RON PIRATA
Cualquier
parecido con la realidad NO es pura coincidencia, es pura realidad. Esta es la
historia del mundialmente conocido Ron Havana Club, y la de su famosa marca. La
destilería proviene de 1.935 y fue fundada en Cuba por una familia española,
los Arechabala. En la revolución castrista fue nacionalizada, y el gobierno
cubano comercializó el célebre ron directamente, si bien, aunque por efectos
del embargo este apreciado ron no se podía beber en EE.UU, donde llegaba a
precio de oro, las regalías se las llevaba el régimen cubano, que conservaba su
exclusiva explotación y comercialización. Vale. En 1.993, cuando Cuba se queda
sin las ayudas económicas rusas, ha de hacer caja, y entonces vende esos
derechos a la empresa Ricard, que se forra ron-roneando la preciada marca por
todo el mundo mundial.
Pero cuatro años después, como
los americanos la tenían clavadita, con eso de que los herederos de los
propietarios Arechabala eran los legales propietarios, y no la incautación
castrista, hacen de Celestina por y para joer, y éstos venden sus derechos a la
firma Bacardí, que empieza a fabricar también el jodío ron en Puerto Rico y con
la mismitica marca, que se hace la competencia entre sí pero con intereses
diferentes. El follón reside en una norma de 1.998 que impide registrar marcas
expropiadas por el gobierno cubano a sus legítimos propietarios, si bien esa
ley fue cuestionada por la propia Organización Mundial de Comercio. Pero junte
usted billetes, intereses y política y ya sabe lo que puede salir de eso…
Ahora resulta que la tortilla
toca darle la vuelta en la sartén, pues los gobiernos americano y cubano están
a partir un piñón, se levanta el embargo, empiezan a darse el pico, y entonces
se encuentran con un conflicto que ellos mismos se han encargado de alimentar
entre dos poderosas multinacionales que, durante nada menos que 20 años, han
librado una batalla legal por la comercialización de una misma marca de ron, si
bien que con dos fabricantes distintos y dos productores diferentes: el ron
Havana Club. El tomate está servido.
De esta rocambolesca historia,
real como la vida misma, se desprenden, al menos, un par o tres de
conclusiones. La primera es los efectos de la puñetera globalización, los malos
efectos cuando menos. Una anomalía como esta llega hasta el último rincón del
planeta sin ningún cuestionamiento, como, por ejemplo, ni de calidades, ni de
denominación de origen, ni de garantía de nada que se exigen al resto de los
demás. Salvo, claro, los royalties económicos de los que sacar tajada. Lo
demás, puritito cuento. La segunda es la constatación de que al consumidor le
pueden colar cualquier producto sin que ni siquiera se cuestione el porqué una
misma marca puede cubrir dos productos de diferente elaboración, sin ninguna
dificultad. Una cosa es la realidad y otra el interés.
…Y la tercera y última es que, a
pesar de todo, ese monumental tinglado de intereses financieros, estratégicos y
políticos podría venirse abajo como un castillo de naipes tan solo que con un
único gesto: que los millones de consumidores de ron Havana Club dejaran de
tomarlo una vez visto que lo único original del producto ha sido la tomadura de
pelo. O sea, la constatación de que las grandes estructuras económicas en
realidad se sostienen en la sola voluntad personal de cada ser humano. Una
simple decisión colectiva, y lo más aparentemente sólido se desvanece como humo
de pajas.
La clave reside en la tendencia
de ese mismo ser humano al mimetismo, a la imitación, al gregarismo, la
emulación o el borreguismo… Crea una moda, consigue introducirla haciéndola
costumbre, y lo demás funcionará solo, por sí mismo. Los que se creen
originales solo son clones de otros que lo creen exactamente igual. Esa es la
mecánica. Pero es una estrategia que también funciona en sentido contrario. La
diferencia reside en que el combustible que usa el primero es el yoigual, y el
que mueve lo segundo es la inteligencia. Ahí está la cosa…
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