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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

viernes, 22 de mayo de 2015

FAUNA POLÍTICA

Decía Montaigne que “lo único que nos une y nos hace humanos son las palabras”… Y lo que nos desune, también, añado yo… aunque no quisiera contradecir al gran pensador y filósofo, Dios me libre. Pero los humanos también utilizamos las palabras para disimular, destruir, engañar y mentir. Sobre todo, mentir. Lo hemos visto en la pasada cita electoral, y lo veremos igualmente en la próxima, apenas dentro de unos pocos meses. La Política es el abrevadero donde se refocilan los grandes mentidores. Estoy seguro que sus entrenadores personales – no les quepa duda que los tienen – les enseñan ejercicios ante el espejo para que sus bocas digan lo contrario a lo que piensan, y que no se les note en la cara.

                Es lo bueno y lo malo del ser humano con respecto al pobre animal. Que éstos, al no estar dotados de la palabra (tampoco es que lo necesiten) no pueden disimular sus sentimientos al no poder mentir. Pero el hombre, sí. El hombre usa y abusa del disimulo a fín de embustear para su interés procurando que no se le note demasiado. Puedo decirlo de otra forma, de otro modo más gráfico y entendible: A un perro se le nota cuando nos va a morder, pero a un ser humano, no. Y a un político, menos todavía, pues es buena parte de su profesión.

                Y es su profesión, porque ha hecho oficio de su beneficio… ¡Hombre..!, se me dirá, todo el mundo lo hace… Sí, pero es que la política no debería ser una profesión, mucho menos un oficio, sino una generosa vocación al servicio y beneficio de la comunidad. Exactamente como un sacerdocio. Por eso los malos curas  hacen iglesias nefastas y los malos políticos hacen sociedades corruptas. Y por eso mismo también, los ciudadanos y feligreses deberíamos aprender a leer en los rostros, en los ojos, en el lenguaje de los gestos. Para que, cuando suban al púlpito, o a su atril, a largarnos sus sermones y sus mítines, no nos engañen, y sepamos que están buscando otra cosa: el medro, el poder y la influencia.


                Así que en las próximas, que están al caer, fíjense bien en los caretos, en sus gestos, miradas y silencios. Sobre todo en sus silencios. Dicen los italianos que la mejor palabra es la que no se pronuncia. La que se calla. La que se esconde y oculta. La palabra fácil, común y trillada es la mentirosa. Hemos de protegernos de los torrentes de palabras turbias y confusas que generan los políticos en sus campañas electorales. Ésta ya ha pasado, pero para la próxima yo les aconsejo que se tapen los oídos, pero abran bien los ojos. Verá rostros de cemento que están de mierda hasta la coronilla prometer transparencia. Verá ojos de animal predador, atentos a cualquier cambio de viento que dirija su olfato y su colmillo a donde está la presa. Verá políticos rumiantes, apacibles y tranquilos, que solo intentan tener la panza llena de pienso en todo instante. Verá caras circenses, que se transforman ora en domador, ora en payaso, ora en funambulista, ora en ilusionista, según el número que toque en cada momento del espectáculo.


                Es exactamente lo que hemos visto y oído hace unas pocas semanas atrás. Hay políticos con miradas felinas y lenguas de áspid, muy fáciles de captar y clasificar, pero, cuidado, hay otros con cara de natillas y voces como de flanín el niño, melífluos y envolventes, como igual existen las arañas, que tejen una red de palabrería donde atrapan al más pintado y despistado… Así que yo os digo como Ulises a sus argonautas en tiempos de sirenas: tapaos vuestros oídos y guardaos de sus cantos. Tan solo miradles fijamente a los ojos, a su cara y a sus gestos. Ahí residen sus auténticos pensamientos, no en su boca… Y si aún así os fiais de ellos, pues entonces, votadlos… otra vez.

martes, 12 de mayo de 2015

PARA QUIÉN LO PILLE...

El mar no tiene orillas. Como tampoco tiene principios, ni finales… ¿Quién puede decir aquí comienza, o aquí termina, este mar?.. ¿dónde empieza y donde acaba cualquier mar?.. En ningún sitio. Todos sus lugares son mar. Cualquier punto es solo mar… Quizá algunos me digan que bueno, sí, pero no es igual el mar de la ribera, de una playa, de unos acantilados, que el centro profundo del mar profundo. No es lo mismo… Pero sí que lo es, porque el mar, que es agua, que es líquido, ahora está aquí, rompiendo en la escollera, como más allá, remansándose en la arena, como mar adentro, de vuelta a su centro, o en pleno océano, formando parte de la estela de una nave… Y todo él es el  mismo agua, el mismo mar, sin principio y sin ningún final…

                Un alguien, me susurró a la oreja del alma que el hombre, el ser humano, es como el mar, sin sitio ni lugar que precise un punto de comienzo y otro de final… Pero – objeté -  el hombre tuvo su aparición, su momento, y seguro que acabará en alguna otra fecha de su historia… No me entiendes – prosiguió – el hombre, como el mar, es en apariencia impredecible, ahora actúa aquí o en esto, luego allí y en aquello, más tarde en otra cosa y otro lugar… En un sitio se muestra plácido y acariciante, sereno, en otro implacable, destructivo y temible. Aquí construye y sedimenta, allí destruye y diluye; allí hace nacer, aquí mata… Y, como el mar, cualquier hombre es todos los hombres, al igual que el agua de cualquier sitio es todo el agua del mar. No se puede situar como no se puede separar.

                Lo que pasa – prosigue – es que el mar del hombre, su océano, es la vida, no el mundo… Pero, ¿acaso el mundo no es la vida..?. No – responde – el mundo al hombre es como la tierra al mar. Su complemento a la vez que su antagonista. Su refugio al mismo tiempo que su cárcel. Su amigo y su enemigo. Su equilibrio y su inseguridad… El mar desea dominar a la tierra tanto como la tierra ansía dominar al mar. Lo mismo que el hombre quiere dominar el mundo tanto como el mundo desea doblegar al hombre… Mira y entiende: la tierra y el mundo son los nidos de la vida, si bien forman parte intrínseca de esa misma vida, pero el mar y el hombre SON la propia vida… ¿Acaso no has oído decir que la vida nació del mar y el hombre es el primer hijo de ese mismo mar?..

                …Así que no busques orillas, ni fronteras, ni riberas, ni principios ni finales, ni pongas límites algunos a esa misma y única vida. No los hay. Simplemente no existen, porque la vida no nace ni muere. Solamente fluye. No están mas que en nuestras falsas y erróneas creencias. Nosotros le ponemos comienzos y finales que solo residen en nuestro pensamiento, pero que, como en el mar, al igual que el mar, no los tiene. Y no los tiene porque la propia vida, la propia existencia, la propia creación, el propio Dios, no los contempla. Solo nos los creemos nosotros, y nosotros tan solo somos una parte infinitesimal de la inmensa vida… No se puede imponer al océano el criterio de uno de sus ínfimos átomos… ¿lo vas entendiendo ahora..?.

                Naturalmente que lo comprendo. Pero es en este punto, precisamente aquí, dónde y cuándo salta el gran interrogante, la gran pregunta que cuestiona, al menos aparentemente, puesto que todo es relativo, el razonamiento de fondo: ¿…y dónde queda, maestro armero, y usted el primero, la conciencia y la responsabilidad de ese minúsculo átomo de vida inteligente (es un decir) que es el hombre?.. Pues, hablando de la mar, marinero, mecagüenlamar que éste es el bussilis of the question.

                Porque, si no el flujo, que va a ser que no… pero el órden y el desorden, al arte o el desastre, el concierto o el desconcierto, sí que reside en esa archimillonésima parte de la conciencia universal / llamémosle Dios o como queramos / que anda esturreada por todo hombre que forma el mar de la vida. Y que cada cual, cada quisque, piojo o mierdecilla, tiene una nota más o menos discordante que ha de entonar, o desentonar, bajo la gran batuta del universo. Y es posible que no seamos total y absolutamente responsables del naufragio del Titánic, pero sí que hayamos contribuído en gran parte a ello. O no… y seamos responsables de que una humilde patera haya podido llegar a buen puerto.


                La vida abre el apetito, amigo mío – parece querer terminar – y como todo apetito desea ser saciado. La propia vida es su alimento. Sin embargo, hasta que el hambre no se convierte en hombre, el hombre solo entenderá su propia hambre… ¿Lo pillas..?.