CARTELES Y BANDERAS
La mayor lección y la mejor
formación sobre tolerancia sexual la aprendí en mi pueblo de nacimiento y
crecimiento, de la sociedad donde me eduqué, ¡hace más de setenta años!.. en
plena dictadura franquista, sí señores y señoras, cuando el pensamiento único
se imponía con zarpa de hierro, y cuando lo mandado y ordenado era todo lo
contrario a esa misma tolerancia que me enseñaron… aunque los contemporáneos y
contemporáneas, servidores y servidoras actuales de otro tipo de pensamiento
también dirigido no se lo crean… En ese pueblo mío, y en aquellos tiempos de
plomo, había (imagino que como en todos los pueblos-pueblos de este país), gays
y lesbianas entre nosotros. Cierto. Y sin embargo, nunca, jamás, ví ni viví por
ningún lado, un comportamiento social de rechazo, ni de ataque, ni de
discriminación alguna, hacia ellos… Más bien todo lo contrario, solo conocí un
trato digno, respetuoso y respetable, e incluso de afecto y reconocimiento a
los que lo merecían. Y todo eso de forma natural, de manera normal, sin ningún
tipo de alharaca ni presunción de nada. Esa es/fué mi experiencia personal.
Por
eso me pierdo (e incluso me siento ciertamente incómodo) con la etiquetósis que
hoy padecemos, y que parece invadir todos los rincones de la sociedad, y que,
¡cuidado!.. mucho ojo con el que no ose usarla y extenderla, porque entonces
será reo de las peores acusaciones que el moralismo cartelero suele utilizar,
para ponerte en la picota pública, colgarte el sambenito, y despeñarte desde el
humilladero local, y que no vuelvas a ser admitido en el actual templo del
buenismo. Me cuesta mucho trabajo entender una clasificación gran-hermánica y
disectiva como la actual: lesbianas, gays, transexuales, bisexuales,
intersexuales, familias parentales, monoparentales, homoparentales,
eteroparentales… en vez de una aceptación insertiva y aceptiva, única y simple,
elemental y natural, como hacíamos entonces en mi pueblo.
Precisamente,
en pueblo llano a eso se la llama “no hacer distingos”, y el etiquetismo, por
el contrario, es distinguirlos del resto etiquetándolos. En vez de integrarlos
los distinguimos, que es justo el revés de la moneda. Como distintos zánganos
de una misma colmena, como especies diferentes de un mismo género humano. Y
para hacer aún mayor el distingo, montamos fiestas diferenciales, por y para
eso mismo, para diferenciarse del resto… y se proclama a voz en grito (y pobre
del que contradiga el sacro principio) que eso se hace justamente para lograr
una integración plena en la sociedad – nada más opuesto – y a ver, para que yo,
pobre de mí, lo entienda: ¿lo que me dicen es que para integrarnos vamos a
diferenciarnos, para unirnos vamos a clasificarnos en tendencias separadas?…
Desde luego, no encuentro mucha congruencia en ello. Y, además, se hace con
espectáculos donde esa diferencia se marca hasta la parodia, y se lleva hasta
el patetismo más ridículo, en un paroxismo que empieza, como aquel principio de
física, a provocar una fuerza igual de proporcional, desarrollada en sentido
contrario. Y más cuando estas demostraciones han sido institucionalizadas a
extremos poco defendibles, por no decir poco razonables…
A
ver, tal y como se ha tratado este fenómeno… (y no vayan a interpretar
maliciosamente la definición de fenómeno, que me los veo, y me las veo, venir) es
que algo que debería entenderse tan normal y natural como la propia vida, ha sido
convertido en fenómeno, puesto que esas manifestaciones autoexcluyentes y fuera
de tono, precisamente se afirman y reafirman a sí mismas como tal fenomenología.
Tal
y como ha sido esto tratado, repito, lo que se ha conseguido es que aquella
tolerancia básica, simple y natural, se haya convertido en una especie de
carnaval donde se presume de la diferencialidad que se quiere combatir y no de
la igualdad que se quiere conseguir. Y observo otra cosa más: se ha creado un
campo de trabajo, nuevo y diferenciado, claro, del cual medra mucha gente…
Donde antes todo se aceptaba sin más, tal cual, solo porque “así son las
cosas”, hoy abundan cantidad de expertos, especialistas, psicologistas,
mediadoristas y conocedoristas del asunto que viven de sus charlas,
conferencias, informes, tratamientos, intervenciones y consideraciones varias,
alrededor de las ubres del gran hermano estado… En pocas palabras, se ha creado
una mercancía y ha aparecido su correspondiente mercado. No sé si habré sabido
explicarlo, disculpen mi torpeza.
Ahora
ya solo queda contestarme que, o bien miento, o lo de mi pueblo fue algo tan
raro, anómalo y extraño que, si es cierto que existió tal y como yo lo recuerdo
y cuento, debió de ser un bulo de extraterrestres, y no una verdad, una
certeza… Y que lo debo haber soñado porque nunca hubo un mundo así… Pues vale
si así se empeñan y así se apañan. Pero más bien creo que la persecución y la discriminación
quizá se diera mucho, muchísimo más, no lo sé, en las ciudades que en los
pueblos. Y puede que se haya aventado un modelo ocultando el otro. Que se haya
alzado una bandera de conveniencia negando y escondiendo otra de
inconveniencia… O puede que no. Pero yo sí que pienso así.-
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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