PARA QUE CONSTE EN ACTA

Dedicado a los jóvenes músicos de mi pueblo,
y a todos los músicos de todos los pueblos de todas las épocas.

                Me dicen que le tengo manía a la llamada música moderna, por decirlo de algún modo. Incluso me achacan que, en el fondo, es que no me gusta la música. O que incluso soy un intolerante musical. Bueno… mirad, lleguemos a un acuerdo y partamos de esta base, ¿vale?.. Bien. Yo estoy dispuesto a considerar que música es todo lo que suena, si mis críticos reconocen una muy considerable diferencia entre ritmo y melodía. Y, desde ahí, intentaré construir mi defensa, señores del jurado… Así que, a ver si me explico y, ya puestos en pitos, sonara la flauta.
                Es que no es lo mismo. No es igual lo elemental que lo complejo, lo simple que lo elaborado, lo básico que lo estructurado. El ritmo es la matemática del sonido, y la melodía es la musicalidad de ese mismo sonido. Por eso, disculpadme, tiendo a llamar música más a lo uno que a lo otro. El ritmo es un sonido determinado repetido cada espacio de tiempo igual determinado, como una pulsación, y puede lograrlo un zulú con un tam-tam, un niño con una lata, un tonto con un lápiz, un chimpancé con un coco o una vulgar programación de juguete musical. De ahí esos sonsonetes programados para cantautores caseros y cansinos. Hoy, casi toda la música de moda es rítmica: el pop, el rap… Y, como éste último, se canta con un sonido de voz monocorde y plano, como el encefalograma del vocalista. El ritmo, en definitiva, es un sonido anímico y vital (ritmo cardiaco), arcáico, tribal, hipnótico, primario, alienante…
                No así la melodía. Si el ritmo es sencillo, la melodía es complicada. Si el ritmo es monótono, la melodía es polimorfa. Si el ritmo es un instinto, la melodía es un arte. Si el ritmo es historia, la melodía es ciencia… El ritmo es muy fácil de definir, la melodía tremendamente difícil de explicar. Es un entramado de fusas y semifusas, agudos, altos y bajos, corcheas y semicorcheas, que tejen un bordado perfecto con docenas de instrumentos distintos y notas, tonos y sonidos diferentes. El efecto de la melodía en la persona es opuesto al del ritmo. Uno puede sentirse esclavizado por el ritmo y liberado por la melodía, porque sus naturalezas son repetitiva la una y creativa la otra. Y esto es una experiencia que cualquier ser humano puede procurarse fácilmente. Solo es cuestión de observar y observarse, y… por supuesto, de sentir y sentirse.
                Que la melodía ha evolucionado del ritmo, conforme el hombre también ha ido evolucionando, es algo evidente, y tremendamente lógico además. Pero que de la melodía se involucione al ritmo es una aberración. Y, por supuesto, no supone evolución, si no decadencia. Podemos apreciarlo en el propio fenómeno que abarca toda la expresión musical. Mientras la facilidad instintiva de cuatro chavales del barrio hace que pronto conformen un grupo, conjunto, banda, o lo que fuere, de enorme éxito mediático, el lograr un puesto a través del conservatorio para ocupar plaza en una orquesta, es extremadamente difícil y complejo. Mientras a los primeros no se les pide nada, a los segundos se les exige una formación y una cultura musical de aquí te espero. Esa es la tremenda diferencia.
                Y llegados a este punto, conectamos con el principio, colegas, y yo puedo entender que “cultura musical” lo abarque todo, desde el chunda-chunda de los No me Toque los Jueves hasta las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Incluso estoy dispuesto a admitirlo. Pero… ¡ay, amigos!, si hablamos de “formación musical”, eso es algo absolutamente distinto. Esas son palabras mayores. Por eso mismo hay compositores y compositores. Cualquier zagal con idea y con las orejas medio puestas puede componer cualquier tipo de música de la llamada “enlatada” o chatachán de consumo. Pero nada más. Las bandas sonoras en el cine son un excelente muestrario. No es igual de serie que de Ennio Morricone, por ejemplo. A esto me refiero cuando hablo de Formación Musical… Aunque, personalmente, también dudo de que muchos de nuestros idoletes actuales tengan de lo otro: Cultura Musical. Estoy seguro que más de uno/una creerá que Tchaikowsky o Strawinsky son astronautas rusos. Les he oído cosas peores.

                Así que, bueno, vale, conforme, de acuerdo, admito pulpo como animal de compañía… Pero, cuidado, ojito, según la compañía de según qué animal. Lo tengo más claro que un solo de clarinete: tararí que te ví. Conste en acta.

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