FAUNA POLÍTICA
Decía Montaigne que “lo único
que nos une y nos hace humanos son las palabras”… Y lo que nos desune,
también, añado yo… aunque no quisiera contradecir al gran pensador y filósofo,
Dios me libre. Pero los humanos también utilizamos las palabras para disimular,
destruir, engañar y mentir. Sobre todo, mentir. Lo hemos visto en la pasada
cita electoral, y lo veremos igualmente en la próxima, apenas dentro de unos
pocos meses. La Política es el abrevadero donde se refocilan los grandes
mentidores. Estoy seguro que sus entrenadores personales – no les quepa duda
que los tienen – les enseñan ejercicios ante el espejo para que sus bocas digan
lo contrario a lo que piensan, y que no se les note en la cara.
Es lo bueno y lo
malo del ser humano con respecto al pobre animal. Que éstos, al no estar
dotados de la palabra (tampoco es que lo necesiten) no pueden disimular sus
sentimientos al no poder mentir. Pero el hombre, sí. El hombre usa y abusa del
disimulo a fín de embustear para su interés procurando que no se le note
demasiado. Puedo decirlo de otra forma, de otro modo más gráfico y entendible:
A un perro se le nota cuando nos va a morder, pero a un ser humano, no. Y a un
político, menos todavía, pues es buena parte de su profesión.
Y es su
profesión, porque ha hecho oficio de su beneficio… ¡Hombre..!, se me dirá, todo
el mundo lo hace… Sí, pero es que la política no debería ser una profesión,
mucho menos un oficio, sino una generosa vocación al servicio y beneficio de la
comunidad. Exactamente como un sacerdocio. Por eso los malos curas hacen iglesias nefastas y los malos políticos
hacen sociedades corruptas. Y por eso mismo también, los ciudadanos y
feligreses deberíamos aprender a leer en los rostros, en los ojos, en el
lenguaje de los gestos. Para que, cuando suban al púlpito, o a su atril, a
largarnos sus sermones y sus mítines, no nos engañen, y sepamos que están
buscando otra cosa: el medro, el poder y la influencia.
Así que en las
próximas, que están al caer, fíjense bien en los caretos, en sus gestos,
miradas y silencios. Sobre todo en sus silencios. Dicen los italianos que la
mejor palabra es la que no se pronuncia. La que se calla. La que se esconde y
oculta. La palabra fácil, común y trillada es la mentirosa. Hemos de
protegernos de los torrentes de palabras turbias y confusas que generan los
políticos en sus campañas electorales. Ésta ya ha pasado, pero para la próxima
yo les aconsejo que se tapen los oídos, pero abran bien los ojos. Verá rostros
de cemento que están de mierda hasta la coronilla prometer transparencia. Verá
ojos de animal predador, atentos a cualquier cambio de viento que dirija su
olfato y su colmillo a donde está la presa. Verá políticos rumiantes, apacibles
y tranquilos, que solo intentan tener la panza llena de pienso en todo
instante. Verá caras circenses, que se transforman ora en domador, ora en
payaso, ora en funambulista, ora en ilusionista, según el número que toque en
cada momento del espectáculo.
Es exactamente lo
que hemos visto y oído hace unas pocas semanas atrás. Hay políticos con miradas
felinas y lenguas de áspid, muy fáciles de captar y clasificar, pero, cuidado,
hay otros con cara de natillas y voces como de flanín el niño, melífluos y
envolventes, como igual existen las arañas, que tejen una red de palabrería
donde atrapan al más pintado y despistado… Así que yo os digo como Ulises a sus
argonautas en tiempos de sirenas: tapaos vuestros oídos y guardaos de sus
cantos. Tan solo miradles fijamente a los ojos, a su cara y a sus gestos. Ahí
residen sus auténticos pensamientos, no en su boca… Y si aún así os fiais de
ellos, pues entonces, votadlos… otra vez.
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