VIEJOS
Viejo es una
palabra desterrada cuando nos referimos a nosotros mismos. Vieja es la ropa –
decimos – las cosas que usamos o los animales con que nos acompañamos, pero
nosotros, no. En absoluto. Es, incluso, de mal tono reconocernos como tales… Si
vemos una esquela de un colega setentitero, siempre comentamos eso de “joer,
aún era joven…”. Que la diña de ochentitero, soltamos lo de “bueno… era un poco
mayor, pero no tanto”, y solo cuando pasa la marca de los noventa, empezamos a
reconocer que, “claro, ya con esa edad…”, y no digamos cercano a la centena,
“ya le tocaba…”. Pero nos sigue costando colocarnos la etiqueta de viejos.
Es que no lo somos, me
contestarán la mayoría. Si acaso, mayores, pero nunca, jamás, viejos… y lo de
mayores, con cautelas… Pero, preguntadle a un joven, o mejor, a un niño, qué
somos. El joven aún puede mentir, de hecho está aprendiendo a ello, pero un
niño, todavía no sabe hacerlo. Preguntad a un niño si somos jóvenes o viejos,
pero sin advertirles previamente (no nos hagamos trampas) y escuchad con los
ojos del corazón qué contesta el niño… Pero, claro, naturalmente, nosotros no
nos sentimos viejos, faltaría más… Además, lo estamos demostrando en nuestra
vida diaria, en nuestros viajes del inserso, en nuestras ropas y nuestros afeites
para apegarnos a lo joven… en nuestros disimulos y fingimientos y, a veces, con
nuestros lastimosos comportamientos… Y la verdad, la única verdad, no es que
seamos, o no seamos, viejos, si no que no queremos ser viejos. De hecho, lo
consideramos indigno y de mal gusto.
Aunque así no lo sea, en
realidad. El ser viejo, o mayor, es estar gastados, usados por la vida, por las
experiencias, y eso es inevitable aún por mucho que nos esforcemos en simular
lo contrario… Es cierto, muy cierto, que la edad mental no tiene porqué
corresponderse con la corporal. Conozco viejos como yo con una apertura de
mente que ya quisieran muchos veinteañeros. Pero eso, ni le quita años, ni le
añade atractivo al físico. El que las jovencitas luzcan minishorts, monokinis o
monoloquesea, resulta refrescantemente natural, pero que se lo encasqueten
sexagenarias resulta artificialmente patético. Y no es que sea eso tampoco…
Hemos pasado del extremo de
enlutarnos vivos y abandonarnos a la más triste decadencia una vez cumplidos
los cincuenta, al otro de querer vivir una segunda juventud importada e
impostada, que no nos corresponde, hasta pasados los ochenta. Y ambos extremos
son falsos. Existe, pasada ya la juventud, una edad para la madurez,
preparatoria a la senectud, que debemos vivirla y experimentarla con toda la
inmensa dignidad que le corresponde. Y aportarlo a la sociedad. Pero eso no es
el querer regresar a una fase que ya hemos pasado, imitando modernas versiones
o rescatando antiguas poses disfrazándonos de jóvenes. Eso es que ni siquiera
es inteligente…
Un familiar mío me decía que se
nos iban cayendo ladrillos de al lado, con los que formamos pared. Es cierto.
Cada vez clareamos más, aunque no queramos verlo. En cualquier momento, ojalá y
tarde mucho, que no será demasiado, nos tocará a nosotros dejar el hueco en la
pared para otros, y esto debería bastar para ser un aviso tan prudente como
contundente, y tan claro e inevitable de que en esta fase, aún de plenitud
creadora, no debemos repetir la versión de nosotros mismos que ya es pasado y
que ya no nos corresponde, porque ya la vivimos en su momento. Y ya se sabe que
nunca segundas partes fueron buenas.
Sí… entiendo que este artículo
no va a ser muy bien recibido por una parte de mis coetáneos. Quizá no he
sabido explicar bien mi concepto del tema. O quizá es que lo he explicado
demasiado crudamente. Pero somos lo que somos, y ya no somos lo que fuimos. Si
siempre queremos ser jóvenes, ¿Cuándo vamos a ser mayores?.. o viejos, que yo
no me avergüenzo de la etiqueta. Hay un tiempo para ser niños, un tiempo para
ser jóvenes, un tiempo para asumir la plenitud y la dignidad de la vejez… Con
la columna de hoy quiero reivindicar ese espacio que, por tan mal comprendido,
hemos llegado a avergonzarnos de él… sin darnos apenas cuenta que, en realidad,
nos estamos avergonzando de nosotros mismos.
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