EN REDES TODO SE PUEDE

 


(de Onda Cero)

Una de las lindezas que un día se coló en las redes sobre mi persona fue la de “religioso fanático”… Tuve que releerlo un par de veces o tres más por si me equivocaba yo o se equivocaba el redactor de tan “acertada” nota. Ponía justamente eso. Aunque es un insulto (creo) no me siento ofendido, al revés, me creí redimido. Al fin y al cabo, de alguna forma y manera, me habían descabalgado de todo lo contrario: de ser un impío demonio, ateo y antireligioso de narices. Resulta curioso la extraña y caprichosa relatividad con que, en tales lugares, acostumbran a enjuiciar a las personas. Resultaría hasta de una ligereza divertida si no fuera por el tinte enfermizo de odio que suelen rezumar esos pretendidos navajazos.

El motivo de ello no fue otro que el haber soltado que yo sí creía en Dios a un comentario que pensé de respetuoso ateísmo… Por supuesto, no aclaré en qué, ni por qué, ni de qué extraía yo mi conclusión, absolutamente opuesta, por cierto, a cualquier religiosidad dogmática (quien me conoce lo sabe de sobra). Tampoco se me hubiera dado opción a ello. Existen opiniones que no necesitan explicaciones; esas que te declaran enemigo de primeras por atreverte a opinar lo contrario. Tampoco es que eso tenga mayor importancia, en realidad no merece la pena, salvo, claro, la constatación de un hecho: que la gente anda desaforada en esas redes persiguiendo herejes de toda laya y condición como la peor inquisición. Me recordó a un sargento llegado de las colonias africanas haciendo yo “la mili”, que nos decía en los puestos de guardia, “tú, primero dispara, y luego pregunta”.

Pero merece poner el punto de mira en este fenómeno, porque son las redes, precisamente, el espejo donde mejor se refleja el estado colectivo del personal, en un tiempo de crisis de valores, de confusión y miedo, de cambio de paradigma inminente… Son las autopistas de opinión; a las que pueden acceder todo quisque, sin distinción de formación, o información, educación o capacidades. Todos las usamos para compartir lo que cada cual tenga que decir, y resulta inevitable que esos cada-cuales filtren la agresividad, la banalidad, el miedo que llevamos dentro, amén de la valiosa información que también ahí se vierte y circula.

No deja de ser una herramienta útil, a la vez que arriesgada, pues en esa autopista de la información no hay reglas de conducción. Igual podemos encontrar valiosos contenidos que circulan correctamente, que suicidas que lo hagan, no ya en dirección contraria, sino que busquen directamente la colisión frontal con el que se le ponga por delante; y su misión, aún no conscientemente, es causar crispación sin importar el motivo de fondo. Son como los colisionadores de partículas que liberan energías, en este caso emociones, que pueden ser peligrosas.

Podemos decir que las redes las carga el diablo, y cada cual ha de elegir su propio establo… Existe, a grosso modo, claro, como tres áreas, si bien que confusamente definidas, a mi parecer: los constructores, los destructores y los aguadores. Los primeros vierten y buscan aportaciones positivas que enriquezcan el intelecto de las personas; o que ensanchen la capacidad de análisis de los usuarios; o que faciliten una educación práctica de síntesis en la gente. Los segundos son drones destinados a todo lo contrario, bien al esparcimiento de bulos, de face news y torcidas intenciones; simplemente diseñados para la confrontación automática con todo el que se dé de morros con él; es como la antimateria, por darles un símil de física… Y luego, los terceros, que se limitan a eso mismo, a llevar y traer el agua según les venga, que actuan como porteadores, pescadores neutros susceptibles de ser más peces que pescadores.

No voy a dar consejos a nadie de cómo navegar tales aguas, faltaría más… Lo único que me permitiría recomendar es intentar conocer cada participación por sus frutos; como el dicho evangélico; aplicar el pensamiento lógico intentando averiguar el objetivo que hay detrás de cada intervención; ser cautelosos y prudentes en la elección del vertido; no dejarse llevar por los movimientos de aluvión, y, mucho menos, dejarse enganchar en las trampas de confrontación… Por supuesto, no deja de ser una personal opinión ésta que a nadie compromete seguirla o no.

Se me podría achacar que yo, a veces, me dejo llevar por tales provocaciones, al menos aparentemente… Cierto, incluso, en ocasiones, yo mismo soy el provocador de ellas, lanzando sueltos que tan solo son opiniones, lo confieso. Pero las controlo. De hecho, son como tímidos experimentos sociológicos, constatadores de lo que en este artículo de hoy estoy diciendo a ustedes. Las reacciones pueden ser tan virulentas que uno ve con extrema claridad el odio polarizado que se está vertiendo en las redes y que encuentra sus objetivos humanos, prontos y dispuestos a encarnar su labor destructora y de disolución programada.

Y eso es por el grado de frustración que existe en ese ser humano receptor. Frustración y desorientación. En el fondo, insconscientemente, se saben abusados y utilizados, ordeñados y engañados, y son caldo de cultivo para dar rienda suelta a su rabia incontenida. Lo que no saben es que igual están siendo usados y dirigidos en ese sentido, precisamente… Es una reacción más natural que intelectual, pero para eso mismo han sido eliminadas las humanidades y la ética de sus planes educativos, para que no piensen por sí misjmos. En definitiva son víctimas que actúan como verdugos… No quiere ser este artículo una clase magistral de nada (en tales sitios se tomaría como ofensa), tan solo como una humilde advertencia, como un sincero aviso que ustedes juzgarán según sus entendederas… A veces, un semáforo bien colocado evita muchos accidentes.

Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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