EL CASO ES PENSAR
Existe una frase que se puso de moda: “piensa que hoy es el primer día
del resto de tu vida”. Cuando una reflexión se pone de moda nos sale hasta en
la sopa durante mucho tiempo, nos inunda en los whatshaps por cualquier motivo
en que el remitente se disfrace de trascendente – navidad, por ejemplo – y te
la puede soltar cualquier pseudofilósofo de pacotilla en cualquier momento u
ocasión. La moda es lo peor que le puede pasar a lo que es importante, pues lo despoja
de toda importancia. Y de esa frase se ha abusado hasta el empacho… Así que yo
me fabriqué, para meditar, una que circula absolutamente al contrario: Piensa
como si hoy fuera el último día de tu vida.
Y así le he
venido utilizando para el mismo fin que persigue la primera, si bien que desde
el planteamiento opuesto. Y está muy bien, y tiene cosas de enorme interés, y
puede ser tan beneficioso para la mente y el espíritu como su hermana la
bonita. Pero me había cuidado siempre (hasta ahora) de compartirla ni
participarla a nadie, mucho menos divulgarla, ya que me recriminaba a mí mismo
de trucha contracorrientes matavicentes para no ir con la gente y gilipuá
repelente… Sin embargo, últimamente me entero que existe un filósofo francés,
Roger Pol Droit, que abunda en el mismo supuesto que moi, aún de manera más drástica y exagerada: “Si solo le quedara una hora de vida”, y que incluso ha escrito un
libro sobre ello, precisamente con ese mismo título, (tendré que pedírselo a
los reyes magos).
Habrá que aclarar
que pensar en la propia muerte es un ejercicio que viene de las más añejas
tradiciones y filosofías clásicas, y que era una práctica habitual de las
antíguas escuelas, al menos desde la cultura egipcia y las orientales. No es
nada nuevo. Lo que pasa es que en esta sociedad consumista e ignorante,
cualquier enseñanza ancestral nos la venden como la última parida del novamás
en las redes y alucinamos a lo George Lukas como perfectos tontolhabas
intergalácticos. Y tanto pensar en la vida, como en la muerte, es pensar en lo
mismo, puesto que son dos partes de un mismo todo, de una misma y única
realidad, la dos caras de una misma moneda, los dos cabos de una misma cuerda…
Y, según mi experiencia al menos, lo que uno suele pensar en esos términos es
en priorizar lo importante sobre lo banal, en hacer sin demora lo que nadie
puede hacer por uno, en valorar solo lo que merece la pena… y también, qué
leches, en que no se quede nada dentro de uno que deba ser largado, compartido
y comunicado. Algo así como la purga del tío Benito.
Un ejemplo… Creo
que comprometido ejemplo, pero, enfín, ahí vá:
Lo importante es amar, pero lo que no tiene ninguna importancia es saber
por qué se ama, o porqué nos aman… ¿Qué más dá?.. El amor no tiene motivos, ni
causas, ni siquiera tiene lógica. Amo, me aman, y punto pelota. Es un
auténtico, misterioso e incondicional regalo, porque nadie, nadie, tenemos los
absolutos merecimientos para ser amado. Pero alguien nos ama, y nosotros amamos
a algunos. El problema es que nos exigimos a nosotros mismos saber los porqués
de algo que no tiene ningún porqué.
Otro ejemplo: La
única felicidad posible es saber que no existe felicidad posible. No es real.
El amor, el odio, la traición, la belleza, la crueldad, la justicia, la
injusticia, la enfermedad, el gozo, el sufrimiento… todo va en el mismo lote,
es el paquete de la vida, un pack completo. O lo tomas o lo dejas. Se nos
permite luchar contra lo negativo y tratar de convertirlo en positivo, es
absolutamente legítimo, pero hemos de trivializarlo todo hasta asumir ese todo
como inevitable. Y saber que somos infelices por querer ser felices a toda
costa. Quizá la tranquilidad de ánimo sea la única felicidad posible, que
tampoco es poco… Y, bueno, enfín, así todo.
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