BIENVENIDO, LEO...


“ - ¿De dónde vine… dónde me encontraste..?,
pregunta el niño a su madre.
Ella llora y ríe a un tiempo…
-Tú estabas en mi corazón. Tú eras su deseo.”

R. Tagore

                Nos ha llegado Leo. Temprano, cuando el día despereza y enciende el trajín de los seres humanos. Su primer conocimiento físico me llega gracias a los dioses del olimpo tecnológico: una fotografía vía paritorio por whatshap o como leches se llame o escriba eso. Para algo bueno tienen que servir los móviles. Mi sexto nieto en línea sucesoria, o mejor sucesiva, se le ve dormir tranquilo en la foto, con su gorrico azul, su cara redonda y sonrosada, sus mofletes cálidos, y los ojos que se le adivinan grandes y hermosos. Me informa su tía Nuria, copartera familiar de todos sus sobrinos, que es rubio y muy guapo. Como su madre… como su hermana Sara, de enorme y redondos ojos azules, como un piélago de estrellas.


                No sé si alguien dijo, y si no lo dijo alguien lo digo yo ahora, que cuando los hijos se convierten en padres, nosotros nos convertimos en ayer. Mi mujer y yo, con media docena de nietos tirando de los genes ya pisamos el presente con zapatillas de seda. No es nuestro el mañana. Es de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Así debe ser. Nuestra generación tuvo que enseñar a sus hijos a soñar con los ojos abiertos, y ellos habrán de enseñar a los suyos a no cerrarlos. Todo lo demás es accesorio. Incluso las cambiantes formas y modos, y las normas fluctuantes, de la educación moderna. Incluso eso. Yo nada más conozco una sola y única norma que me atreva a aconsejar: la mejor combinación es un padre que sea bondadoso a pesar de ser firme, y una madre que sepa ser firme a pesar de su bondad innata.
               
                Pero quizá me esté desviando un tanto del tema. Quién leches soy yo para aconsejar nada a nadie. Cada época tiene sus propios maestros. Mi misión hoy, aquí, es dar la bienllegada a mi nieto Leo, que tal me cuentan que así habrá de llamarse. Pues sé bienvenido, pequeño… Que tú y tu hermana ya sois, y seréis aún más, el ancla que sujete a vuestros padres al río de la vida. Es vuestro papel. Es tu papel. Es el papel de todos los hijos de todos los tiempos. Cuando eso se rompa, también se romperán los tiempos del mundo.

                Sé bienvenido, pues. Y que seas bienhallado a donde quiera que tu existencia te lleve. Crece sano, crece fuerte, y crece bien. Que al crecer irás relevando y revelándote a tus padres y a tí mismo… Nos damos cuenta que crecéis cuando dejáis de preguntarnos de dónde venís y empezáis a ocultarnos a dónde vais. Y, entonces, los adultos, ¡qué tontos somos!, comenzamos a añorar esa película de vuestra niñez que ya no se volverá a proyectar nunca, jamás... Tus padres, Leo, son nuestro “Cinema Paradiso”, como vosotros lo seréis de ellos.

                Así que venga… ayuda a hacer hogar de tu casa. Es tu trabajo desde ya mismo. Sin esperas ni demoras. Tú ya vienes de donde vengas sabiendo que el hogar está donde el corazón ríe sin timidez ni cortapisas, y donde, si llora, las lágrimas secan por sí solas. Tú ya sabes de donde vienes que la casa está hecha de paredes, y el hogar está hecho de personas. Con sentimientos. Y que si las casas tienen alma, que la tienen, es porque la ha tomado de los espíritus de las personas que la habitan…. Dicen y cuentan que el hogar es un lugar que vamos deseando abandonar conforme crecemos, y al que ansiamos retornar conforme envejecemos..


                … Sea como fuere, sé bienvenido a tu hogar, Leo.

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