PENSEMOS...
Lo de la matanza
de Manchester, y lo sobrevenido después, pone de relieve, una vez más, el
cambio de paradigma a que nos enfrentamos la sociedad actual, con respecto a
dos conceptos tan complementarios como aparentemente (y recalco lo de
aparentemente) antagónicos: la libertad y la seguridad. Entre ambos conceptos hay
un amplio campo virgen en el que se puede buscar y encontrar otros, como
responsabilidad, formación, elección, escala de valores, y un amplio y extenso
etcétera… Lo de menos ya es lo del fenómeno del terrorismo, un recipiente donde
verter cada masacre. Es muy posible que se termine con la existencia del ISIS
en los países donde opera, y los adeptos sigan captándose por medio de las
redes. Lo de menos es que una religión fanática (apoyada, financiada y dirigida
desde nuestros propios aliados, por cierto) actúe en ellos. El problema está en
tales zombis mentales, no en la supuesta religión que se usa para manejarlos.
De hecho, cualquier religión o idea social o política puede fundamentalizar
cualquier cerebro deformado, desinformado o no formado. La cuestión no es el
qué, si no el por qué y lo que lo utiliza desde lo oculto.
Y mientras no resolvamos ese
desequilibrio educacional, cualquier aglomeración de personas, cualquiera, no
importa su naturaleza, es susceptible de que un desequilibrado, un loco, un
tarado, un alienado, provoque una mortandad. Es rematadamente fácil… Y ya digo,
el asunto ya no reside en los motivos, la cosa está en el descerebrado que lo
hace, en por qué esta sociedad nuestra fabrica locos peligrosos. Fíjense, por
un ejemplo, en las matanzas que se dan con tanta frecuencia en las escuelas
norteamericanas. No son yihadistas. Son alumnos de los propios centros. La
violencia gratuita, ciega e indiscriminada es algo que está naciendo dentro de
nuestra propia civilización, y que se está abriendo camino poco a poco con
actos que nos dejan estupefactos cuando vemos que no hay una etiqueta clara a
la cual apuntárselos. Y cada vez hay más de ambos. Pero la raíz, si la
buscamos, puede que sea la misma. Lo que pasa es que nos asusta encontrarnos
con una realidad para la que no estamos preparados. Y entonces vemos lo que
otros quieren que veamos.
Como tampoco estamos preparados
para admitir y reconocer que, hoy por hoy, los hacinamientos multitudinarios,
sean religiosos o profanos, lúdicos o deportivos, festivos o políticos, son
proclives a que se cometan tales acciones, por su facilidad, no por su
naturaleza. Igual dá un partido de fútbol que un festival, que una
manifestación o un botellón o una procesión. Son sencillísimos de atentar. Y
unos se prestan más y mejor que otros. En un foro como el de Manchester, la
realidad es que causó más víctimas la estampida que la propia explosión. Los
centros de transporte humano (estaciones, aeropuertos, etc.) son relativamente
más controlables, pero el amogollanimiento indiscriminado de gente que suelen
darse en los espectáculos de masas conforman la diana perfecta e ideal para
cualquier loco idiotizado. Y en esto no hay placebo alguno que valga… Bueno,
sí, hay un mantra social, como un mandala, que se utiliza cada vez más, “no
lograrán cambiar nuestro estilo de vida”, como una especie de “no pasarán”,
nuestro escapulario detentebala.
Pues muy bien. Pero ante este
mortal fenómeno solo tenemos dos caminos reales y racionales. Al menos, de
momento. Uno, es sacrificar una parte de nuestra libertades, las más superfluas
y de menos valor, a cambio de una mayor vigilancia, y por ende, una mayor
seguridad. Esto es, cámaras, cacheos, controles, incomodidades… a cambio de
reducir el riesgo. Otro, priorizar la importancia de lo que hacemos. Ya saben,
mi diversión o mi seguridad, lo que quiero o lo que debiera, lo que es
prioritario y lo que no lo es. O sea, establecer una escala de valores
inteligente y con sentido común, aunque sea el menos común de los sentidos. Eso
es ejercer la responsabilidad personal. La lógica de cada cual. Algo que, hasta
ahora, no hacemos, porque no hemos tenido necesidad, de planteárnoslo.
Por supuesto, no seré yo quien
establezca tal escala de valores. Yo tengo la mía, y no es la de nadie. Lo que
quiero decir es que se hace necesario que cada cual forme y conforme la suya, y
se arriesgue según el valor que le aplique a las cosas de la vida, de su vida,
de la de los suyos… Y ya digo, a los conceptos de libertad, ley, riesgo,
derecho, prudencia, etc. Que cada cual los vista o disfrace como sepa o quiera,
pues, como decía mi abuela, “a buen entendedor...”.
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