CONFESIONES

El otro día ví un programa de televisión dedicado al cáncer. Y ví a una espléndida mujer hablando de su terrible experiencia de una manera que me impactó, de una forma que me desorientó. Estaba regando las macetas de su pequeño porche plácidamente, y, con un tono de voz sumamente apacible, casi dulce diría yo, contaba que las últimas pruebas médicas a las que se había sometido le daban unos pocos meses de vida. “La metástasis está muy extendida”, decía. “Quizá solo sean algunas semanas”, comentaba con total normalidad. “A veces – aseguraba – cuidando mis plantas, pienso que al comienzo del invierno habrá de podar los siempreverdes de los parterres así o asá, para que adopten determinada forma… mas, luego, me viene a la cabeza que ya no lo podré hacer… que ya no estaré aquí…” 


                Tampoco hay que ser muy sensible para que sientas estallar una burbuja de materia candente dentro de tu pecho. Te esperas cualquier estado de ánimo menos ese. Puedes explicarte a ti mismo la amargura, la desesperación, el abatimiento, la tristeza, la irascibilidad, incluso la ironía descarnada o la rabia… Pero no estamos preparados para ver a una persona afrontar su vida diaria, doméstica, rutinaria, a la vez y al mismo tiempo que también afronta su muerte inminente, con total y absoluta paz y aceptación, como lo más normal de cada día, como lo más natural del mundo…

                …Y es que, efectivamente, es lo más normal del mundo, porque lo más natural de la vida es la muerte, y a ella caminamos desde que nacemos. Pero no nos damos cuenta porque no queremos aceptar tal verdad natural, tal normalidad. Por eso, al encontrarte a una persona que mira de frente a la muerte con la misma naturalidad que encara a la vida, nos encoge y nos sobrecoge, y nos abruma… Tanto, que, íntimamente, no nos importaría cambiarnos por ella si con eso capturamos su espíritu y hacemos nuestra su alma grande, inmensa, libre, eterna… Es un momento de lucidez fugaz que nos confunde, una sacudida psíquica que nos lleva a otra realidad que no es nuestra realidad… ¿o acaso sí que lo es, pero no queremos reconocerla?..

                …Porque, si no estás ocupado en nacer, es que estás ocupado en morir, puesto que la vida es tan solo el paréntesis que hay entre ambas experiencias. Nada más. Un simple intermezzo. A esta magnífica mujer le ha llegado el momento de entenderlo en su más absoluta plenitud, y lo comprende con toda su amplitud. Sin dudas, sin zonas oscuras, sin esquinas… Puede que la vida no nos dé todo lo que le pedimos, pero es seguro que nos da cuánto necesitamos.

                Y son esas vivencias, aunque sea teletransportadas, las que merecen la pena vivirlas y compartirlas con los demás, con nuestros demás. Esa mujer la compartió conmigo, y con muchísimos que pudieron, quisieron y supieron conectar con ella, en ese momento único, cálido y silencioso, antes de morir la noche para hacerse día… exactamente igual que ella. Yo lo comparto aquí con vosotros, de la única forma que la providencia me ha dado saber hacerlo, aún a través de estas torpes y breves líneas. Siento que es mi obligación hacerlo. Porque una cosa es que me seduzcan y otra que me convenzan, y esas imágenes me convencieron. Brutalmente, pero lo hicieron. Y te ponen una verdad simple pero deslumbrante ante los ojos: la vida no es el hecho de nacer, si no la conciencia de haber nacido.

                No espero, ni tampoco lo persigo, convencer a nadie de nada. Ya digo, solo compartir un impacto, un choque… nada. Al fin y al cabo, la gallina no es mas que la manera que tiene el huevo de reproducirse a sí mismo. También puedes construir la frase al revés, el resultado es exactamente igual… Pero, sí que me van a permitir la osadía de hacerles una confesión, de atreverme a decirles algo en lo que sí creo: No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana.


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