APRENDER A DESPEDIR

 


Me estoy desprendiendo de casos, cosas y casas… De auras que fueron y de materiales que dejaron de ser, aunque sigan estando. Cercano al desahucio de mi propio cuerpo, como ustedes comprenderán tan solo necesito quedarme con el equipaje del alma, y eso no afecta a la materia. Absolutamente a ninguna. Si acaso al fruto de las experiencias que me ha procurado, que es lo único tangible allí donde voy después de aquí. Hasta el recuerdo retiene un poso anímico que ninguna otra posesión tiene. Uno termina en uno mismo y a solas consigo mismo. Lo demás cada vez importa más bien poco. Casi nada.

He dicho casos, cosas y casas como símbolo de la trilogía material humana… Los casos que jalonan nuestra vida visten al que viene desnudo al mundo. Cada ser humano nace abierto a que su experiencia de sentido a su existencia. Unos no lo consiguen; otros creen conseguirlo; y otros pocos consiguen algo, o regular, o mucho. Son casos de quita y pon, que van y vienen, que te visten o te dejan encueros, según tu percepción de los mismos, pero donde a la frase “me siento satisfecho” le concedemos distinto valor, medida y peso, según la edad que tengamos, la madurez que poseamos, y la ambición que desarrollamos, y/o que aún nos quede en el talego a la espera de obtenerla.

Esos casos de la vida nos lleva a las cosas de la vida indefectiblemente. El ser humano no concibe su estancia aquí sin que los casos no le reporten cosas. Su cosas. Nos medimos a nosotros mismos por lo tangible, por nuestra capacidad de obtener esas cosas, y, a ser posible, acumularlas. Nos decimos a nosotros mismos que tanto tenemos, tanto valemos, y puede ser verdad, pero una verdad relativa que nos sirve más poco que mucho conforme vamos viendo el final de la carrera… Porque, y esto es lo importante, no encaja tanto tenemos con tanto somos. Ser y tener son casi antitéticos. No somos las cosas que tenemos por mucho que lo deseemos y nos esforcemos, y lo justifiquemos como, por ejemplo, diciéndonos a nosotros mismos que son para nuestros descendientes, aún en un mundo cambiante e inconsecuente.

Y esas cosas de la vida nos lleva a las casas de la vida… La culminación ideal de la posesión del ser humano es su propia casa (o casas), castillo, fortaleza, nuestro cobijo y nuestro prefijo. Mi casa soy yo, nos decimos, me representa a mí y a mi familia, a mi estatus, a mi escudo; es el reino mío y de los míos, y sus muros prevalecerán por los siglos, sin tener en cuenta que ni el Templo de Salomón prevaleció para su propia nación… “No quedará piedra sobre piedra”, dijo Jesús, el Cristo, refiriéndose, no a los ladrillos, que también, claro, si no a las estirpes del propio ser humano, que, por cierto, tampoco duramos lo que un caramelo a la puerta de un horfanato. No nos da el caso, ni la cosa ni la casa para tanto.

He traído a colación esto porque he vendido mi primera casa (me quedo en la segunda piel del lagarto, que será mi último avío). Las exigencias de su mantenimiento y las posibilidades de nuestro automantenimiento en lo que resta de almanaque no encaja el debe con el haber, por lo que hay que dejar hacer. Si me sirvió en su día para cobijar a mi familia y sacarla adelante, y ahora para saldar mi jubilación en adelante ya es bastante… Lo comido por lo servido y por lo vivido. El interior, las paredes, hace algún tiempo que dejaron de guardar lo que ya solo se guarda a sí mismo dentro de mí… Me dice un alguien que hay que ver los recuerdos que alberga una casa, pero es un error de las tripas, pues los recuerdos no se albergan en casa alguna, si no en mente alguna.

Al final todo se traduce en valores inmateriales que meter en esa última mochila a subir con nosotros a ese último tren que partirá de esta última estación. Cuestión de economía existencial, nada más… y nada menos. Cada vez estoy más convencido que el único capital con alguna rentabilidad anímica, mental, espiritual, evolutiva, o lo que usted quiera que sea, son las consecuencias, los frutos, de las experiencias que uno atesora a lo largo, o corto, de esa personal e intransferible vida que tiene continuación en una existencia sin fin… o eso creo yo, claro. Dicho así, parece como si estuviera buscando con todo esto una especie de justificación para conmigo mismo, o para mis actos, o para los unosmismos que piensan, o les interesa pensar, como yo.

La cuestión es que no importa en absoluto lo que cada cual crea o piense. Es una ley universal, cósmica, donde la dimensión material sigue el movimiento entrópico de disolución, y la energía inmaterial sigue su movimiento de sublimación. Cada elemento toma su camino natural establecido, y al segundo no le sirve nada del primero por mucho que nos empeñemos… Los “tesoros” incompatibles que aquél excepcional galileo se desgañitó por darnos a entender diciendo que en el Reino de nuestro Abba no servían ni como papel higiénico usado, actualmente nuestra ciencia física se encarga de ratificarlo contundentemente, y sus parábolas se convierten en hechos y fórmulas cuasi que demostrables.

Nuestras trampas son nuestros sentimientos (los mío también, claro). El sentimiento, que es inmaterial por cierto, lo hemos asociado a las cosas, que son materiales, y lo hemos anclado a las formas, cuando son incompatibles… Desde el nacimiento nos han educado para ello, y hemos olvidado lo verdaderamente trascendente. La propia Iglesia es una gigantesca acumuladora de riquezas materiales, y siguen inmatriculando propiedades con una voracidad satánica; y no creen en lo que predican, de ahí que sus enseñanzas contienen una doble moral manifiestamente falsa. Pero de la que nos es realmente difícil desprendernos.

Se dijo lo de que “al final de los tiempos todo saldrá a la luz” (yo creo que es al final del tiempo de cada cual, pero bueno…). Lo que no se dijo es que sería a través de religiones, eso fue una apropiación dogmática de los administradores de tales creencias religiosas a través de una fe manipulada e impuesta… También se dijo que “la verdad os hará libres”, pero tampoco se dijo de dónde vendría esa verdad. La tal verdad, como la tal luz, las ha llevado el hombre dentro de sí mismo desde su propio alumbramiento; y su propia redención está en el “buscad y encontraréis”, no en el creer en falsos – pero cómodos – profetas que exigen fidelidad dogmática y poder vicario… Mezclar la verdad con la falsedad suele dar buenos rentos iniciales, pero aseguran bancarrotas finales.

…Y que cada uno rinda su pleitesía, si así le place, a según cada cuales.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com

Comentarios

Entradas populares de este blog

ANTONIO, EL CURA.

RESPONSABILIDADES

PATRIAS