CRÓNICAS DEL ESTÍO
Escribo esto en plena canícula agostina, en el ecuador del veraneo, que no del verano. En unos días habrá empezado el desfile inverso, y la marea habrá retornado a sus bajíos del interior, y las playas quedarán liberadas del asalto por el asfalto… Unos cohetes más semaneros y habremos comenzado a declinar el verbo declinar (de declive). Así que cuando esto salga publicado será en ese tiempo de vuelta del tiempo, en que todos estaremos en otras rutinas que fueron antes, no distintas, pero sí distantes… Pero ahora mismo, los farenheits andan en plan achicharre y los organismos funcionan al ralentí. Por lo menos el mío, que ya luce edad provecta. Y estoy leyendo los periódicos del día en el porche de mi casa-refugio, a esa hora en que las chicharras se desperezan, y me percato que, invariablemente, de un par de semanas acá, la prensa, que rellena páginas con el recurso de las crónicas playeras, solariegas y procesionarias, no falta un día en que algún col