UNIVERSITAS

 

Hace no mucho, un joven con inquietudes, hablando de uno de mis programas de radio, me preguntó, de manera coloquial, en qué universidad había estudiado yo… Se quedó un poco cortado – como un café con leche – cuando le respondí que en la U.V., y que, tras unos segundos, pensando quizá en si Valladolid tenía universidad, le dije sonriéndole que en la Universidad de la Vida. El problema – continué – es que ahí no diploman, ni expiden títulos, ni certifican nada. Abarca mucho, pero abraza poco. Es una universidad de ámbito general, pero que no te resuelve tu particular… Tú (le dije) ya me entiendes. “No creas que hoy la titulitis vale de mucho”, me contestó como en un intento de triste consuelo.

Tampoco lo buscaba yo, por otro lado, y a estas alturas de mi higuera, y ya casi apagada mi hoguera… Ni tampoco tengo que justificar nada ni a nadie por un hecho que era la vida normal y natural de aprender, o de aprender a desaprender, pero nunca de desaprender lo aprendido… Solo tiene tres grados, a saber: el de oyente, el de asumiente y el de practicante. Y, como en las otras, tienes que aplicarte si quieres sacar algo en claro, así, a pelo y sin apuntes. No existen los exámenes, sino una sola y única evaluación continua… En fin, es una universidad usada, pero no una universidad al uso.

El The Question de esta cosa llevada a cada caso, es que la tomas o la dejas, pues no hay más que lentejas… Mi sistema de estudio era mirar mucho, como los búhos, fijarse en todo, y ver todos los aspectos de cada efecto para tratar de adivinar la causa, y ver así de aprender algo de cómo funciona esto. En esa universidad, la de la vida, te puedes especializar, naturalmente, pero desmarcándote del resto de los demás, y escribiendo tu propia y personal tésis a lo largo de tu caminar… Esa es mi experiencia, cada cual la valore según la compare, naturalmente.

Por otro lado, los que actualmente pasan por las universidades con nombre propio, entretanto, y luego después, han de engancharse, aunque solo sea de expectantes, sino en otra labor distinta a la que se ha preparado, en la que hace de batán para nuestros cueros… Todas las vivencias son aulas abiertas donde aprender; y donde aprender a desaprender lo mal aprendido, si quieren entenderme los que me leen.

En mi caso, lo he repetido en multitud de ocasiones, el que me destetara en una casa/quiosco, donde tenía a la mano todo tebeo, revista, periódico o libro impreso, me servía de sobrealimento a mi hambre continua de “conocencia” (no hablo de conciencia, de momento)… Y así, entre lo que oía y veía, entre lo que leía y me barruntaba, fui aprendiendo. Otros tuvieron una universidad de la vida mucho más dura; otros, categóricamente más blandas, fáciles y felices; y el resto del paisanaje, a lo que daba el pelaje en aquel paisaje… Métodos distintos para épocas diferentes, ya saben lo que quiero decir.

Alguien, en algún momento de la Historia, puso nombre de pila a los que “sabíamos sin tener porqué saber lo que sabíamos”, a decir de un sabio y único maestro que tuve… y el tal nombre bautizado es el de “autodidacta”. En ilustrado: didacterio autónomo; y en román paladino: el que él solo se lo quisa y así mismo se lo come. Pues, ¿qué es la digestión sino un sobreguisado tras habérselo comido?..

Era mi padre, otro Autodidacta de pata negra, el que me decía: “no dejes de saber, ni de leer para aprender, que otra cosa no has de tener”, y lo decía de oídas a un tío suyo, Justo de nombre, que le daba al palo del trovo y hablaba repentizando, pero que se lo aplicaba a sí mismo y a los que le íbamos detrás… Y es cierto, muy cierto. Pero el autodidactismo no deja de ser más que un prurito. Una especie de plus no reconocido de solvencia intelectual de ambiguo meritaje, pero que no te vale para echarle al potaje… Ya me entienden los que me entienden: “extra portam” (los destitulados, a la puta calle).

Solo sirve, entre algunas cosas más, y no siempre, para saber desengancharte – si quieres, claro – de un general del personal que se trastoca en gente pensable (no digo pensadora) por ya pensada; por haber mamado de toda ubre lechera, y no de una (uni) vaca (versitas), que no es una vaca cualquiera… Y eso, la mayoría de las veces, trae más inconvenientes que ventajas, puesto que son cada vez más “rara avis” entre la gente cada vez más gentificada, y aquí va incluida la producida como churros en las universitas de nombre y renombre. Y es que no es más libre el perro que tiene la correa más larga.

El saber sin tener (grado) excluye un tanto: “tío raro éste, ¿quién se cree que es?”, y te soslayan un tanto del natural coleguismo y coloquialismo… A lo peor es por pasarse de autodidactismo, vaya usted a saber, pero, claro, como no dan nota, ni se evalúa, ni nada, pues uno anda siempre sin saber por dónde anda el baremo… Cuando uno pisa charcos en vez de pisar dentro del tiesto, si encima eres un didactauto, dejas de ser conforme a lo que Nieschtze denunciaba como la “moral del rebaño”, no creo necesario explicarlo.

Luego, también existe, cada vez más por cierto, el fenómeno opuesto: la de aquellas personas, ya multitud, que tienen las carpetas llenas de grados universitarios, especializaciones, másteres y acreditaciones, pero que aún no han ingresado en la universidad de la vida; saben saber, pero todavía no saben vivir. Los títulos y diplomas ocupan paredes desnudas de experiencias y vivencias… A veces me pregunto a mí mismo – pues no me atrevo a los demás – si esa U.V. hubiera sido insertada en mi Currículum (¿Profesional de qué?), habría servido de algo, aparte de como chirigota. Y es el caso que no obtengo respuesta ni siquiera de mí mismo. Y me da mucha tristeza.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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