SOCIEDAD MUTANTE
Zygmunt Bauman
es el sociólogo más actual de referencia. Con sus noventa años a cuestas se ha
convertido en el analista más lúcido de la postmodernidad. Es un pensador
requerido por las principales universidades europeas para dar conferencias
sobre un concepto suyo que ha impactado en todo el mundo: el de la sociedad
líquida. O así, al menos, la llama él. Desde su casi medio siglo de edad afirma
que “es posible que ya estemos en medio
de una revolución”.
Y habla de sociedad líquida para
definir el actual momento de la historia, en que las realidades que parecían
sólidas por haber sido heredadas de nuestros abuelos y padres, se han licuado,
mejor liquidado, en unas pocas décadas. El concepto de trabajo, de matrimonio,
de moral, de información, de comercio, de seguridad, de política, de tantas otras cosas, ha dejado
de ser estable. Lo que parecía casi eterno e inamovible, hoy es tan fugaz y
pasajero que los esquemas, las escalas de valores, todo, ha de revisarse de
forma continuada, de manera circunstancial, casi que huidiza. Y, si nos ponemos
a pensarlo detenidamente, no le falta razón. Mi representación gráfica sería
una espiral en la que viajamos hacia el centro del torbellino, y donde cada
giro, cada vuelta, es más corta y a acelerada que la anterior. La cuestión es:
al final de esta gran revolución formada de cada vez más contínuas y pequeñas
revoluciones, ¿a qué tipo de mundo, a qué modelo de sociedad, nos lleva..?
Cada vez somos más conscientes
de la precariedad. Lo empleos son de una asombrosa flexibilidad y por eso las
arcáicas estructuras sindicales no pueden mantenerse en su obsoleta rigidez.
Simplemente, consumen demasiados recursos cada vez más precarios también. A la
volatilidad de los modelos y tipos de trabajo solo se puede hacer frente con la
rapidez en la adaptación a nuevos esquemas. Es lo que vemos en la calle, en los
mercados, allá donde miremos. Y es el miedo actual y el temor, casi terror, que
tenemos. Todo es tan cambiante, tan mudable, que nos volvemos demasiado pronto
en prescindibles. Y si no somos educados en ser cambiables, entonces seremos
intercambiables.
Existe un pasado demasiado
reciente en que los analistas nos hablaban de una orgía de consumo, donde la
gente podía gastar un dinero inacabable, con un crédito cuasi ilimitado, porque
el sistema proveía cada vez de mayores ingresos, más capacidad de ocio, más
seguridad y bienestar. Casi que nos vendieron el mítico motor de movimiento
contínuo. Pero esto también se ha licuado en una rápida vuelta de esa espiral
que nos arrastra a su vórtice. Los gobiernos están atrapados entre dos
poderosas fuerzas: la financiera y la del electorado. Si se vencen a la
primera, la segunda creará nuevas opciones y perderán sus privilegios, y si se
vuelven a la segunda, los mercados mirarán a otros sitios, y la economía, y la
bolsa, quebrarán. La democracia es audaz y se arriesga, pero el dinero es
cobarde y huye.
Y eso mismo, y no otra cosa, es
lo que reflejan las estructuras políticas, la organización de los partidos, los propios políticos, incluso las mismas
ideologías. La corrupción generalizada es la consecuencia de la falta de
idealismo en las distintas opciones y siglas, y en las de los valores al
servicio del bien común. La corrupción es el virus, el microorganismo encargado
de liquidar los sistemas podridos y enfermos que tan solo generan vicios
caducos que ya no pueden mantenerse a sí mismos. Solo se cavan su propia fosa.
Como las fuerzas sindicales, que ya solo subsisten para ser subvencionados en
su inútil automantenimiento.
Ante este derrumbe de corrompidos
valores, aparecen esos movimientos al margen de no sé bien que aparente
renovación, con aires de reforma, quizá de un poco, o un mucho, anticuada
reforma. Podemos y cía no son más que un efecto rebote. Algo se hunde y a algo
hemos de aferrarnos. Vemos a lo viejo hacer auténticos esfuerzos por mostrarse
como nuevo, pero se le nota demasiado que son los mismos. La confianza tiene
poco recorrido, y ya es tan efímera como esa sociedad líquida que preconiza el
joven anciano Bauman… Mucho me temo que así es. Tan solo espero, y confío, en
que, en ese agujero negro, también desaparezcan los parásitos.
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