AVISO A NAVEGANTES

Nos encontramos a muy corta distancia de un año de intenso urnaje. Va a resultar apasionante, toda vez que se dirimen elecciones generales y municipales, casi que pisándose los talones unas a otras, y con las espadas que dejaron levantadas en las recientes europeas sorpresivas formaciones como Podemos y compañía. La oportunidad que la ciudadanía tiene en su mano para castigar los excesos y generalizada corrupción de la clase política – casta, la llaman los noveles para diferenciarse de ella – y dar un golpe de timón histórico a las formas (malas) y maneras (prepotentes) de los partidos, es única.

                Como única es la salida existente: pasar de la democracia parcial que tenemos a la democracia total, participativa y directa. El modelo suizo, concretamente. Una estructura representativa y asamblearia de la ciudadanía de base, inserta en la toma de decisiones que directamente le afectan, el manejo político entre otras. El modelo partidista actual ha sucumbido a la endogamia de su propio interés y autoengorde, sin mirar el general de la población. Los partidos solo se sirven y se ceban a sí mismos a través de políticos que también se ceban y se sirven a sí mismos. Lo corrupto del sistema ha hecho eclosión con la crisis, y sus debilidades, desvergüenzas y corruptelas se han ido destapando inexorablemente.

                En las inmediatas elecciones se juega el afianzamiento de un tipo de estado que, de ganarlos los partidos inmovilistas, harán cuanto sea posible para eternizar sus estructuras caducas de poder mediante manipulaciones, cambios legislativos y de gestos, y disposiciones tendentes al absolutismo más ilustrado, y de ganarlas los novatos, podrían venir ideas frescas y modos nuevos que muevan a una lenta pero segura reestructuración de los viciados valores políticos y sociales que ahora nos asfixian. Como también unos resultados de espadas en alto podrían suponer un serio aviso a las corporaciones locales y/o generales de gobierno, que se mueven entre el nepotismo de familias políticas caciquiles, o, incluso en algunos casos, luchas intestinas entre ellos mismos para obtener el asentamiento de culo, y un pulso con las fuerzas de espíritu renovador e independientes de servilismos y servidumbres políticas.
               
                Existen un par de detectores sencillos y fáciles de aplicar para analizar elementales parámetros políticos: la opacidad informativa y la querencia al puesto. Cuando vemos el esfuerzo por ocultarse de los jueces y opacar la información que debería ser pública y transparente, es porque, sin duda, tienen algo que ocultar. Por el contrario, quien nada tiene que esconder, nada tiene que temer. Luego está el apego a los cargos. Matan y se navajean entre ellos mismos por estar en las listas, por ser votados, por el aniquilamiento del rival, por sentarse y mantenerse en los puestos… Quienes solo desean servir no pelean por ello. Es una oferta clara, limpia, diáfana y desinteresada. El interés que se desprende de estas actitudes no demuestra el afán de servir, si no el de servirse.

                Por otro lado, ya va dejando de ser el tiempo de gobernar por y bajo consignas. La disciplina ciega de partido ha de terminar y abrirse a la libertad de conciencia individual de cada cual y su responsabilidad personal en y por ello. Lo otro es un absolutismo disfrazado de liberalismo, una dictadura interna parasitada en una pseudodemocracia externa. El compromiso personal es algo muy distinto al dirigismo fáctico del partido político. No es igual. La diferencia está en la libertad. Se le parece, pero no es lo mismo… Y, hasta ahora, solo se nos ha gobernado con apariencias.

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