HASTA SIEMPRE...

He preferido esperar un tiempo para honrar la memoria de Manuel Pérez de Lema. La distancia es buena para poder poner los sentimientos en perspectiva una vez que los sentidos van recuperando la calma tras el golpe, aún por esperado. Los panegíricos conviene hacerlos en caliente, y ha tenido muchos y merecidos. Pero los análisis hay que asumirlos en frio, cuando la razón se empareja con el corazón, y el devenir del conocimiento viene a unirse, mansamente, con el fluir del reconocimiento. Hay un tiempo tras la agitación inicial en que el pensamiento viene a buscar la paz sumergiéndose en las tibias aguas del alma, y entonces vá tirando de recuerdos…
    Conocí a Manolo hace más de 25 años. Él era, a la sazón, vicepresidente de Coec en acción formativa, y yo recién había iniciado la aventura de fundar Acíes, una asociación empresarial multisectorial local con más quimeras que fundamentos y que nacía huérfana de todo. Vino a proponerme la anexión a la Confederación, organización institucional a fin de cuentas, de la que inhibirse es lo mismo que autoexiliarse de las administraciones públicas y oficiales. Y sin embargo, le dije que no. Que muchas gracias pero mientras Coec fuese de constitución endogámica, abierta a su ciudad pero cerrada a su comarca, con un solo y único órgano de resonancia acogido al absurdo, obtuso y ciego cantonalismo, Torre-Pacheco seguiría fuera de un nido que lo consideraba ajeno.
    Lo aceptó con deportividad. Me tendió la mano y contestó que por eso mismo venía, a conocerme y a pedirme que le ayudara a cambiar lo errado en acertado y a abrir lo que estaba cerrado, enfin, a democratizar la institución usando a Torre-Pacheco como ariete, sin ocultarme que iba a ser muy duro. Lo fue, y mucho.  El día de la inauguración de la sede territorial lo emplacé abierta y públicamente a tal compromiso y yo empeñé mi palabra en seguir a su lado hasta conseguir tal propósito. Lo que siguió después fue una obra titánica. En tanto Pérez de Lema pudiese ser presidente, imponer mi presencia, extraña y forastera, en una directiva autófaga, sellada a cal y canto, desconfiada de cualquier aperturismo intrusivo, fue desgastador. Pero tenía su apoyo. Su solo, único, formal y frontal apoyo. Él y yo solos. Luego, una vez fue presidente, se hizo con media docena de escogidos, formó un equipo de confianza, una especie de guardia de corps, una pequeña legión con la que abrir brecha en un fortín exclusivo que resistía como bloque monolítico. Fueron años fantásticos, de magnífica lucha. Reuniones nocturnas en todos los pueblos, aperturas a codazos, de gran enfrentamiento… Se reformaron Estatutos, se conformaron órganos de gobierno democráticos que eran inexistentes, ejecutiva, permanente… se dió representación a toda la comarca… se firmaron convenios municipales (el primero de España con el ayuntamiento de Torre-Pacheco)… Se vencieron resistencias e intereses demoledores… En sus 12 años de timón florecieron las más espléndidas perlas de Coec: Días de la Empresa, Congresos, Jornadas de Dirigentes…Podría llenarse un libro
    Nadie duda hoy de su capacidad de convocatoria, y del respeto y el prestigio que cosechó para un tejido empresarial que supo unir como una piña, y que le hizo merecedor de la medalla de Oro de la Región de Murcia, ya en el hospital, no dando un chavo por su vida. Algunos sabemos que se dejó su precaria salud en la Coec, y es muy, muy cierto. Como se dejó otras muchas cosas de las que no haré mención. Esa entrega fue casi sobrehumana, y le pasó una factura de 7 años de sufrimiento que pagó sin rechistar hasta el día de su muerte. Quizá era cosa de su naturaleza de castellano viejo, aún sin serlo – parecía sacado de un cuadro del Greco -, de su estampa seria, sobría, austera, honesto como pocos, honrado hasta la médula, de bromas disfrazadas de reñiduras, de chanzas rebozadas de enseñanzas, no sé… Pero sí, es cierto que daba sensación de altivez, de orgullo, de prepotencia. Pero no era altivez, si no responsabilidad, no era orgullo, si no respeto, no era prepotencia si no fortaleza. Lo que pasa es que era nulo en disimulo. Lo sé muy bien, que le conocí en equipo y le traté en la distancia corta. Y no puede ser altivo un hombre que nunca, jamás, tomó una sola decisión sin consultarla con sus colaboradores. Ni puede ser prepotente el que luchó por unos principios democráticos donde nunca los hubo. Ni puede ser orgulloso el que, siempre, siempre, fue leal con sus amigos y noble con sus enemigos.
Hay otra razón que he dejado para el final, aparte de la confesada al principio de esta columna. Y es que, ya llegado a los 65, me es venida la hora de jubilarme de empresario. Y dejo todos mis cargos y mis cargas, y las armas con que Manolo me armó caballero de gestas imposibles que unos pocos hicimos posibles. Y que, por imperativo legal y moral, por prudencia y por coherencia, he de rendirlas allí mismo donde las tomé… Pero lo hecho, hecho queda. Ahí está, don Manuel… Ha sido un honor servir contigo. Ha sido un privilegio tenerte como amigo…    
- Hasta siempre, Manolo                                                                            
 – Hasta siempre, Coec…

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