LAS FIESTAS (crónica irreverente)

“… A las ocho de la mañana, Diana Floreada”, rezaba en el Programa de Fiestas Cívico-Religiosas en honor del sanpatronímico/a de turno. Y una rudimentaria banda se pateaba las calles esparciendo pasodobles ejecutados con más voluntad que acierto, precedida por algún juanpueblo, armado de tabla, alcayata y mecha, que oficiaba, voluntarioso, de cohetero mayor. Tenía el encanto humilde de lo sencillo.
 
                Hoy no son necesarias las dianas. La gente del pueblo se ha quedado dormida apenas un par de horas antes, tras una larga noche de estruendos y excesos alienantes. Una parte, la actora, ahíta de juerga, alcohol, griterío, burricie y música atronante. Otra parte, la soportadora, exhausta de aguantar el vandálico decibeliaje de las ahora llamadas verbenas. El sopor del hartazgo mantendrá las calles desiertas hasta pasado el mediodía, en que se repetirá la misma barahúnda… Que nadie se atreva a quejarse, pues no le asiste derecho alguno. El estamosenfiestas es la dictadora excusa que consagra cualquier abuso. No hay lugar para dianas floreadas ni leches en vinagre…

                Yo aún tengo la suerte de poder exiliarme en mi retiro rural, una vieja casa de campo que me aleja de la barbaridad. Que me aleja, digo, no que me aísla. Aún a dos o tres kilómetros de distancia se aprecia nítidamente el fragor sordo de los bafles encendidos a toda la potencia posible. Y si al menos fuera música… pero no, es una especie de ritmo tribal, monótono, cutre, ensordecedor, vulgar, escogido para embrutecer, más que deleitar, cualquier atisbo elemental de raciocinio.

                A buena hora de la mañana siguiente, bajo al pueblo a comprar el pan y los periódicos, que también son el pan mío de cada día. Las calles, vacías, silenciosas, huérfanas de vida, con restos orgánicos, cascos de vasos y botellas rotas, y algún cuerpo joven aún arrumbado y derrumbado sobre la acera, despojo humano de la noche anterior, próximo a su cubículo, esos ya incontables antros en que las fiestas se han atomizado y diluido. Fiestas pequeñas y mezquinas parasitadas en la fiesta grande y generosa, que los munícipes se esfuerzan en conciliar. Un absurdo. Lo privado es la antítesis de lo común. Lo contrario a compartir, aunque se intenten insertar artificiosamente desde un marco opuesto.

                Sí, cierto, yo también viví las fiestas donde la gamberrada ocasional podía consistir en que amigos incomodaran el descanso de amigos cantándoles las mañanita bajo su ventana, pero no en que institucionalmente, porque es político conceder antes que educar, se moleste y machaque a todo un vecindario por las prepotentes circunstancias de que son las fiestas y a joerse tocan… Las fiestas se ofrecen, no se imponen. No se atruenan para que nadie pueda descansar y el que no quiera que se largue… Para que las fiestas sean respetadas por todos, las fiestas han de respetar a todos. Pero ya no es así. Yo las abandoné – mejor, ellas me abandonaron a mí – cuando en la plaza del pueblo ya no podía hablar con el de al lado sin tener que gritar como energúmenos. La magia, el encanto, también había emigrado... Los protocolarios y decimonónicos vivas a la virgen y al pueblo, que se desgranan como mantras en los aleluyas oficiales, contrastan hoy con los váteres portátiles repartidos por un centro urbano destinado a recoger los vómitos y meadas de unas fiestas, ya incívico-religiosas, que no necesitan contención, ni educación, ni respeto, ni dianas floreadas…

-          Pero la fiesta no es solo eso (se me dirá). También son los juegos infantiles, y la procesión, y la banda de música, las carrozas, los concursos, y los toros, y…
-          … Y el catetismo machista de las reinas-florero, destinadas a ofrendas que les suenan a chino mandarín… Sí, en efecto, lo son… Pero, ¿qué justifica a qué?. ¿lo uno justifica a lo otro, o es lo otro lo que justifica a lo uno?.. Porque son dos fiestas incompatibles forzadas a ser compatibles. Son reminiscencias de unas fiestas que fueron civilizadas entregadas a unas fiestas bárbaras. Y si la tradición se aviene a disfrazarse de barbarie, la barbarie igual se camuflará de costumbre…

Yo así lo pienso, así lo creo y así lo siento. Y, por eso mismo, también así lo proclamo.


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