboles diferentes, cada cual con su propio nombre. También puede ocurrir que sea una metáfora que quiere decir que son tres árboles nacidos de una sola raíz, o sea, son tres pero son el mismo… como esas higueras que nacen alrededor de la higuera principal, ya saben, son distintos árboles de un solo árbol, como la cosa y el caso de la Santísima Trinidad pero miles de años antes que lo (re)inventado por San Agustín. O lo que sea...

            Bueno… dirán que esta semana me ha dado por el forestal sagrado. Y no es eso. Como tampoco es la interpretación que mi antiguo amigo Medina Precioso, exrector, expolítico y exconsejero, pero siempre escritor, y que me ha inspirado en su último libro sobre la dimensión paranormal bien entendida y que él le otorga. Pero, si acaso, solo coincido con él en una pequeña, pero importante, parte. Y no por disidencia, entiéndanme, si no por mi falta de conocimientos con respecto a los suyos.

            Para mí, esos árboles incluyen en sí mismos al ser humano que fue creado para habitarlos – o para que los árboles habiten en él – que es el símbolo de morar en el jardín (Edén) donde estaban plantados. Lo asimila a sí mismos. O también al revés, el ser humano creado y parido implementa esos árboles a sí mismo. Los asume. Los hace suyos y los incorpora a su propio ser. El árbol, o árboles, del mito del Génesis es una enseñanza exotérica, o sea, una historia, un cuento, una narración externa, hacia fuera, para conocimiento general y masivo de la gente. Pero la relación con el ser creado es una enseñanza esotérica, o sea, escondida, interna, hacia dentro, para conocimiento personal, privado e íntimo, de cada ser humano.

            El Árbol de la Vida es la dotación que recibimos al nacer a este mundo. El ser genético (párense a pensar que Génesis viene de genes, como Adán viene de Adn), la herencia adquirida y transmisora, nuestros instintos, tendencias, impulsos, afán de supervivencia y mejora, nuestra base negativa y positiva aportada por la evolución de nuestros ancestros… El Árbol del Conocimiento se nutre y crece de eso mismo, de los conocimientos adquiridos a través y en el transcurrir de esa vida, nuestras experiencias, los aportes sociales, familiares, culturales, lo que se nos adhiere a lo largo de la existencia. Es como la savia que nutre y fertiliza y acompaña al Árbol de la Vida… Y luego está el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, la síntesis de la vida y del conocimiento, la consecuencia y la conciencia extraídas de ambos dos, el culmen de la semilla que hace nacer el Árbol de la Vida más la savia que alimenta al del Conocimiento, o sea, los frutos por los que nos conocerán, la responsabilidad de adquirir el conocimiento de la ciencia del bien y del mal, esto es, el buen o mal uso que hagamos de esos frutos.

            Solo así se entiende ese mandato divino de “no comerás de los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal”, chaval… El adquirir el conocimiento sobre el bien y el mal es lo que nos diferencia del resto de los animales de ese puñetero jardín que no “comieron” del mismo. El Hombre Adán lo “comió” y recibió (el Conocimiento) por y a través de la Mujer Eva, y, a partir de ahí, viene nuestra evolución por ese conocimiento, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos, a diferencia del resto del zoo… “Con tu pan te lo comas”, vino a decirnos Yahvé con aquello de ganárselo con sudor, sangre, dolor y lágrimas… Pero en modo alguno es una maldición, como pretende colarnos la religión, si no como la consecuencia del inmenso regalo del conocimiento (la conciencia de sí mismo), una luminosa e impagable oportunidad del… “seréis como dioses”, achacado malintencionadamente a la culebra satánica, o lo que es igual, ser los Hijos de Dios más próximos a Él al compartir parte de su entendimiento, responsabilidad y sabiduría… aunque estemos lejos de ello y nos cueste trabajo entenderlo, aún más llegar a asimilarlo.

            ¿Comprenden sus eminencias reverendísimas por dónde van los tiros?.. Así que no hagamos más los burros y comportémonos de una p… vez como los seres humanos que somos. Yo creo que ya vá siendo hora. Pues eso mismo digo…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


viernes, 9 de marzo de 2018

¡¡ NUEVA IZQUIERDA... AR !!



El sol apretaba desde las primeras horas de la mañana. Y desde esas primeras horas de la mañana, en que un vaso de leche con cuatro galletas nos espabilaba a mi hermano y a mí, tras calzarnos, camisa, “Meyba” y sandalias de goma, en el dormitorio común de aquel habitáculo común que era la caseta de feria, y bajar la empinada escalera de madera hasta la improvisada cocina, trastienda y despacho, comenzaba nuestra jornada de cada día, de cada verano, de cada vida de niñez nuestra. Había que salir corriendo a la oficina de Correos, a esperar a la cochambrosa y renqueante Tomasa, aquel coche de madera, trufado de gente en su interior y cargada de valijas en su exterior. Paquillo, su conductor y servidor, trepaba a sus lomos y nos tiraba las sacas, que trasladábamos tirando de ellas hacia dentro, en una especie de tomaydaca con los carteros.

            Nosotros mismos abríamos las sacas, sacábamos los voluminosos paquetes de periódicos. Los de Murcia: La Verdad y Línea. Los de Madrid: el propio Madrid, Informaciones, Marca, Arriba, Ya, ABC… todas las revistas y semanarios nacionales, Dígame, Sábado Gráfico, Primer Plano, Ruedo… Los apartábamos del resto de la correspondencia, los cargábamos a nuestras espaldas de la manera mejor distribuida, práctica e ingeniosa sobre nuestros menudos cuerpos, y los trasladábamos como pequeños ponis a la caseta, donde se destapaban, y tras nuestra madre apartar y hacer los suscritos, sacábamos la prensa al mostrador para su venta. Los suscritores se dividían en dos apartados. Los que pasaban por el quiosco y los que había que llevarlos a domicilio, a su vez dividido en dos sectores: uno a cargo de mi hermano, y otro a mi cargo. Se nos había confeccionado una especie de legajo gigante de madera y cuerdas para su transporte, que colgábamos de nuestros escasos hombros, tras disponer el recorrido por orden de reparto y disponer todo su volumen entre las dos tablas. Sabíamos que si nos dábamos prisa al principio, disminuiría la carga, las cuerdas dejarían de clavarse por el peso, y el resto sería más liviano…

            La casa, en primera línea de playa, de fachada blanca bañada de luz solar, era luminosa y espaciosa por dentro. Desde el umbral de la puerta, hasta donde se me permitía entrar, se vislumbraba un interior animado, relajado y fresco. Entre amplias ventanas abiertas correteaba un aire que hacía bailar cortinas blancas como las velas blancas de los blancos balandros. El señor, entronizado en un sillón de caña ante una mesita baja repleta de fruta, mudo, ciego y distante, buscaba en un monedero las dos perras gordas del valor del periódico, que depositaba en la bandeja que una criada de cofia blanca e inmaculado delantal blanco le tendía disciplente… El ABC, que yo cambiaba en la bandeja por las perras gordas que ofrecía la sirvienta… Una niña de mi edad, ojos grandes y claros, azul mar, azul cielo, cabello rubio como el sol, flotaba alegre como un ángel despreocupado, mirándome de hito en hito, como a un ser extraño en su presencia.

            …Y, lo cierto y verdad, es que, los de mi edad al menos, hemos sido como presencias extrañas en tiempos extraños. Si bien que normales en una época de posguerra, de vencedores y vencidos, de carencias y de supervivencias, de tenerse la vida ganada y de tener que ganarse la vida… Yo diría que eran tiempos necesarios, dada la época y las circunstancias. Hoy, que nos la cogemos con papel de fumar (la vida), y nos la fumamos solo con lo políticamente correcto, juzgaríamos la situación como una explotación infantil, y de unas vergonzosas diferencias sociales. Sobre todo si viene el juicio de esas nuevas castas de izquierdas de jóvenes políticos que ni han vivido aquello, ni conocen las causas, y lo que es peor, ni siquiera les importan. Los que hoy compran su estudiada ropa informal de diseño, de importada e impostada zoología izquierdista, en boutiques de Coronel Tapioca, y su concepción de justicia social está mamada y sacada de una familia de clase media acomodada que les ha procurado un puesto de funcionario trufado de privilegios y dotados de buena paga.

            Cuando se trata de comerse el hambre de cada día, se podrá hablar de injusticia social, pero no de explotados menores que la necesidad les empuja a colaborar con sus padres. Como en Venezuela,  ya que hablamos de hambre, carencias y necesidades… e injusticias sociales. Y aunque sea, lo confieso, un ejemplo con mala leche… Pero es que es lo que defienden estas nuevas izquierdas, precisamente… Y es que los que vivimos aquella experiencia, ya parte de nuestra existencia,  sabemos valorar mejor que ellos, muchísimo mejor, lo que cuesta esa justicia social que nuestros jóvenes exigen como un derecho, y nuestros políticos exhiben como un trofeo… Y la mucha o poca justicia social que existe hoy, ni los unos la han ganado ni los otros la han merecido. Y es que, para valorar lo que se tiene, antes hay que carecer de ello.

                Por eso nuestras jóvenes izquierdas no saben administrar un capital que no se han ganado, y que manejan demagógicamente sin saber el valor que tiene. Como tampoco saben qué hacer ni cómo con la herencia histórica que tan inconscientemente se han autoadjudicado. Solo saben de estampas, de gestos y de posturas. Como aquel señorito del ABC…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Miradorwww.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

El Mirador 9 marzo 2018 "SEX o no SEX"

viernes, 2 de marzo de 2018

El Mirador 2 marzo 2018 "De la Amistad"