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Mostrando entradas de mayo, 2020

CONCLUSION(ES)

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P ermítanme terminar la serie coronavírica – de momento al menos – contándoles una historia que no es un cuento, aunque bien puede serlo: Existía un pequeño poblado de arapahoes en lo alto de una colina boscosa, en cuyo hábitat vivían satisfechos y con los medios necesarios a su alrededor para una estable subsistencia. Vivían felices y contentos de sus trabajos y sus fiestas hasta que, un crudo invierno, uno de los osos de las colonias que habitaban aquellas latitudes, se volvió especialmente dañino, y comenzó a atacar indiscriminadamente a los indios, y a matar a los pobladores de aquella tribu, diezmándolos, hasta que el lugar se convirtió en un serio peligro para sus moradores . Reunidos jefes y chamanes en busca de una solución, optaron por confinarse en su perímetro para protegerse. Durante unos meses se redujeron las víctimas al mínimo, pero los recursos de la comunidad mermaron hasta el punto que la pobreza y la necesidad se convirtió en una amenaza añadida, casi peor que

ANÁLISIS (casi) FINAL

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                Las fases de des-escalada de la crisis coronavírica van avanzando. A trancas y barrancas, asimétricamente, entre fallos y aciertos, pero ahí van, a base de normas, leyes, riesgos y cautelas, y meteduras de pata, que de todo hay. Desde que empezó el confinamiento con el cuento de María Sarmiento, he ido acompañando semanalmente esta crónica desde el paso del tiempo, que no del virus (dado que el virus no ha pasado, pues sigue entre nosotros), pero durante más de dos meses, mi tema ha sido ajustado al monotema, y pienso, no sé, quizá, que será ya tiempo de ir introduciendo otros de distintos intríngulis, a fin de volver a empezar los que dejé atrás y comenzar a desgranarlos en esta nueva normalidad. Así que quizá éste sea el último, dedicado a conclusiones – o el penúltimo, que nunca se sabe – de una serie que empieza ya a cansar. Vamos, que digo yo, claro…                 Y hablo de la nueva normalidad porque es posible que tras las últimas etapas del citado d

QUE DIGO YO...

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                Estamos finalizando la primera fase de desescalada – o escalada, según desde donde se mire – de las medidas impuestas por la pandemia, y a punto de comenzar la segunda. Y el gobierno, y nosotros, seguimos con una inseguridad de cuerpo y unas dudas de mente que no sabemos por dónde tirar. Estoy hablando, sobre todo, de aquellos a los que nos clavaron con una chincheta en las paredes de nuestras casas, puesto que los demás solo tienen que ajustarse al plan de movilidad prevista, y a guardar las normas indicadas. Tampoco debería de ser tan difícil. Pero lo es, sin duda alguna. Solo tenemos que ver cómo nos estamos comportando apenas han abierto un poco la puerta del chiquero. Como auténticos asnos. Amontonándonos para hacer ejercicio (todos, a la vez, y en los mismos lugares), en las terrazas de los bares, en los zocos de nuestros mercados, en los quicios de las iglesias o en las fiestas callejeras que nos montamos. Yo no sé si habrá que achacárselo a nuestro caráct

PENSEMOS MIENTRAS PODAMOS

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                 Por supuesto que la reflexión de hoy no va con ningún ánimo de crítica para cómo se ha gestionado la crisis coronavírica. A nivel mundial ya se sabe, mal de muchos, consuelo para nadie… Además, aquí, en nuestro país, suele tomarse de dos maneras: si es contra los otros, pues que muy bien, pero si es contra los míos, pues que muy mal. Lo tengo archisupercomprobado. No damos para mucho más. Polarización pura y dura. Pero no es esto. Aquí, como decía mi amigo el cura, “ metámonos tós y sálvese el que pueda ”. Además, para mi disculpa o para mi condena – depende d´ande soplen los vientos   - esta idea se la leí en un extenso artículo a un representante, o funcionario, de la OMS en un periódico nacional. Mi único pecado pues es alinearme con su, creo que docta, opinión (así se evitarán los contrarios la molestia de descalificarme como lego en la materia), que quién me creo que soy yo, que qué se yo de estas cosas, que no me documento bien… en fin, ya saben.     

¿QUÉ NORMALIDAD..?

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En mi época de crío, la normalidad era que la gente muriese a chorrete por la causa que fuere. Todo el mundo aceptaba el riesgo y la fragilidad de la existencia como algo perfectamente natural, y por lo tanto, normal. Los viejos, porque para eso eran viejos, y estaban en disponibilidad de ser llamados a filas, celestiales o infernales, pero eso era otra cantata eclesial. Mas allí estaban, esperando el toque de corneta. Y los niños, pues porque eran pequeños, proyectos de adultos, personas en proceso de hacerse, y claro, cualquier cosa podía tumbarlos. Además, se sumaba a eso la situación de posguerra aquella, para mayor problema de salud… A una viruela, un sarampión, un tifus, una gripe mal venida, se le añadía el hambre (otros prefieren decir necesidad) y el resultado era una cuasi-epidemia permanente. El verano por las cagaleras y el invierno por los fríos – porque aquellos inviernos eran fríos de helar – componían una situación de normal normalidad para todo el mundo. Era una