LA IMPRENTA

 

(de La Vanguardia)

Si alguien me pregunta que cuál es el invento más importante de la humanidad para mí, lo tengo claro: La Imprenta… Por supuesto que bajo mi personal opinión, claro. Porque creo que ningún otro ha ayudado a evolucionar tanto y tan rápido al ser humano que la ocurrencia de Güttemberg. Por un casual, o por un causal, ya saben, mi vida es casi que una consecuencia: me he criado practicamente en un quiosco, luego una pequeña papelería, rodeado de periódicos, tebeos, libros, entre los que me sentía arropado, protegido; luego mi padre dio un salto cualitativo y cuantitativo al fundar una tipografía (imprenta) precisamente, donde fundí armas en el noble e iniciático oficio de la impresión; después – y no por voluntariedad, ciertamente – tuve que regresar al sector comercio de esas mismas artes gráficas; para, por último, dedicar los restos de mi ya escasa andadura, a la autoimpuesta tarea de leer, escribir, y verlas venir…

Nací, y moriré, si el destino me hace el último favor, alrededor de las letras y el papel, aunque al final de esta época el papel sea digital… Esas mismas letras que se grababan laboriosamente en tableros de madera, para, impregnadas luego de tinta grasa, con un rodillo, impresionarla sobre láminas del papel del ayer, allá por el siglo XV. Xilografía se le llamaba entonces a aquello. Pero, claro, la madera se desgastaba, solo valían para la primera intención, y era casi más oneroso el entierro que el abuelo… Hasta que a don Johannes se le “escurrió” una idea tan sencilla, simple, elemental y luminosa que asusta solo pensarlo: separar las letras, y fundirlas en metal en vez de tallarlas en madera. Nada más que eso. Al ocurrírsele los tipos móviles, abrió al mundo un universo de posibilidades. Y el componer, imprimir y multiplicar ya fue todo empezar…

…Y los libros comenzaron a fluir como un maná. Lo primero en parir fue, claro, una Biblia (nótese que Biblia viene de biblo=libro). Fue llamada con el nombre del inventor, pero también se la conoce por “la de 42 líneas”, y de la que consiguió sacar una serie de 200 ejemplares… una endiablada exageración, si barruntan ustedes que el Onassis de la época al que le apetecía fardar de tener un libro, tenía que encargarlo a un copista, casi siempre monje a sueldo de la Iglesia, que era la que tenía el control absoluto de cuánto se leía, y que costaba años y maravedíes que ni le cuento. Todo un muy bien cuidado monopolio del conocimiento y bajo un muy bendito negocio. Cuidaba muy bien de dos cosas: de lo que salía a leer y a quiénes podían tenerlo, pues tenía establecida la prohibición de que la plebe aprendiera a leer para mantenerlos en la beata ignorancia. Fuera de los monasterios custodios, la cultura no se veía ni en pintura. Allí se custodiaba las obras de los clásicos, griegos, latinos, orientales, por heréticas (o precisamente por eso mismo) que se considerasen… Gracias a Dios y a la imprenta, todo ello cambió…

Tan solo que imagínenselo: Como el ingenio de la imprenta era más simple que el mecanismo de una maza, empezaron a proliferar industrias del copiado por toda la cristiandad, y hasta en las recientes descubiertas Américas… Así que la Sancta Institutione sacó a su soldadesca y a su Inquisición a las calles de las urbes, amenazando que si se imprimían obras no autorizadas por la Iglesia (tengan en cuenta que por entonces todos los reformistas, luteranos, protestantes & company, se pusieron en cola ante las puertas de las imprentas) se mandarían a la hoguera todos los libros, a los encarguistas, a los impresores y a los comprantes, sin que quedara un solo papel suelto ni ser vivo. Pero, ni aún así, logró frenar la Ecclesiam Suam la voluntad de las gentes del orbe por soltarse la esclavitud de la ignorancia. Enseguida vino la conocida (y considerada nefasta para la Iglesia) por “Era de la Ilustración”.

Por eso mismo, aparte mi natural tendencia y querencia, es por lo que considero la invención de la “imprimeríe”, al decir de los gabachos, que fue uno de los sucesos más importantes en los anales de la Historia. Porque dio portazo a la triste, atrasada, dependiente y vergonzosa Edad Media, y abrió las puertas al siglo de las luces. Ni siquiera la Revolución Francesa, con toda su importancia de igualdad, fraternidad y servidumbre al paredón, hubiera llegado a ningún sitio si no hubiera sido por el impulso de la imprenta… El mundo fue otro muy distinto, y el conocimiento entró a raudales en el espíritu humano, rompiendo muchas cadenas de sometimiento intelectual y esclavitud personal a las élites de aquellos tiempos.

Hace unas semanas que Pérez Reverte trajo esta efemérides al Magazine, y me hizo reverdecer mi admiración por aquél artesano de Maguncia, y mi adoración por los dioses que le plantaron en su cerebro, en el momento adecuado, algo tan elemental y sencillo como esa idea que es como caerse de un pino… o una manzana de otro árbol bajo el que se echaba la siesta Newton… Es que yo no soy de los que fían todo al genio humano, pues el humano tampoco es tan genio. Si se ilustran y se fijan un poquico, verán que los momentos de mayor lucidez para el progreso humano, han sido como empujones aislados, que han venido en los momentos adecuados, y mientras el… digamos “depositario”, estaba la mar de relajado, en estado receptivo, nunca mejor dicho “viéndolas venir”. Siempre. Tanto, que hay estudiosos que dicen y aseguran que “la efectividad no es fruto de la actividad, si no de la receptividad”.

Miren este otro ejemplo mismo: el húngaro Joseff Biró andaba en 1943 ido y distraído; había salido de la imprenta donde trabajaba (joer, otra vez la imprenta de por medio), donde el rodillo de la entintadora se había atascado jorobando la tirada prevista. En eso que estaba, que vino a fijarse en unos zagales que jugaban a la pelota (a lo mejor uno de ellos era Kubala) en la calle, enlodada por la reciente lluvia caída, cuando vió como el balón dejaba un rastro de barro al rodar por el pavimento… ¡Pum!, bolígrafo inventado. Sin más colisión de neuronas, ni de neutrones en un túnel de vacío, ni de nada. Así, como el que no quiere la cosa…

Solo por puñetera y malsana curiosidad, les diré que apenas tres o cuatro años de la invención del “boli”, también “me inventaron” a mí… Ya les dije al principio que me acunaron entre papeles, y que entonces solo se emborronaba de dos formas: o con el popular y sencillo lápiz de grafito, o con la regia, estilosa y pudiente pluma estilográfica. En aquellos primitivos colegios nos esperaban pupitres astrosos dotados de tintero y palillero, para ejercitarnos con diligencia en la decoración de nuestras ropas y escasas personas, en equivalencia a la desolación de las maternostras que nos esperaban en casa… También por ese nimio detalle, el bolígrafo igual fue el mejor invento para aquellas amas de casa. Tanto, o más, que la invención de la lavadora y el detergente.

Y todo solo por “fijarse”… Y si ustedes también se “fijan”, verán que no son inventos, si no descubrimientos. Primero descubrimos, y luego recubrimos, redondeamos “makeamos” lo descubierto, y lo “inventamos”. Pero está todo ahí. Solo hace falta que los que nos colocaron en descubierta, nos digan: ¡eh, acho, tío, qu´eso está ahí!, ¿no lo ves?.. cuando nos ponemos en sintonía con nosotros mismos y dejamos de preocuparnos por jodernos entre nosotros mismos, que viene a ser lo mismo. Imagínense a un ciego que no cree ser ciego, ni quiere creerlo. Lleva un lazarillo que intenta ayudarlo, pero tampoco le deja… así que, cuando encuentra algo de valor en su camino, cree que el único mérito es suyo. Al igual que cuando tropieza, la culpa es del otro… Naturalmente.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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