EL VERANO EN BICICLETA



Para Miguel Delibes, las bicicletas son para el verano. Al menos, así las tenía él clasificadas en la evocación de sus recuerdos. Y para mucha gente de muchas generaciones, sin duda que también es así, que las bicicletas están asociadas a los largos y cálidos veranos, a lo idílico, a las horas de luz y de ocio, al regalo de la vida placentera, o a las vivencias felices de los juegos, los amigos y los primeros amores. Estoy seguro de ello. Incluso aquel pastoso Verano Azul de aquel perdido Chanquete no se hubiera podido hacer sin bicicletas, y hoy no estaría instalado en el recuerdo de los que aún son jóvenes. Pero no siempre fue así. Las bicicletas también han sido para acudir al duro curro, en invierno y verano, en primavera y otoño, cuando no andando, y para buscarse la vida trayendo y llevando horas de fatiga, o arrimando tapahambres para la casa, o montando la industria de subsistencia encima de ella, de amolaor y paragüero, por ejemplo… Yo mismo he subido mucho en bicicleta, pero poco en verano, pues mis veranos, como los veranos de muchos otros, no eran para las bicicletas, si no para echar una mano…

          Porque las bicicletas, serán, o habrán quedado, para el verano, y así se eternizará en el imaginario colectivo. Vale. Pero si las bicicletas son para el verano, los veranos son para... ¿qué?. Acaso entonces los veranos sean para las bicicletas. Y todo quede encerrado en un bucólico bucle. Sin embargo, el verano es para mucho más. El verano es para parar el mundo y que se pierda en sus largos días, o incluso para perderse uno entre la multitud de los demás, o hasta para perderse en el interior de uno mismo. Lo malo de perderse dentro de uno es que te puedes encontrar y joderte el verano. Por eso se opta por perderse entre el gentío, pues es mejor atontarse que asustarse.

              Los veranos son para huir del amogollonamiento de la ciudad y caer en el amogollanamiento de las playas. Para vivir y sufrir una fiesta en cada pueblo, una verbena cada semana, una barbacoa cada día, cohetes a cada hora y música alta y gritos a cada minuto. Los veranos son para que cada par de metros cuadrados de arena acojan a media docena de cuerpos jubilosos y sudorosos, y que cada aparcamiento se lo disputen cuatro coches. Los veranos son para que unos pueblos se vacíen y otros se llenen. Y para que en los que se vacían, te pares a hablar con la gente que queda, sin prisas, con la misma calma chicha que el verano te inyecta en vena, y tratéis de la vida, de la amistad y la vecindad, de los achaques que ha sufrido y de los nietos que le han nacido, o de los parientes y amigos que se le han ido. Que esa es otra… los veranos son tiempo también para despedir amigos, para llorarlos con calma y recordarlos en el alma, despacico y a bonico,  en la serenidad de los días que amanecen pronto y oscurecen tarde…

                Los veranos para unos es no parar quietos, juntarse aquí o allá casi frenéticamente, como si fuera el último estío del mundo, la piscina, la paella parentelar, cumpleaños en verano, que son más que los que suman todos juntos el resto del año, llevar y traer críos de allá para acá y de acá para allá, los conciertos y los desconciertos, y las quedadas, el no dormir en las noches por el bochorno, el cansancio o los ruídos del veraneo, más que del verano… Como los veranos para otros es de lectura y cultura, o de botijo y siesta, de burlar los calores del mediodía para abrazar luego la silla en la calle al fresco de la anochecida, compartiendo conversación y rescatando historias con los vecinos que hacen un casino de las aceras. Los veranos son para encontrarme con mi amigo Moncho a media mañana, que me cuenta que su familia lo ha condenado a playa este año, pero él se viene al pueblo cada día con cualquier excusa, a respirar la paz y la tranquilidad que allí no encuentra, y que luego se vuelve al martirio pero sabiendo que mañana regresará con algún que otro encargo que sabrá buscarse… Los veranos son para ir a hacer una gestión a tu ayuntamiento y encontrártelo lleno de ventanillas vacías, o para hablar con la policía de tu pueblo, tranquilo y despacio, de cosas varias, sin que a éste le suene el walkman ni mire la hora en su muñeca, y que parece que está de guardia precisamente para eso, para hablar con la gente. O los veranos son para tener la idea de irte a tomar una cerveza en el chiringuito de la playa más próxima y que allí, peleando codo con codo contra otros hombros con hombros, tener que vértelas con la policía de allí, llamada para tener la guerra en paz… que no la fiesta en paz.

                Los veranos son todo eso y mucho más. Y los veranos están hechos tanto para disfrutarlos como para soportarlos, o tanto para sufrirlos como para vivirlos. Al igual que las bicicletas están hechas para escribir un buen libro, hacer una excelente película, o montar una serie de éxito para la tele. Todo en verano, desde el verano, por el verano, para el verano y sobre el verano. Que no decaiga el verano. Por eso mismo se dice que las bicicletas se hicieron para el verano. Porque tanto los veranos como las bicicletas son descapotables…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php


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