LO DE HOY SUCEDIÓ AYER
A veces hay que hablar
de lo que tanto se habla, aunque no se quiera oír. Es un ejercicio de
equidistancia y de equilibrio, por lo tanto, de justicia. Aquél viejo aforismo
de “para hablar hay que conocer”, ha desaparecido en el fárrago del
“popularismo” actual – permítanme el término – y ya se hace sin saber, e
incluso sin querer saber, que es lo peor, pues querer confundir verdad con
falsedad, no es muy recomendable a nivel moral, ni, a la larga, a nivel material
tampoco, aunque, a veces, cínicamente, se “venda” lo contrario…
Hace menos de medio siglo, los árabes que asomaban
por aquí eran esporádicos, y venían solos, como de avanzadilla, buscando un
medio de vida que en su tierra no encontraban, y si lo encontraban, y podían
conservarlo con cierta seguridad, luego ya veríamos qué. La agricultura era el
sector productivo cuya mano de obra los estaba esperando: necesitada, barata,
entregada, menos exigente y condicionada que la autóctona… sin problemas
ningunos. La simbiosis fue tan favorable que el efecto llamada, si bien tímido
e irregular al principio, no se hizo esperar. Venían solos o en grupos a
trabajar, sin excesivas condiciones de acogida… El primer gobierno socialista
quiso poner cierto orden en lo que se estaba yendo de las manos, así que dictó
algunas normas, hizo cumplir las leyes de contratación: había que enviar ofertas
de trabajo previas para que pudieran venir, y lanzó la Guardia Civil a los
bancales en labores de inspección, pidiendo papeles… Avisos, levantada de
actas, sanciones, estampidas de ilegales por los barbechos… era el pan de cada
día.
La reacción de la empresa agrícola, importante,
sectorial y conservadora, no se hizo esperar. A esos intereses no interesaban
dichas condiciones, y las quejas y las presiones obtuvieron sus frutos: se dio
luz verde a un sistema guardado en los cajones de la administración durante
largo tiempo: se autorizarían las ETT (Empresas de Trabajo Temporal). Entonces
yo militaba en la pomada de la Coec, y nuestra territorial pachequera llegó a
acoger la Confederación Regional de las mismas. Un negocio en áuge. Aquello
parecía ser el bálsamo de Fierabrás. Yo llegué a confesarle a Julia, mi
secretaria, que entonces (ayer) traían soluciones, y en el futuro (hoy) traerían
problemas… El sistema anterior, el emigrante venía en descubierta, visitaba
finca a finca, patrón a patrón… “ven dentro de un par de semanas, que tengo
que cortar el melón, y a lo mejor…”. En el actual, se dirige a las Ett las
demandas y necesidades de mano de obra de toda la región, y los mandan aquí o
allí dónde se necesitan cuando se necesitan. Para el patrón, que antes debía
presentar en la Delegación de Gobierno tantos contratos de tal duración
solicitando esa mano de obra responsabilizándose de la misma y de sus
condiciones de estancia, ahora solo tiene que dirigirse a la Ett y pedir lo que
necesita para cuando lo necesita, sin mayores responsabilidades. Ni punto de
comparación tanto para unos como para otros. Cómodo y sin riesgo… Y empezó a
funcionar el invento.
El resultado lógico fue el asentamiento de esa mano
de obra importada en las ubicaciones de los centros de contratación, y, en
consecuencia, las posteriores reagrupaciones familiares, a la que cualquier ser
humano tiene derecho, por cierto, en cualquier país civilizado no esclavista.
En principio, vale… Pero a toda acción sigue una reacción: “esto ya no es
gentilandia, esto es morolandia”, o “nos van a invadir”. La población autóctona
empezó a rebelarse contra los resultados de este modelo. Vale que vienen para
trabajar nuestros campos y que nosotros vivamos de la riqueza producida (Pib),
pero es que llenan nuestras calles, traen sus costumbres, montan sus tiendas y
talleres, y, lo que es peor, no se adaptan a nuestra cultura… Un rechazo que no
tiene en cuenta que vienen a ocupar los puestos de trabajo que nosotros no
queremos, si bien aquí, es la administración la que ha fallado rotundamente no
condicionando la radicación a planes de integración, con formación de cultura
española, planes de seguimiento, etc… al fin y al cabo, el Islam de uso, como
el Cristianismo de uso, si bien que ninguno de los dos son los auténticos, porque
ambos son intolerantes, pero tampoco es que tengan los mismos valores…
Pero la necesidad obliga, aunque esto no llegue a
reconocerse nunca. Nos quejamos de su presencia, pero nosotros mismos les
alquilamos nuestras anteriores casas, que dejamos por otras mejores. Nos
quejamos de que están copando el comercio, pero les alquilamos nuestros bajo y
locales. Nos quejamos de que nos están invadiendo, pero le cedemos nuestro
espacio recobrando el importe de lo que se han ganado trabajando nuestros
campos. Mantienen el tipo de nuestro Pib, pero no los queremos a nuestro lado.
Y es que aquí nadie “invade” a nadie, simplemente unos se retiran y otros
ocupan los espacios abandonados. Alquilando, traspasando, comprando… lo que un
día explotábamos nosotros, tras venir a realizar los trabajos necesarios y
básicos que nunca quisimos para nosotros. Solo es la vida andando.
Se marcharán de aquí algún día que ya no los
necesitemos en nuestras explotaciones agrícolas, que se reducirán
ostensiblemente, ténganlo por seguro. Entonces ellos tampoco nos necesitarán ya
a nosotros… Y nos quedaremos con todas nuestras casas, locales, bajos y cosas,
vacías, como espacios desdentados. Ellos necesitan trabajar, y nosotros
necesitamos que trabajen para y por nosotros… Pero todo lo que pasa hoy tuvo su
historia ayer. Lo que ocurre es que nadie aprende de nada.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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