CONFINADOS, NO, CONFITADOS.
Queridos colegavirus,
¿cómo llevamos el confitamiento?.. Yo contestaré como aquellas cartas que le
escribía a mi abuela para un hermano que tenía fuera de su tierra y de su
tiempo: “espero que todos gocéis de buena
salud… yo quedo bien, gracias a Dios”… Pues eso mismo, que quedo bien
gracias a Dios… o eso espero. Porque, al igual que las cartas de mi abuela,
cuando escribo este artículo no es cuando ustedes lo van a leer, y en ese
“intermezzo” pueden ocurrir muchas cosas. Ahora ya no se escriben cartas, como
antes, con un intervalo para la imaginación y la esperanza. Ahora se escriben
emails, whatsapps y Sms, que son instantáneos, como el café, no muy meditados,
al contrario que aquellas cartas que se pensaban línea a línea, frase a frase,
con una paciencia, filosofía y dominio del tiempo del que hoy carece…
Y es que para pensar se necesita tiempo. Si no hay
tiempo, el pensamiento no madura. Y un pensamiento verde, prematuro, si se coge
sin madurar, como la fruta, no vale para nada. De nada sirve si no se ha tomado
su tiempo para madurar… Este confitamiento tiene algo de bueno, y es que nos
concede tiempo para poder pensar… ¿sobre qué..?.. ésta es una pregunta que nace
a bote pronto y que demuestra lo que digo, que estamos perdiendo la facultad de
pararnos a pensar… sobre lo que sea. Hace sesenta o setenta años, era
perfectamente normal que cientos de pueblos y aldeas, en invierno, se quedaran
absolutamente aislados por nieves, temporales, ventiscas y climatologías
adversas. Y ningún medio de comunicación, ninguno, se ocupaba lo más mínimo de
ello con tanta alharaca e importancia como se le da hoy. Solo porque se
consideraba totalmente natural. Y esas gentes estaban más que acostumbradas al
normal confinamiento que traían los crudos inviernos. No se les veía como un
fenómeno extraño y alarmante. Sabían que venía, se preparaban las casas y los
ánimos, y se dedicaban a pensar…
Hoy lo hemos sobredimensionado todo, y cuando viene
una nevada (cada vez menos, por cierto) buscamos la última aldea escondida de
la sierra y la exponemos en las pistas circenses de los informativos como una
rareza de la naturaleza del “pasen y vean”, cuando es todo lo contrario. Eso sí
que es desnaturalizar las cosas… El “encaseramiento” que nos impone el
Cóvid-19, como una copiosa nevada con ventisca, nos deja aislados con nosotros
mismos en nuestra aldea íntima, y nos da tiempo para pensar hasta que escampe y
se abran los caminos, otra vez, que nos comunican con nuestros vecinos y con el
resto del mundo… Me viene a las “mientes”, o sea, a la mente, las palabras del
Coro del Nabucco, de Verdi, el Vá Pensiero: “Ve pensamiento, con alas doradas. Ve, pósate sobre las colinas…”.
Posiblemente nunca han tenido tanto sentido como en estos días, en que solo el
pensamiento puede volar libre sin miedo a contagio alguno, y sin que lo pare
por la calle un policía a deshora para preguntarle qué hace o adónde va. La
libertad está menos en lo que se hace que en lo que se piensa. En lo primero,
hay límites, en lo segundo, no hay ninguno.
El escritor Julio Llamazares, que recientemente ha
cumplido 65 años, cuenta que él nació en una de esas aldeas perdidas, escondida
y olvidada entre ventisqueros, y hoy enterrada – debería decirse enaguada –
bajo un pantano, en el aislamiento de una de aquellas nevadas de último
invierno, en que los parientes y próximos pudieron acercarse a conocerlo
pasados sus buenas seis semanas, y no sin ciertas dificultades por derrumbes en
caminos y veredas de acceso embarradas… Y comenta lo cuesta arriba que se le
hace a él este confinamiento, y que trata de superarlo invocando a su genética
materna, portadora de la sabiduría rural… Pero es que todos, absolutamente
todos, somos herederos ancestrales de esa misma sabiduría. Todos somos atávicos
(del latín átavus: tatarabuelo), todos tenemos bisabuelos, como poco, que han
sabido vivir así, en contacto con la naturaleza, unas veces como una madre y
otras como una madrastra. Y ellos sabían faenar en época de faena, y pensar en
época de queda. Al menos, a no desesperar, a saber esperar a que escampe…
Y aún mucho peor. Porque nosotros tenemos una ventaja
(o quizá sea lo contrario), y es una ventana que nos conecta con el mundo
entero, televisión, redes, Internet… Y ellos no tenían absolutamente nada de
eso. ¿Se lo pueden imaginar siquiera?.. Su único exterior era la luz y la
oscuridad de los días y las noches, el ruido de la lluvia y el silbido del
viento, la nieve caída y acumulada, con suerte algún cielo estrellado, y la
observancia del comportamiento de los animales… Y yo me pregunto, y también se
lo pregunto a ustedes, si precisamente la mayor dificultad que tenemos para
relajarnos, apacentarnos y pensar, no será precisamente que nos sobra esa
conexión con el mundo y nos falta la conexión con la naturaleza, y, lo más
importante, la conexión con nosotros mismos…
…Y pienso, hablando de pensar, que lo que no es
natural, ni normal, es un aislamiento de nuestro cuerpo y una hipercomunicación
de nuestra mente. Y lo peor de todo, que, en nuestro aislamiento corporal
estemos monitoricomunicados con un solo y único tema: precisamente el motivo de
nuestro confinamiento, o confitamiento. Hay una desintonía, algo distópico en
esto. Como al ganso que se le mantiene inmóvil mientras se le ceba con un solo
pienso…. ¿Querrán convertirnos en paté?..
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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