CÁNTEME UNA SAETA
Nos situamos en el segundo año sin Semana Santa en las calles. El Cóvid ha conseguido lo que no consiguió el iconoclastismo en su día y con toda su lucha para que no se asociara la fé con las imágenes. Guerra perdida, pues el católico necesita estampas a las que agarrarse, escapularios a los que besar y bustos ante los que rezar… El consejo en el Evangelio cristiano del “cuando quieras orar, recógete dentro de ti mismo…” es un hándicap para el creyente de tribu (social) que necesita un tótem ante el que postrarse… Bueno, la realidad es que el coronavirus no ha conseguido nada, tan solo lo ha frenado, aplazado si acaso, y mientras el bicho procesione de pandémico, naturalmente. Que, llegada la época en que haya vacunas para todos, y nivelada la mortífera tasa, los iconógrafos volverán por sus fueros, renovados y reforzados por la fé plástica y de lucimiento, y por la economía práctica y de aviamiento, por su verdadera y auténtica naturaleza del rito y del mito…
La sagrada tradición le viene al galgo desde los últimos quinientos años, no más. Prácticamente, en los primeros 1.500 años de cristiano-catolicismo no se conocieron las llamadas “procesiones” (de proceso), ni nada por el estilo. Al menos en su formato y actual estilo. Ni de cerca… La Iglesia estudió muy bien la implantación de las mismas, y lo hizo con una estrategia definida: históricamente hablando sitúa los orígenes en la Pascua judía (fiesta del cordero) asociando la muerte de Cristo como Cordero de Dios. Esos son los fundamentos religiosos… Luego las hizo poner en marcha en el siglo XVI, a raíz del Concilio de Trento, y por una sola y única razón: como parte activa de la Contrarreforma que la sacra institución tuvo que poner en marcha para hacer frente a la Reforma protestante de Martín Lutero, y que sacudió al clero católico desde sus cimientos.
Era preciso contrarrestar el movimiento protestante con manifestaciones de arraigo popular y populista, sin distinción… Se hizo necesario un movimiento de masas similar al provocado por los luteranos. Las primeras manifestaciones se hicieron en los atrios y plazas de los templos, con actores entre la gente protagonizando los personajes bíblicos, pero, como explica el teólogo Labarga, “ese teatro daba lugar a algunos comportamientos poco edificantes”… Así que esa forma de escenificar la Pasión dejaron de basarse en escenas vivientes para ser sustituídas por figuras estáticas. Al principio, simples armazones de madera y tela, para, posteriormente, verter e invertir toda la rica imaginería de las tallas… Aclaro que, cuando alabo tal expresión, es como manifestación de arte, no como manifestación de fé…
Y aparecieron las dos únicas, y solas, y primeras cofradías: la de “la luz”, pasos con tallas, y la de “la sangre”, flagelantes, porque los antes actores pasaron a ser servidores y acompañantes de esas imágenes, ya entronizadas, o sea, elevadas sobre “tronos”,,. para que el elemento humano pasara a ser el “soporte” de los mismos… De hecho, posteriormente, ya en el siglo XVIII, Carlos III prohibió los flagelantes, porque “la tal flagelación pública no contribuye a la piedad sincera, sino más bien a un auténtico exceso de una fé mal entendida”… Naturalmente, el pulso lo ganó la Iglesia… Usted se me calla, que, por muy emperador que sea, tiene el puesto “por la gracia de Dios”, no los nuestros por la suya, y somos los intérpretes del oráculo divino, no su majestad… Y los flagelóides-pegamóides siguen hasta el día de hoy, por muy imagen arcáica y patética que nos pueda resultar…
Si bien las primeras procesiones que salieron a las calles fueron de Crucificados y Dolorosas, con su cohorte de autoflagelantes que exteriorizaban un dolor físico para expresar una manifestación interna, pronto explotó la economía de la fé, o lo que es igual, la fé en la economía, en una multiplicación farragosa y fragorosa de hermandades reconvertidas en cofradías, que vienen a ser lo mismo: co-frater (hermano en común) que facilitaron el fluir de un lucimiento que les procuraba influencia, poder y dinero, explotando el espectáculo al que se le añadieron desfiles, tambores y pintureros, ante la agradecida y enfervorecida religiosidad popular, con cuyas bases y oficios se aprestaron a aumentar el pastel y repartir el provocado negocio. “Turismo religioso”, se le llama al tal fenómeno en la actualidad.
Hoy se han convertido en un ancla económica importantísima para la sociedad. Las pérdidas por la no-escenificación teatral en todas las ciudades de España, se cuentan por cientos de millones de euros, y la economía nacional se resiente un huevo y cuarto del otro si no saca los santos a la calle en tiempo y forma… ¿Dice usted que no es verdad, y que digo mentira?.. Pues esto es lo auténticamente cierto, probado, comprobado y comprobable, por la Historia, precisamente, y lo otro es lo dudoso, lo que se le supone… como el valor en la “mili”…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / https://miguel2448.wixsite.com/escriburgo / viernes 10,30 http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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