LA NORMALIDAD

 


A mí me educaron para ser una persona normal”, le leo a alguien en una entrevista. Y una frase tan sencilla, incluso aparentemente vulgar, me pone a pensar… Claro, a todos nos educaron para ser una persona normal. Incluso a los reyes los educan para ser un rey normal. Ni para no llegar, ni para pasarse. Hoy no, en un país normal, claro… y otra vez volvemos a lo de normal. Sin embargo, ¿qué es lo normal?, ¿dónde está la normalidad?, ¿acaso lo normal es hacer y comportarse como todo el mundo espera que lo hagas?. Si lo normal existiera como realidad absoluta, todo el mundo funcionaría como al principio del hombre sobre la tierra, ¿no?. Y no es así. Luego, lo normal, como concepto, no es muy normal. Y, entonces, lo de ¿qué se espera que haga yo?, tiene sus limitaciones, o excepcionalidades, naturales.

                Me explico: yo vengo, por ejemplo, de un mundo donde lo normal es que fueras bautizado al nacer, más tarde primecomuniado y confirmado, que fueras a la escuela y trabajaras al mismo tiempo, que hicieras la mili nada más apuntar la juventud, y que, cuando salieras licenciado, te buscases (si no la tenías) novia, y te casaras, por la iglesia, por supuesto, y, naturalmente, que tuvieras hijos, y que los educases en la normalidad en que tú mismo habías sido educado… Eso era lo que se esperaba de ti. Y, más o menos, eso es lo que yo hice, y lo que hicimos todos los de mi generación. Sin embargo, hoy, que aquellos ya somos mayores, que estamos viejos, sí, eso, viejos, nos damos cuenta que alguna variante, por poco que fuera, tuvimos que suprimir o incorporar a ese normal funcionar, cuando la normalidad actual tampoco se parece a la normalidad de ese ayer tan inmediato a nosotros.

                Entonces, tus padres, tus abuelos, tus vecinos y conocidos, familia y sociedad, te presionaban a “sentar cabeza” y formar una familia apenas rozabas los 25 años, si no antes. Era lo normal. Compárelo con lo de hoy, afortunadamente, creo. Pero la cosa quedaba ahí. Hoy, lo normal, sin embargo, es tener una hipoteca además, desafortunadamente, pienso. Como va siendo normal quedarse sin trabajo, con una familia a cuestas y sin poder pagar los gastos de la casa. Como van siendo normal los desahucios, como normales son las familias desestructuradas, como hasta el propio concepto de familia se parece al de ayer como un huevo a una castaña – y no diré cual es el huevo y cual la castaña – por no caer en la trampa saducea… Se me dirá: hombre, una postguerra, una dictadura, la democracia, los avances de la técnica y en la ciencia, las nuevas formas de educación que esos cambios conllevan…

                Pues sí, efectivamente, así es. Pero esos cambios, sean políticos, sociales o de adelantos técnicos o científicos los han llevado a cabo personas normales pertenecientes a su normalidad, ¿no es así?.. Y si eso se supone normal, entonces rompe el principio que consideramos que significa la palabra “normal” como definición. Y a eso hay que añadir, no solo las consecuencias positivas, si no también las negativas, de tales cambios. Hoy va siendo normal que las catástrofes naturales abunden, en un cambio climático… llamémosle inapropiado; va siendo normal vivir con miedo a epidemias que están cambiando nuestros hábitos de vida; como está siendo normal que las nuevas generaciones se vuelvan irascibles y mentalmente desequilibradas sin un móvil pegado a sus dedos y una pantalla adherida a sus sesos. Como está siendo normal un consumismo y hedonismo que ya es casi genético en el ser humano. Y hoy es perfectamente normal lo que ayer se consideraba como anormal. Por eso, los jóvenes deberían entendernos a los viejos… a los mayores, si les parece mejor, desde una normalidad, la suya, que igual dejará de ser normal en breve tiempo…

                …Y entonces se volverá a repetir, cuando las cosas salgan torcidas, como hoy ya están saliendo más que torcidas: “yo solo quería un trabajo normal, una pareja normal, un par de hijos normales, una casa, un coche normal, una hipoteca de vida normal, o una calidad de vida normal…”, sin darnos cuenta que la normalidad o anormalidad, para bien o para mal, para mejor o para peor, la hacemos, rehacemos, deshacemos, construimos o destruimos, inventamos y cambiamos, nosotros mismos durante cada día de nuestra puñetera vida… Por eso, la normalidad como tal no existe. Nada hay normal, o todo es normal. Esto es, lo normal es que no sea normal. Más bien es otra cosa.

                En aquella existencia pasada que yo, y los que como yo, vivimos, a los que se salían de la norma (normal, precisamente, viene de norma) se les llamaba extravagantes, raros, como calificativo amables, cuando no “ovejas negras” o “balas perdidas”. Y, curiosamente, extravagancia no significa practicar una extraordinaria vagancia, no. Significa, ni más ni menos, que ser excéntricos, o sea, salirse del centro, estar fuera de lo que se considera normal. Ex-center, fuera del núcleo social… ¿Se acuerdan del mito de la Caverna, de Platón?.. Pues exactamente eso mismo. Así que hoy, en la sociedad actual, examínense los que me leen, a sí mismos con respecto a los demás, o a los demás con respecto a sí mismos… ¿A que ahora parecemos todos unos locos excéntricos?. Lo normal en el presente es no ser normal. Hemos hecho anormalidad de la normalidad.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ - http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

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