¿LA PATRIA, DICE..?
A mí me parece, y esto
lo digo sin ánimo, claro, de molestar a nadie, que la patria está en la niñez.
Y que me perdone el populinacionalismo. Pero es lo que pienso. Y me dá lo mismo
cómo sea la persona ni cómo haya sido su niñez, ni en qué época ni lugar, ni
bajo qué circunstancias la haya vivido, es igual… Yo creo que la niñez que se
esconde en cada ser humano – y que en parte actúa condicionado por ella – es su
auténtica, su verdadera, su legítima patria. Su patria original, como el pecado
bíblico. Estoy convencido de ello. Cuando a cualquier alguien se le ocurre
cualquier cosa que considera trascendente, sea ésta buena o mala, la considere
positiva o negativa, es igual, en su satisfacción o en su dolor, la persona se
refugia en las verdes praderas de su infancia… fueran las que fueren, pues, si
bien pueden diferir, y de hecho las praderas difieren en verdor y tibieza,
incluso en sequedad y pobreza, la infancia, en cambio, siempre es la misma…
A mí me pasa, y supongo que a todos también. Ya he
dicho que no todas las patrias infantiles son iguales ni las mismas en bondad
ni amabilidad, ni en calidez ni calidad. Pero la niñez sí que es igual siempre,
y siempre ve sus primeras vivencias como únicas, y siempre las transforma en
una aventura, algo nuevo y original para él solo, y que comparte con otros de
su alrededor, sus primeros compañeros de vida y de juego. Un mundo, sea como
sea este mundo, que está construido a su medida de niño, para que interactúe
con él y en él, y para que, jugando, aprenda desde él… Y de ese mundo, no de
otro, cada crío hace su patria, a la cual volverá mil veces desde su futuro… Y
no me digan que no regresan los que me leen o me escuchan a esa patria en
infinidad de ocasiones… Es que esa es la verdadera patria, donde solemos
refugiarnos de vez en cuando. Menos en la juventud, más en la madurez, mucho,
muchísimo en la senectud.
Te abstraes en tu interior (mente, alma, espíritu,
ponedle la etiqueta que queráis) y de pronto apareces en el recreo de tu
escuela pobre, gris y de posguerra, bueno… ¿y qué..?, sí, años de plomo, vale,
de acuerdo, pero feliz con tus amigos, inmerso en aquellas correrías
arriesgadas, el agua-vá, a la una la mula, el ajo duro, el rey hueso; o en
aquellas aventuras salvando la distancia hacia la plataforma del balneario,
sobre un pasillo de apenas tres centímetros con la punta de los dedos a un par
de metros sobre el mar; o en asalto a los bancales del “tío Cananeo”; o en las
ingenuas pero bravas batallas entre los del Barrio de la Calavera y el de los
Cacharros… O se te aparecen amables cientos de caras conocidas por tuyas, a las
que pones nombre y situación, rostros de personas ya muertas, pero que viven en
su esplendor en esa patria tuya, mientras tú vivas contigo mismo, y recuerdas
tu relación personal con todas y cada una de ellas, por ligera que fuera…
…Y vuelves a vivir, una vez más, y cien veces más
después, aquellos juegos, aquellas compañías, aquellos primeros escarceos, aquellos
primeros vuelos desde tu áspero pero caluroso nido, aquellas primeras
sensaciones, sensaciones de sabor y de saber, sensaciones de libertad, incluso
en una sociedad de libertades secuestradas y castigadas; y de manifestaciones e
incluso pensamientos prohibidos; y la asfixiante atmósfera de culpa por el omnipresente
pecado. Es igual, da lo mismo… Solo ahora, en la distancia, sabes que aquello
estaba lleno de carencias elementales, incluso esenciales. Carencia de todo,
miedo por todo, con más penas y llantos en las familias que risas y alegrías…
Y, sin embargo, sabes, sin riesgo a equivocarte, que tú viviste plenamente la
vida que era tu vida. La que fue tu existencia. Y que todo eso era prístino,
nuevo y maravilloso. Como toda primera vez. Y no era otra cosa que estabas
estrenando vida. Simplemente eso, que estabas paladeando tus primeras, y para
ti únicas, vivencias. Y que todo eso era nuevo, único y maravilloso. Como toda
la primera vez… Y por todo eso digo y afirmo que es la patria de uno.
Personalmente, al menos, la patria que me quieren
vender, de la que me quieren convencer unos y otros, cada cual según sus
propias ópticas e intereses, me es tan postiza como inaprehensible. La siento
como una idea forjada artificial y artificiosamente, y casi siempre obligada
por una educación igual de impuesta y forzada. Sin embargo, me reconozco en esa
patria mía de la infancia, y la reconozco tan como mía como yo suyo. Y nos
reconocemos ambos como única patria. Ese soy yo, ahí estuve, aún estoy, y
siempre estaré. Esa es mi patria. Esa es la patria. Nadie me la ha enseñado,
nadie me ha forzado a reconocerla y aceptarla, es la primera vida de mi vida,
¿cómo no puede ser mi patria?..
No es mi patria la del “Todo por la Patria”, la que me exige ser un héroe para derramar mi
sangre por los intereses con que la revisten, para arruinar mi vida por ella,
para morir por ella… Esa patria es el mismo tótem tribal al que se le hacían
sacrificios. Eso se lo eligen a uno, no lo elige uno, y sus motivaciones
siempre está en su niñez. No. Esos son los antiguos dioses totémicos,
disfrazados con el concepto de patria. Pero esa es la falsa patria yahvídica,
pues la patria verdadera y amable no exige nada y siempre ofrece refugio. Y te
devuelve a ti mismo siempre, porque siempre la encuentras en ti mismo. No hay
que rendirle sacrificios, pues tú eres tu propia patria. Tu patria, la patria,
es el niño que conservas dentro. Eres lo que eres porque naciste en ella y de
ella. No por ella. Tu patria eres tú, pero la encuentras en la infancia… Pero
eso es lo que yo creo, naturalmente…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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