LAS OTRAS VÍCTIMAS
El por qué la Administración y
la sociedad no se involucran en combatir esta lacra al igual que lo hacen en
otras áreas, quizá esté en el gen educacional católico de tabú en este tema. Es
muy posible. Es estigma de pecado, injusto e indiscriminado, y de poca, muy
poca caridad cristiana por cierto, ha marcado a generaciones criminalmente en
tal sentido. Por ejemplo, la mayoría de los colectivos y de los medios de
comunicación aún siguen manteniendo – y esto ya es un triste y lamentable
tópico – una especie de tácito acuerdo, de norma no escrita, en aplicar una
cierta e inconcreta capa de censura para no hablar (lo mínimo) de suicidios,
por miedo a crear un efecto imitativo. Y no es cierto, en modo alguno, que
tocar el tema fomente más muertes, sino todo lo contrario, ayuda a relativizar
muchos dramas personales que los llevan a ello…
Y es que, las condiciones que
convierten la existencia de estas personas en algo insoportable son relativas,
y pueden paliarse, y cambiarse. Tan solo hay que prestar la misma atención y
preocupación que se aporta a las otras casuísticas de muerte. También éstas son
víctimas, no apestados. Mucho menos, pecadores, que por aquí quizá ande el tótem
de la tribu, y que los pecadores seamos en realidad todos los demás que pasamos
de puntillas por el tema. Pecado de incompasión lo llamaría yo. De falta de
caridad… Culpabilizar al suicida por omisión de ayuda es culparnos a nosotros
mismos por falta de atención a los mismos. Aquí los despachamos como el que
pone un sello al expediente de archivo: “sufría
trastorno bipolar”, una etiqueta de cierre. Una mentira piadosa. Porque en
este país hay más de medio millón de personas que padecen bipolaridad y no
tienen tendencias suicidas. Luego, es falso. Lo que pasa es que utilizamos el
marchamo para no abordar esa causa de automuerte, que es lo que nos asusta y
diferencia de las otras. Y ese secretismo irresponsable condena al suicida como
victimario no reconociéndole como víctima, multiplicando el dolor lacerante de
sus deudos, que se sienten obligados casi que a excusarlos y a excusarse a sí
mismos, a mentir, a buscar explicaciones absurdas, a defenderse no sé de qué…
El suicidio no es otra cosa que
un grito desesperado a una sociedad pacata e insensible, acoquinada por
patéticos complejos religiosos atávicos. Es un alarido para que nos demos
cuenta que estamos sordos, ajenos, a un determinado problema de salud pública
que también, sí, también, provoca víctimas. Y no pocas. Decimos con una
ligereza e irresponsabilidad que hiela el alma: “es una forma de llamar la atención”, cuando es una manera de decir:
“estoy solo, ayúdenme…”. Y no podemos
admitir que no tengamos datos. Lo que no tenemos es conciencia. El suicidio en
nuestro país, por ejemplo, es la primera causa de muerte entre jóvenes de 14 a
39 años… He aquí un dato constatable, medible y concreto.
Y por no tener, no tenemos ni la
especialidad de psiquiatría infantil-juvenil, carencia que compartimos con
Bulgaria en toda Europa. Podemos sentirnos orgullosos. Cuando, hipócritamente,
definimos que España es un país solidario con las víctimas, mentimos, porque
desvictimizamos a las del suicidio para no solidarizarnos con ellas. Y eso
sigue ocurriendo, por mucho que nos escondamos de nosotros mismos. Además,
usamos un truco muy manido. Pues no todos los suicidas lo hacen por trastornos
psíquicos, si no por simple y vulgar desesperación: la vida es demasiada pesada
y no la pueden soportar. Pero el sistema diagnostica después de haberse quitado
de en medio la víctima, no antes. El método es harto simplista: se ha
suicidado, ergo no estaba bien de la cabeza…Y actuar así, francamente, yo no sé
si es comodidad, incapacidad o crueldad…
Con este artículo de hoy, lo
único que pretendo, discúlpenme por ello, es llamar su atención – ahora se
llama visualizar – sobre una realidad que se quiere invisibilizar. Mientras no
se reconozcan como víctimas de suicidio en vez de muertos por suicidio,
equiparándolos al resto de víctimas, no se empezará a hacérseles justicia. Una
justicia que les debemos desde hace muchos siglos, y, la verdad, creo que ya vá
siendo hora…
Cierto que ya no se les
anatemiza sádicamente, ni se les expulsan sus restos de “lugar sagrado”, ni se
les impone a sus pobres deudos un sambenito social horroroso, ni se excomulga
al muerto, ni se condena a “compasivo” purgatorio alguno (al menos en la
práctica conocida) aunque tampoco lo han apeado de la teoría. Pero se impone
algo mucho peor que eso, y que ya no tiene peso en cabeza racional, y es que se
les sigue ignorando, se les sigue excluyendo, silenciando. Y eso tampoco es
humano…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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