...PUES HABLEMOS DE SEXO
Me preguntan algunos de los que tienen la
mala costumbre de leerme, que si no me he dado cuenta que, en tantos años que
llevo en esto (más de treinta y cinco por si alguno no lo sabe), nunca, jamás,
he escrito sobre sexo… Y hasta uno hay, el jodío, que se atreve a decirme en
mis barbas, que entiende que, para mí, a mi edad y con la educación recibida,
sea un tabú… ¡será posible el deslenguado!. Lo que ocurre es que yo no soy
sexólogo, ni por supuesto sexista, ni sexógrafo, que no sé lo que es, si es que
es algo, ni siquiera sexador de pollos, que eso sí que existe, ni sexudo soy ni
me considero. No soy nada. Y no sé mucho más allá de lo que cualquiera pueda
saber, si es que hay mucho que saber. Por lo que poco puedo aportar en este
tema… Miren, aquí debería haber puesto “escabroso tema”, pero por dar látigo al
del tabú, digo que para mí el sexo no tiene nada de escabroso, tan solo que se
usa mal o bien, o con mejor o peor gusto o tacto, o con conocimiento o sin
conocimiento, o con discreción o sin
ella, o con amor o con violencia, o con sabiduría o con ignorancia, o se hace
bello o se convierte en feo… pero nunca diré lo de escabroso… y que cada cual
(incluido el del tabú) piense lo que quiera.
En lo que sí creo es que
el sexo, en los seres humanos – y doy por hecho que los humanos somos humanos –
reside en la cabeza, en la mente de las personas. Yo pienso que la sexualidad
no está en el bajombligo, si no en la azotea, arriba, y que sexo y seso
conviven en la misma casa, aunque habiten, solo aparentemente, en habitaciones
diferentes… Se me dirá que, entonces, el instinto… ¿andestá el instinto?. Pues por ahí, esturreado por todo el cuerpo,
en zonas más o menos sensibles, como por ejemplo, los ojos, la nariz… sí, la
nariz – pregunten a las feromonas – y otros órganos. Lo que pasa es que en un
animal no humano la respuesta física es casi que inmediata, automática, ya que
su capacidad racional es más instintiva que mental. Su organismo le pide baile
y la primera pareja que pilla se la lleva a la pista. Ha de satisfacer su
exigencia orgánica a través del poder de su instinto…
Pero en los humanos esa
exigencia, esa petición del organismo, ha de pasar por un filtro intelectual y
selectivo: el de la mente. Así que lo que llamamos sexo va y conferencia con su
vecino el seso, y ver si puede, y cómo puede, satisfacer su instinto, que ha
sido despertado por vaya usted a saber qué… Y aquí suele plantearse, por lo
general, una de dos opciones: o el sujeto es un cenutrio (más animal que
humano), un cerril que acude a la violencia, o a formas grosera de buscarse la
pareja (de ahí viene lo de aparearse), o busca con su inteligencia la manera de conseguirlo
civilizadamente, el cortejo, la conquista, el enamoramiento, o el simple y
mutuo convencimiento y simple y mutuo consentimiento… Y si, como suele ser en
la mayoría de los casos, las negociaciones no llegan a buen efecto o las
posibilidades son cero, pues nada, el instinto, como buen perro educado que
debe ser, se queda sin hueso y con el rabo entre las piernas, y al organismo
que lo ha despertado, ahora toca cantarle una nana…
Por eso que no se puede
hablar de sexo sin hablar de seso. No en nuestro caso, al menos. Es más que
sabido que el sexo estricto es una imposición de la naturaleza para la
conservación de las especies. Algo tan poco romántico como eso. Nada tiene que
hacer San Valentín en esto. Un mecanismo concreto de supervivencia, por poco
sugerente que esto suene. Pero es así. Lo que pasa es que Algo o Alguien
dispuso que fuera placentero por puñetera necesidad y casi por obligación – al
menos, que la medicina sepa bien, se dijo Quien fuera – para que el fin, el de
la vida, se cumpliera como un reloj, sin demasiados inconvenientes. Este
dispositivo en el hombre primitivo cumplió su función divinamente, como en
cualquier otra especie animal. Sin problemas. Pero cuando el hombre evolucionó
mentalmente, más que una función meramente reproductora, se convirtió en algo
más gratificante que eso. Lo suficiente como para ejercer una atracción, si
bien que ya selectiva. No ya solo física, orgánica e instintiva, si no también
mental, intelectual, y, por lo tanto, racional.
Y aquí estamos y hasta
aquí llegamos, interlocutores e interlocutoras míos y mías… Otra cosa muy
distinta ya al tema, aunque relacionado, es el pegote de lo que llamamos moral.
Y con lo de pegote no quiero darle yo una valoración peyorativa, no, ni mucho
menos, Yahvé me libre… Lo que quiero decir es que eso es un añadido más postizo
que natural. Son unas normas sociales, un reglamento, un manual de buen uso,
tanto para eso del sexo como para otras cosas mucho más importantes. Pero no existe
“La Moral”. Existen tantas morales como culturas hay, cada cual la suya… Y la
nuestra, judeocristiana por excelencia, se ha pegado como una lapa a la moral
del sexo tan fuertemente, que ya es difícil separar un concepto del otro… Pero
bueno, enfín, eso, la moral, es otra película, otro tema, otra historia, y pare
usted de contar…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
Comentarios
Publicar un comentario