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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

viernes, 27 de noviembre de 2020

Programa de Radio, participado.

 interesante programa radiofónico:

https://youtu.be/aKCbis8QHHc

J E S Ú S

 


Me voy a atrever con algo que, le tengo tanto respeto, que vengo demorándolo durante meses. Sin embargo, me veo en la obligación de ser responsable con lo que pienso, digo y escribo. No puedo, no debo, dejar sin respuesta las preguntas que yo mismo he motivado en otras personas, porque, si no, sería como al que interpelaba aquella vieja canción de “Manolete, ¿si no sabes torear p´a qué te metes?”, que recordarán los más mayores… Bien, pues resulta que voy teniendo comentarios, preguntas, interpelaciones, a mi librico último de Cosmogénesis, de muy variadas instancias. Pero hay un punto que me reiteran de vez en cuando, y al que siempre he obviado y dejado sin contestación: a ver… me dicen, queda medianamente claro la relación entre Dios, creador y creación, vale, pero, en esa cosmografía tuya, ¿dónde queda Jesucristo?, ¿dónde encaja su figura y su mensaje dentro de tu ensayo?.. Así que ya no puedo evadir ni dilatar más mi respuesta, y habré de ser consecuente. Ya no sirve ningún silencio…

                Si ese Jesús, nazareno hijo de carpintero, me preguntase a mí, como preguntó a Pedro, lo de “¿tú quién dices que soy yo?”, le hubiera contestado casi que lo mismo: Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Y casi que por ese mismo órden, aunque solo fuera por aparición en escena en el teatro del mundo. Jesús, por afiliación humana, Cristo por afiliación divina. Y que asumió la tremenda responsabilidad de nacer entre nosotros de la forma más humilde, de la manera menos destacada posible, solo para decirnos, y demostrarnos, que todos somos igual que Él en el Padre, y, por lo tanto, hermanos suyos y tan hijos de Dios como él mismo. Nada más y nada menos. Ni Mesías, ni liberador de nada que no sea de nuestros propios yugos y cadenas, tanto impuestos como autoimpuestos. Y ese mensaje es tremendamente provocador, porque libera de las leyes y tradiciones que sobrecargan la vida humana. Una persona más cercana a Dios que los propios sacerdotes, más justo que los propios jueces, más libre que los propios profetas, más ético que los propios moralistas, y más transformador que los propios revolucionarios, molestaba a todos ellos, y solo pudo terminar con su muerte… Lo que pasa es que la asumió para demostrarnos igualmente que la muerte no existe como tal para los hijos de Dios, que esa es otra (no hablo aquí de la parafernalia semanasantera de la resurrección, si no del nacimiento a otra existencia superior que abarca esta misma existencia)… Simplemente, nos abrió a una dimensión que ni nos podíamos imaginar.

                Pero no quiero meterme en doctrinas ningunas (casi todos los investigadores, aún los excátedra, atribuyen a Jesús, el Cristo, casi por unanimidad, que el eje de su mensaje se encierra en el Padre Nuestro, dicho con sus propias palabras:  Nuestro padre, no solo el suyo; nuestro pan, no el suyo solo; nuestro Reino, no su Reino; nuestro perdón, no su perdón… Su oración no habla de iglesias, ni de ritos, ni de normas ni de dogmas. Habla de acercar el Reino del Padre al reino del hombre, uniéndonos voluntariamente a su plan de pan, justicia y perdón para todos, empezando por los más débiles. Habla de un mundo bueno y nuevo. Un mundo, por cierto, que más de dos mil años después ni es bueno y sigue siendo tan viejo como aquél… Y es que, reconozcámoslo, ya lo dijo San Juan en su evangelio: “vino a los suyos, pero los suyos no lo reconocieron”. Ni a Él ni a su Mensaje. Y hablando de Evangelios, que, aún encerrando un tesoro, están adaptados para justificar una religión de la que el Cristo no hizo mención alguna, existe uno, escrito 150 años antes que los canónicos y por tanto no reconocido, atribuido a Tomás, que no renuncio a citar aquí para ustedes en el párrafo que dice:

                Yo soy la luz que está sobre todas las cosas: el universo salió de mí, y el universo vuelve hacia mí. Todo salió de mí y todo vuelve a mí. Partid un leño, y me encontraréis dentro de él. Levantad una piedra, y allí me encontraréis. Pues estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”… No debería resultar extraño esto, teniendo en cuenta que la iglesia primitiva corría el dicho: “el Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en los animales, y sabe que está despierto (es consciente de sí) en el ser humano”. Pura evolución… Por cierto y porque viene a cuento: Espíritu en arameo es Ruah, y ruah es femenino, como femenino es la energía, la fuerza y la materia transformantes. Dios no es masculino, es ambas cosas a la vez, nos guste o no reconocerlo…

                Ese es el Jesús, hecho Cristo, en el que yo creo. Pura cosmología, aunque nosotros solo nos fijemos en la simbología, y ni eso siquiera… ¡Alto ahí!, dirá algún avisado que se dé cuenta que en este evangelio primigenio se hable del fin del mundo. Cierto. Pero el sentido de ese fin no es el del del final y punto, del fin-se acabó. No. Es el de fin-alidad… La finalidad de este mundo es transformarse en otro mejor, si no lo destruímos nosotros antes. Su finalidad es que el Reino de Dios se instale y asuma nuestro reino del hombre, y para eso no puede acabar, si no cambiar, mejorar, y en eso deberíamos estar… Y no hay más catecismo que esta filosofía de vida.

                No sé si habré sabido cumplir el encargo y las demandas recibidas. O si habré cumplido las expectativas de los que me preguntaban. Lo ignoro. Pero sí quiero decirles que he sido completamente sincero y honesto en mi planteamiento. Así lo veo porque así lo siento, y si así lo siento así mismo debo decirlo y escribirlo.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

martes, 24 de noviembre de 2020

CONFINADOS, NO, CONFITADOS.

 


Queridos colegavirus, ¿cómo llevamos el confitamiento?.. Yo contestaré como aquellas cartas que le escribía a mi abuela para un hermano que tenía fuera de su tierra y de su tiempo: “espero que todos gocéis de buena salud… yo quedo bien, gracias a Dios”… Pues eso mismo, que quedo bien gracias a Dios… o eso espero. Porque, al igual que las cartas de mi abuela, cuando escribo este artículo no es cuando ustedes lo van a leer, y en ese “intermezzo” pueden ocurrir muchas cosas. Ahora ya no se escriben cartas, como antes, con un intervalo para la imaginación y la esperanza. Ahora se escriben emails, whatsapps y Sms, que son instantáneos, como el café, no muy meditados, al contrario que aquellas cartas que se pensaban línea a línea, frase a frase, con una paciencia, filosofía y dominio del tiempo del que hoy carece…

                Y es que para pensar se necesita tiempo. Si no hay tiempo, el pensamiento no madura. Y un pensamiento verde, prematuro, si se coge sin madurar, como la fruta, no vale para nada. De nada sirve si no se ha tomado su tiempo para madurar… Este confitamiento tiene algo de bueno, y es que nos concede tiempo para poder pensar… ¿sobre qué..?.. ésta es una pregunta que nace a bote pronto y que demuestra lo que digo, que estamos perdiendo la facultad de pararnos a pensar… sobre lo que sea. Hace sesenta o setenta años, era perfectamente normal que cientos de pueblos y aldeas, en invierno, se quedaran absolutamente aislados por nieves, temporales, ventiscas y climatologías adversas. Y ningún medio de comunicación, ninguno, se ocupaba lo más mínimo de ello con tanta alharaca e importancia como se le da hoy. Solo porque se consideraba totalmente natural. Y esas gentes estaban más que acostumbradas al normal confinamiento que traían los crudos inviernos. No se les veía como un fenómeno extraño y alarmante. Sabían que venía, se preparaban las casas y los ánimos, y se dedicaban a pensar…

                Hoy lo hemos sobredimensionado todo, y cuando viene una nevada (cada vez menos, por cierto) buscamos la última aldea escondida de la sierra y la exponemos en las pistas circenses de los informativos como una rareza de la naturaleza del “pasen y vean”, cuando es todo lo contrario. Eso sí que es desnaturalizar las cosas… El “encaseramiento” que nos impone el Cóvid-19, como una copiosa nevada con ventisca, nos deja aislados con nosotros mismos en nuestra aldea íntima, y nos da tiempo para pensar hasta que escampe y se abran los caminos, otra vez, que nos comunican con nuestros vecinos y con el resto del mundo… Me viene a las “mientes”, o sea, a la mente, las palabras del Coro del Nabucco, de Verdi, el Vá Pensiero: “Ve pensamiento, con alas doradas. Ve, pósate sobre las colinas…”. Posiblemente nunca han tenido tanto sentido como en estos días, en que solo el pensamiento puede volar libre sin miedo a contagio alguno, y sin que lo pare por la calle un policía a deshora para preguntarle qué hace o adónde va. La libertad está menos en lo que se hace que en lo que se piensa. En lo primero, hay límites, en lo segundo, no hay ninguno.

                El escritor Julio Llamazares, que recientemente ha cumplido 65 años, cuenta que él nació en una de esas aldeas perdidas, escondida y olvidada entre ventisqueros, y hoy enterrada – debería decirse enaguada – bajo un pantano, en el aislamiento de una de aquellas nevadas de último invierno, en que los parientes y próximos pudieron acercarse a conocerlo pasados sus buenas seis semanas, y no sin ciertas dificultades por derrumbes en caminos y veredas de acceso embarradas… Y comenta lo cuesta arriba que se le hace a él este confinamiento, y que trata de superarlo invocando a su genética materna, portadora de la sabiduría rural… Pero es que todos, absolutamente todos, somos herederos ancestrales de esa misma sabiduría. Todos somos atávicos (del latín átavus: tatarabuelo), todos tenemos bisabuelos, como poco, que han sabido vivir así, en contacto con la naturaleza, unas veces como una madre y otras como una madrastra. Y ellos sabían faenar en época de faena, y pensar en época de queda. Al menos, a no desesperar, a saber esperar a que escampe…

                Y aún mucho peor. Porque nosotros tenemos una ventaja (o quizá sea lo contrario), y es una ventana que nos conecta con el mundo entero, televisión, redes, Internet… Y ellos no tenían absolutamente nada de eso. ¿Se lo pueden imaginar siquiera?.. Su único exterior era la luz y la oscuridad de los días y las noches, el ruido de la lluvia y el silbido del viento, la nieve caída y acumulada, con suerte algún cielo estrellado, y la observancia del comportamiento de los animales… Y yo me pregunto, y también se lo pregunto a ustedes, si precisamente la mayor dificultad que tenemos para relajarnos, apacentarnos y pensar, no será precisamente que nos sobra esa conexión con el mundo y nos falta la conexión con la naturaleza, y, lo más importante, la conexión con nosotros mismos…

                …Y pienso, hablando de pensar, que lo que no es natural, ni normal, es un aislamiento de nuestro cuerpo y una hipercomunicación de nuestra mente. Y lo peor de todo, que, en nuestro aislamiento corporal estemos monitoricomunicados con un solo y único tema: precisamente el motivo de nuestro confinamiento, o confitamiento. Hay una desintonía, algo distópico en esto. Como al ganso que se le mantiene inmóvil mientras se le ceba con un solo pienso…. ¿Querrán convertirnos en paté?..

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

viernes, 20 de noviembre de 2020

programa radio, participado. Tema: LA BÚSQUEDA

 LA BÚSQUEDA... programa radiofónico:

https://youtu.be/25DGnD5dwfQ

sábado, 14 de noviembre de 2020

¿ES NORMAL LO NORMAL?

 ¿ES NORMAL LO NORMAL?.. escuche este programa:

https://www.facebook.com/RadioTorrePacheco/videos/1319639381705141

LA BÚSQUEDA

 


Existe una muy antigua leyenda védica que cuenta que, al principio de los tiempos, los hombres eran dioses, divinidades dentro de la vasta creación, pero que se envanecieron de ello, y por esa causa, Brahmán, el supremo, les quitó su divinidad y la escondió, antes de convertirlos en humanos… Entonces, Brahmán se reunió con su Trinidad, y debatieron dónde debía ser escondida, a fin de que no la encontrase antes de haber aprendido a usarla correctamente. Uno de ellos, dijo: enterrémosla en lo más hondo de la tierra… No, respondió Brahman, pues el hombre es muy listo, y acabaría por encontrarla… Entonces, dijo el otro, escondámosla en el fondo del mar más profundo… No, dijo Brahmán, pues es tan astuto que hasta allí iría a buscarla… Subámosla entonces, dijo el tercero, a la cima del monte más alto, donde falte el aire, allí no se atreverá… No, respondió Brahmán, pues es tan osado que buscará la forma, llegará allí y la encontrará… Tras lo cual, el mismo Dios de los dioses, propuso la solución: Solo hay un lugar donde el hombre, por muy listo, astuto y osado que sea, jamás pensará que pueda estar, y nunca la buscará allí hasta que esté lo suficientemente maduro como para poder encontrarla. Esconderemos la divinidad del hombre dentro de él mismo…

                Y el hombre lleva milenios, cientos de miles, de años, buscando su divinidad perdida, y aún no ha dado con ella. Tan solo vislumbra, a veces, fogonazos externos, en las religiones, en el desarrollo de sus ciencias y sus técnicas, que solo le dejan ver apenas el camino que alumbra el relámpago. Un camino que puede llevarlo a la iluminación, como puede llevarlo al abismo. Pero a los ciegos que buscan la luz fuera es difícil que, no pudiendo ver, la encuentren. Muy difícil… Y eso que, enredados en la historia, ese Brahmán, o Quién sea, les ha ido colocando faros en ese camino suyo: la famosa, pero aún no entendida, pista del “Conócete a ti mismo” ya estaba grabada en el pronaos del templo de Apolo, en su Oráculo, en Delfos; y la desarrollaron sabios y filósofos, como Sócrates, Solón, Tales, Pitágoras, en la primera etapa ilustrada de la humanidad helénica… Y, cientos de años más tarde, se repitió en otras culturas, mesopotámica, caldea, egipcia, y hasta aquel divino nazareno, Jesús, nos lo transmitió en su “ no busques fuera de ti, busca en tu interior “ de Getsemaní… Allí encontrarás al Padre, que vive dentro de ti, dijo. Allí te escondió Brahmán de ti mismo, se nos chivó el Cristo…

                Pero, nada… ni siquiera miles de años de religiones, distintas y distantes, y diferentes en sus formas, pero con la misma verdad encerrada y enterrada en sus núcleos, han sido capaces de transmitirla a la humanidad. De hecho, la han usado para construir organizaciones de poder y sometimiento, enviando y perdiendo a la gente en la externalización, no en la interiorización. Orientándola hacia dogmas y ritos, no a su autoconocimiento. Es el propio hombre el que, ocultándola, la vuelve a perder una y otra vez… Sin embargo, y aunque parezca un contrasentido, una especie de paradoja latente, el ser humano no la pierde, tan solo se pierde a sí mismo. Y no la puede perder por algo tan grandiosamente sencillo como que es parte intrínseca de él, igual que él es parte intrínseca de ella. En otras palabras, el hombre está condenado a reencontrarse con su divinidad, que es encontrarse consigo mismo, no importa los eones (para Dios no existe el tiempo) que tarde en conseguirlo, agotando civilizaciones una tras otra – echen un vistazo a la historia – con la esperanza infinita de conseguirlo. El hombre está en búsqueda contínua, lo que pasa es que no sabe lo que busca, y espera hallarlo enredándose en una constante experiencia que parece no tener fin… La explicación, quizá, está en ese “libre albedrío” del que las más antiguas escrituras hablan, la regla de oro: Vale la opción, no la obligación. Siempre.

                …Y la opción, naturalmente, es libre, porque si no, no sería opción, si no obligación. Y de la primera, con sus errores y sus aciertos, se aprende, no así de la segunda, que acaba en rechazo. Por eso la ley de causa y efecto, de acciones y consecuencias, es mucho mejor maestra que cualquier dogmatismo impuesto. Ya… se me podrá decir, pero ¿y si esos seres humanos escogen libremente el acatamiento de los dogmas?.. Pues nada, si es una elección no impuesta por la fuerza, como en toda libre elección, cosechará de su experiencia de la misma, pero el conocimiento siempre será mejor que el adoctrinamiento. Y el conocimiento se encuentra en la búsqueda constante, en la duda, en la lógica, en la razón, en el admitir todo condicionándolo todo, en buscar para hallar, en convencerse que los ritos son lo contrario al camino.

                El mundo se encuentra hoy en una encrucijada evolutiva/involutiva histórica. Entre avances científicos espectaculares y una pérdida de valores devastadora. Los principios ya no son principios, son finales. Nos encontramos entre sociedades opulentas y otras que se mueren de hambre y de frío. Hemos construido un mundo de derechos ciudadanos y otro de refugiados en campos de concentración, que son ciudadanos sin derechos. Nos movemos entre un mundo de adelantos y una naturaleza arrasada. Entre sociedades del bienestar y pandemias inatajables. Y con un catálogo de desastres climáticos ya en marcha al que no sabemos, o no queremos, hacer frente… Está claro, ¿no..?. El hombre aún no se ha encontrado a sí mismo dentro de sí mismo… Quizá tenga que empezar de nuevo en algún otro tiempo, en alguna otra parte… Brahmán no tiene ninguna prisa.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ - http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

Todos los viernes, a las 10,30 hh. en http://www.radiotorrepacheco.es/ (87.7 f.fm.) programa especial con este artículo, que queda grabado a disposición de Vds. En YouTube

sábado, 7 de noviembre de 2020

LA NORMALIDAD

 


A mí me educaron para ser una persona normal”, le leo a alguien en una entrevista. Y una frase tan sencilla, incluso aparentemente vulgar, me pone a pensar… Claro, a todos nos educaron para ser una persona normal. Incluso a los reyes los educan para ser un rey normal. Ni para no llegar, ni para pasarse. Hoy no, en un país normal, claro… y otra vez volvemos a lo de normal. Sin embargo, ¿qué es lo normal?, ¿dónde está la normalidad?, ¿acaso lo normal es hacer y comportarse como todo el mundo espera que lo hagas?. Si lo normal existiera como realidad absoluta, todo el mundo funcionaría como al principio del hombre sobre la tierra, ¿no?. Y no es así. Luego, lo normal, como concepto, no es muy normal. Y, entonces, lo de ¿qué se espera que haga yo?, tiene sus limitaciones, o excepcionalidades, naturales.

                Me explico: yo vengo, por ejemplo, de un mundo donde lo normal es que fueras bautizado al nacer, más tarde primecomuniado y confirmado, que fueras a la escuela y trabajaras al mismo tiempo, que hicieras la mili nada más apuntar la juventud, y que, cuando salieras licenciado, te buscases (si no la tenías) novia, y te casaras, por la iglesia, por supuesto, y, naturalmente, que tuvieras hijos, y que los educases en la normalidad en que tú mismo habías sido educado… Eso era lo que se esperaba de ti. Y, más o menos, eso es lo que yo hice, y lo que hicimos todos los de mi generación. Sin embargo, hoy, que aquellos ya somos mayores, que estamos viejos, sí, eso, viejos, nos damos cuenta que alguna variante, por poco que fuera, tuvimos que suprimir o incorporar a ese normal funcionar, cuando la normalidad actual tampoco se parece a la normalidad de ese ayer tan inmediato a nosotros.

                Entonces, tus padres, tus abuelos, tus vecinos y conocidos, familia y sociedad, te presionaban a “sentar cabeza” y formar una familia apenas rozabas los 25 años, si no antes. Era lo normal. Compárelo con lo de hoy, afortunadamente, creo. Pero la cosa quedaba ahí. Hoy, lo normal, sin embargo, es tener una hipoteca además, desafortunadamente, pienso. Como va siendo normal quedarse sin trabajo, con una familia a cuestas y sin poder pagar los gastos de la casa. Como van siendo normal los desahucios, como normales son las familias desestructuradas, como hasta el propio concepto de familia se parece al de ayer como un huevo a una castaña – y no diré cual es el huevo y cual la castaña – por no caer en la trampa saducea… Se me dirá: hombre, una postguerra, una dictadura, la democracia, los avances de la técnica y en la ciencia, las nuevas formas de educación que esos cambios conllevan…

                Pues sí, efectivamente, así es. Pero esos cambios, sean políticos, sociales o de adelantos técnicos o científicos los han llevado a cabo personas normales pertenecientes a su normalidad, ¿no es así?.. Y si eso se supone normal, entonces rompe el principio que consideramos que significa la palabra “normal” como definición. Y a eso hay que añadir, no solo las consecuencias positivas, si no también las negativas, de tales cambios. Hoy va siendo normal que las catástrofes naturales abunden, en un cambio climático… llamémosle inapropiado; va siendo normal vivir con miedo a epidemias que están cambiando nuestros hábitos de vida; como está siendo normal que las nuevas generaciones se vuelvan irascibles y mentalmente desequilibradas sin un móvil pegado a sus dedos y una pantalla adherida a sus sesos. Como está siendo normal un consumismo y hedonismo que ya es casi genético en el ser humano. Y hoy es perfectamente normal lo que ayer se consideraba como anormal. Por eso, los jóvenes deberían entendernos a los viejos… a los mayores, si les parece mejor, desde una normalidad, la suya, que igual dejará de ser normal en breve tiempo…

                …Y entonces se volverá a repetir, cuando las cosas salgan torcidas, como hoy ya están saliendo más que torcidas: “yo solo quería un trabajo normal, una pareja normal, un par de hijos normales, una casa, un coche normal, una hipoteca de vida normal, o una calidad de vida normal…”, sin darnos cuenta que la normalidad o anormalidad, para bien o para mal, para mejor o para peor, la hacemos, rehacemos, deshacemos, construimos o destruimos, inventamos y cambiamos, nosotros mismos durante cada día de nuestra puñetera vida… Por eso, la normalidad como tal no existe. Nada hay normal, o todo es normal. Esto es, lo normal es que no sea normal. Más bien es otra cosa.

                En aquella existencia pasada que yo, y los que como yo, vivimos, a los que se salían de la norma (normal, precisamente, viene de norma) se les llamaba extravagantes, raros, como calificativo amables, cuando no “ovejas negras” o “balas perdidas”. Y, curiosamente, extravagancia no significa practicar una extraordinaria vagancia, no. Significa, ni más ni menos, que ser excéntricos, o sea, salirse del centro, estar fuera de lo que se considera normal. Ex-center, fuera del núcleo social… ¿Se acuerdan del mito de la Caverna, de Platón?.. Pues exactamente eso mismo. Así que hoy, en la sociedad actual, examínense los que me leen, a sí mismos con respecto a los demás, o a los demás con respecto a sí mismos… ¿A que ahora parecemos todos unos locos excéntricos?. Lo normal en el presente es no ser normal. Hemos hecho anormalidad de la normalidad.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ - http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

Todos los viernes, a las 10,30 hh. en http://www.radiotorrepacheco.es/ (87.7 f.fm.) programa especial con este artículo, que queda grabado a disposición de Vds. En YouTube