AUTORETAZO
“… Después dijo Dios: Haya un firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras, y así fue. E hizo Dios el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo y de las que hay sobre él….” Génesis, 6-8. Los nubarrones plomizos del cielo querían unirse a las aguas, pero el mar no se dejaba. Su piel, de mil tonos grises, antes azules, rechazaba la fusión en la lejanía con una violencia inusitada. La lluvia dulce se convertía en salada nada más besar su superficie de plata vieja, en un intento desesperado de volver a juntar lo que antes estaba unido y Dios separó, y en su deseo insatisfecho hacía desaparecer las islas que nacían del mismo fondo de la nada. Cuando su madre decía que una tormenta se la tragaba el mar, concedía su tiempo al viento maestral para que hiciese su trabajo de empujarla a la acuosa garganta, y peinase sus lindes de albardines y lentiscares, que imaginaba como sienes venerables de la laguna. Ens