CARNAVALANDIA
Algún día de Carnaval podías encontrarte por la
calle algún fugaz y trémulo personaje travestido de su contrario, o solo que
tapado, pasando corriendo ante ti haciendo aspavientos…¡¡Que no me conoces… que
no me conoces!!.. Incluso, a veces, entraban en alguna casa de la vecindad con
la misma gritona cantinela, e igual que entraban se marchaban con una ligereza
pasmosa. Visto y no visto. Todo era acelerado y espontáneo, extraño, raro, como
un fantasma más asustado que asustador, que aparecía y desaparecía, queriendo
ser pero sin querer estar. Y es que esas manifestaciones estaban prohibidas en
la dictadura franquista, y perseguidas por las fuerzas del orden, si bien en
los pueblos más pueblos, como en el mío, esos días las ralas parejas de la
Guardia Civil se dejaban ver poco, haciendo una relativa “vista gorda”. En
consonancia con la escasez de libertades y de medios de la época, las furtivas,
huidizas y solitarias “máscaras”, como se las llamaban, no llegaban a ser un
disfraz, si acaso un paupérrimo, triste y miserable travestismo. La mujer se
disfrazaba de hombre, el hombre de mujer, y el niño de niño, con alguna careta
de cartón sujeta por una goma, que eso sí, eso estaba permitido entre la
chiquillería.
En
las ciudades, simplemente no existían. Los carnavales eran una efemérides gris
plomo, patéticas, silenciosas y silenciadas. Si acaso, en sotto voce, cuchicheando en régimen de estricta confianza,
vigilando proximidades de reojo, se recordaba la festividad que era aquello, y
la libertad (para unos), o el libertinaje (para otros) que eso suponía en los
tiempos de la República. Y esos unos amagaban con amargura que “eran otros tiempos”, y esos otros
largaban con frescura que “eran cosa de
los rojos”. Y las lamentaciones y las justificaciones se escondían ambas
bajo la misma losa de silencio, de miedo y de cautelosa prudencia… Pero las
pocas, contadas, personas que se aventuraban a vestirse de espantapájaros y
salir a gritar, como en una catarsis, ¡que no me conoces, que no me conoces!, o
era un loco, o era un suicida, o era un valiente que desafiaba el toque de
queda perpetuo que aquello suponía.
Hoy,
gracias a Zeus y todos los dioses olímpicos, es absolutamente al contrario. Los
días, tímidos y espantadizos, de Carnaval, ya son los Carnavales, largos y
plenos, libres e hinchados de hedonismo y negocio indisimulado. Libertarios y
henchidos de narcisismo. Tonto el que salga de sí mismo. Una explosión de
fiesta, color, ruido y consumismo… Al revés que entonces, ya no se quiere provocar
ningún poder, si no imitarse en el alegre hacer. El simbolismo de la
resistencia ha sido cambiado por el fanatismo de la experiencia. Lo que pasa es
que las generaciones que mamamos aquella burda realidad valoramos lo que vemos
en la actualidad. Y lo captamos como una conquista, mejor re-conquista, pero
nunca como una exigencia, jamás como una necesidad satisfecha. El auténtico
valor de las cosas siempre lo marca su carencia, no su abundancia, y la
sociedad actual, si carece de algo, es de la medida de las cosas, de la
educación del conocimiento, y precisa el testimonio fiel y fiable de los que
vivimos aquella experiencia de censura brutal. Y lo necesitan como el comer.
Estamos
a punto de traspasar el patrimonio del poder, la cultura y el conocimiento a la
snuevas generaciones. De hecho, ya se ha realizado el traspaso. Pero no les
hemos transmitido lo más importante de todo: que el presente es un hecho
conquistado, no un derecho consumado. Y que los hechos vienen, nacen y derivan,
de otros anteriores. Y que el origen de lo que tenemos está en la historia de
lo que no tuvimos. Y que si desconocemos su auténtico y exacto valor, lo
perderemos de nuevo. Y es lo que va a ocurrir irremisiblemente en un futuro más
o menos inmediato.
Solo
hagan una simple prueba. Pregunten a un chaval, a cualquier joven, si saben lo
que es una dictadura. Si conocen quién fue, o lo que fue, Franco. Pregúntenle
sobre nuestra guerra civil, o más fácil aún, sobre nuestra posguerra… Y verán,
verán lo que contestan. Y es que ni siquiera sus jóvenes profesores han
recibido el acervo testimonial del conocimiento que puede explicar su actual
presente, del que gozan sin ninguna responsabilidad. Lo cierto es que ondean
banderas republicanas sin saber siquiera lo que fue la República. Mucho,
muchísimo menos, lo que es una monarquía parlamentaria. Y hablan de cuota de
libertades sin conocer el significado de Libertad. Y desconocen más cosas,
muchas más cosas, que dicen conocer… Pero en su autosuficiencia creen que
saben, y eso es lo que enseñan, y eso es lo que transmiten: una ignorancia
ilustrada, un carnaval eterno y feliz… ¡¡ Que no me conoces… que no me
conoces!!..
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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