LOS ÁRBOLES DEL EDÉN



En el Génesis Bíblico existe un poco de confusión narrativa en cuanto a un cierto, o ciertos, árboles, de los que la exégesis cristiano/católica ha venido en llamar El Jardín del Edén. Se habla de un Árbol de la Vida, pero también se habla de un Árbol del Conocimiento, así como de un Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal… No me atrevo a asegurar si es el mismo árbol con tres nombres distintos, o si son tres árboles diferentes, cada cual con su propio nombre. También puede ocurrir que sea una metáfora que quiere decir que son tres árboles nacidos de una sola raíz, o sea, son tres pero son el mismo… como esas higueras que nacen alrededor de la higuera principal, ya saben, son distintos árboles de un solo árbol, como la cosa y el caso de la Santísima Trinidad pero miles de años antes que lo (re)inventado por San Agustín. O lo que sea...

            Bueno… dirán que esta semana me ha dado por el forestal sagrado. Y no es eso. Como tampoco es la interpretación que mi antiguo amigo Medina Precioso, exrector, expolítico y exconsejero, pero siempre escritor, y que me ha inspirado en su último libro sobre la dimensión paranormal bien entendida y que él le otorga. Pero, si acaso, solo coincido con él en una pequeña, pero importante, parte. Y no por disidencia, entiéndanme, si no por mi falta de conocimientos con respecto a los suyos.

            Para mí, esos árboles incluyen en sí mismos al ser humano que fue creado para habitarlos – o para que los árboles habiten en él – que es el símbolo de morar en el jardín (Edén) donde estaban plantados. Lo asimila a sí mismos. O también al revés, el ser humano creado y parido implementa esos árboles a sí mismo. Los asume. Los hace suyos y los incorpora a su propio ser. El árbol, o árboles, del mito del Génesis es una enseñanza exotérica, o sea, una historia, un cuento, una narración externa, hacia fuera, para conocimiento general y masivo de la gente. Pero la relación con el ser creado es una enseñanza esotérica, o sea, escondida, interna, hacia dentro, para conocimiento personal, privado e íntimo, de cada ser humano.

            El Árbol de la Vida es la dotación que recibimos al nacer a este mundo. El ser genético (párense a pensar que Génesis viene de genes, como Adán viene de Adn), la herencia adquirida y transmisora, nuestros instintos, tendencias, impulsos, afán de supervivencia y mejora, nuestra base negativa y positiva aportada por la evolución de nuestros ancestros… El Árbol del Conocimiento se nutre y crece de eso mismo, de los conocimientos adquiridos a través y en el transcurrir de esa vida, nuestras experiencias, los aportes sociales, familiares, culturales, lo que se nos adhiere a lo largo de la existencia. Es como la savia que nutre y fertiliza y acompaña al Árbol de la Vida… Y luego está el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, la síntesis de la vida y del conocimiento, la consecuencia y la conciencia extraídas de ambos dos, el culmen de la semilla que hace nacer el Árbol de la Vida más la savia que alimenta al del Conocimiento, o sea, los frutos por los que nos conocerán, la responsabilidad de adquirir el conocimiento de la ciencia del bien y del mal, esto es, el buen o mal uso que hagamos de esos frutos.

            Solo así se entiende ese mandato divino de “no comerás de los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal”, chaval… El adquirir el conocimiento sobre el bien y el mal es lo que nos diferencia del resto de los animales de ese puñetero jardín que no “comieron” del mismo. El Hombre Adán lo “comió” y recibió (el Conocimiento) por y a través de la Mujer Eva, y, a partir de ahí, viene nuestra evolución por ese conocimiento, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos, a diferencia del resto del zoo… “Con tu pan te lo comas”, vino a decirnos Yahvé con aquello de ganárselo con sudor, sangre, dolor y lágrimas… Pero en modo alguno es una maldición, como pretende colarnos la religión, si no como la consecuencia del inmenso regalo del conocimiento (la conciencia de sí mismo), una luminosa e impagable oportunidad del… “seréis como dioses”, achacado malintencionadamente a la culebra satánica, o lo que es igual, ser los Hijos de Dios más próximos a Él al compartir parte de su entendimiento, responsabilidad y sabiduría… aunque estemos lejos de ello y nos cueste trabajo entenderlo, aún más llegar a asimilarlo.

            ¿Comprenden sus eminencias reverendísimas por dónde van los tiros?.. Así que no hagamos más los burros y comportémonos de una p… vez como los seres humanos que somos. Yo creo que ya vá siendo hora. Pues eso mismo digo…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


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