OPVSICIONES
Siempre he defendido las pruebas de selectividad, o las malditas por
vituperadas oposiciones, como un mal menor, necesario en nuestros sistemas de
estudios para poder acceder al deseado puesto de trabajo oficial. No hay más
remedio. Nuestra pésima manera de prever las cosas hace que exista una demanda
exagerada para una exigua oferta, y eso obliga a establecer cribas que pueden
parecer hasta inhumanas. Todos nuestros hijos y nietos tienen el derecho (yo no
tuve ninguno) a elegir lo que quieren ser, cierto, pero ningún sistema social
tiene la obligación de proveer hasta la última demanda. Y es que, una cosa es
lo que le gusta a uno, y otra muy distinta poder vivir de lo que a uno le
gusta…
Y aquí viene el problema.
A la hora de comprobar en nuestras carnes que existen mil puestos de trabajo
para cien mil aspirantes. Y que hay que dejar fuera a noventa y nueve mil
personas, muchas de ellas, sin duda, sobradamente preparadas y con méritos más
que suficientes como para lograrlo. Otros países tienen otros sistemas de ir
adaptando los flujos del mercado de trabajo público, puesto que el Estado
controla la oferta y puede influir en la demanda, aunque, al final, si bien que
menos traumáticos que el nuestro, también tengan que optar por opositar. En
España, por su naturaleza desproporcionada, cada oposición está plagada de
dramas, descontentos, protestas, reclamaciones, impugnaciones y, demasiadas
veces, injusticias. Algo se está haciendo rematadamente mal.
Así que tras escuchar
tantas versiones de hechos puntuales e interpretaciones de prójimos próximos
durante tantos y tantos años, al final uno hace una aproximación al problema, a
través de examinar un caso real del hijo real de un amigo no menos real, y
entonces se topa uno con que estas disparatadas pruebas de irremediables
consecuencias también vienen malamente sazonadas por los modos, las formas, las
maneras, que dejan al personal abocado a una sensación de inevitable, y no sé
si justa, impotencia.
Imagínense un chaval, ya
no tan chaval quizá, que después de haber pasado esa gran y enorme, y
monstruosa por sus desproporcionadas proporciones, criba inicial del primer
ejercicio con una muy buena nota, tan buena que supera sobradamente la del
corte, lo cual le inyecta ánimos e ilusiones, y esperanzas, para afrontar la
siguiente prueba (hablo concretamente de las recientes para el cuerpo de
maestros especialidad educación infantil) es citado a las 8 de la mañana para
examinarse a las 4 de la tarde – ocho horas de plena canícula murciana de calle
en mes juliano -, a fin de prepararle cuerpo e intelecto a fuego lento y en
competitivas condiciones. Sigan imaginando que hace el primer ejercicio, bien,
hace el segundo, también bien, logra una nota de corte bastante buena, tanto,
que incluso un componente del tribunal le dice las palabras más mágicas del
mundo mundial en tales circunstancias: “vete tranquilo”…
Supongan también, una vez
ya puestos, y aunque esto no sea una suposición sino una realidad muy real, que
de los cinco días que hubo exámenes, a cinco opositores por día, suspenden a un
total de cinco opositores… Pero, no se me distraigan, please, se cargan a uno
por día, menos el último día en que, se supone que como traca final y fin de
fiestas, se cepillan a cuatro, dejando a uno solo. Y algunos por una sola y
jodida décima. Yo no digo que exista ilegalidad (que tampoco lo sé) pero mala
leche, sí que parece existir una poca. Al menos no se pueden eliminar las dudas
que, legítimamente, pueden surgir ante los criterios de un tribunal para que,
en un examen oral, suspendan a cuatro de los cinco, y a uno del resto en los
anteriores días. Capricho, broma, o los hados del destino… A César le
advirtieron que se cuidara de los Idus de Marzo, y a estos jóvenes deberían
haberles avisado sobres las Opus de Julio…
No son todos, ni mucho
menos, pero algunos bastantes se tiran años preparándose para poder optar a
trabajar, que ni siquiera para trabajar, sino, ojo, para poder trabajar, que no
es lo mismo una seguridad que una opción. O sea, para que los vayan llamando
unas semanas, unos pocos meses al año, poco a poco, para conseguirse unos
méritos, con los que poder hacer puntos, que les vayan permitiendo algunas
posibilidades más en las siguientes oposiciones… Y así poder cerrar el círculo
con que aspirar a abrir otro con mayor perspectiva, ya me entienden…
Y opino, si se me permite
opinar, claro, que si no a esos todos, sí que a estos pocos algunos, quizá que
bastantes, se les debería tratar con una mayor dignidad y un mínimo de respeto.
No el “ya le mandaremos un e.mail”,
como despacharon al chico de la historia presente. Aunque solo sea porque se
les condena a la pena de dos años más de espera para que, de nuevo, sean
metidos en el carrusel del triaje, y para que, a los supervivientes que, por
suerte o porque se han matado a estudiar, vuelvan a ser tratados – maltratados
quiero decir – de esta manera. Deben existir, estoy seguro de ello, fórmulas
y/o sistemas que eviten todas estas malas tripas que saltan en cada
convocatoria y dejan un rastro que apesta. Porque, después de que pasan estas
pruebas, estos tragos, o estos trasgos,
más que oposiciones parecen deposiciones. De verdad.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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