LO QUE VALE UN PEINE
Vengo de andar y cavilar en mi
confinamiento, a fin de que no se me encasquillen ni los remos del cuerpo ni
los remos de la cabeza. Veinte vueltas a mi roal por la mañana y otras veinte
por la tarde. Hay tiempo para todo, para pensar, escribir, leer… Por cierto, me
he metido entre neura y neura en la segunda prórroga del quedatencasa un tocho
de mil cien páginas, que les recomiendo por su enganche. No deja de ser una
especie de culebrón, un tanto folletinesco, del que no creo, por cierto, que se
tarde en hacer una serie, ya que posee el formato y los ingredientes para ello,
lo que pasa es que yo soy adicto al papel más que a la pantalla. Este libro
tiene una cosa buena para las generaciones de cota más baja a la mía: que
ilustra bastante bien nuestra guerra civil y la segunda mundial que le siguió,
aunque el relato sobre su protagonista resulte un tanto previsible conforme
avanza su lectura. Hubo un momento en que pensé que se iba a cruzar con mi
padre en los campos de concentración franceses de Argelés Sur Mer, aunque,
claro, no fue así. Tiene un final que intenta sorprender, si bien se intuye
antes del desenlace… En fin, por si es de su interés: “Dime quién soy”, de
Julia Navarro.- De nada.
Pero
no es de esto de lo que quería hablarles exactamente. Los que estamos en el
aparcadero por edad y otras goteras, no deberíamos (esto mismo le he oído a una
de las “expertas” con que cansinamente nos ceban los espacios televisivos, cada
vez más plomizos, por cierto) sentirnos angustiados, pues nuestra existencia “es
más afín a la tranquilidad, el sosiego, la quietud, y la paz mental”, ósea,
casi que muertos. Una manera muy torpe de decir que ya no servimos para nada,
que no tenemos ninguna preocupación, ni mucho menos, proyectos algunos que
realizar. Entonces, según esta gentil dama – una de las siete sabias de Grecia,
sin duda – ya lo tenemos todo hecho, y debe darnos igual estar atados a una
residencia que a nuestra casa. Lo que ocurre es que está muy equivocada, aunque
nuestros intereses no estén a la altura de las grandes odiseas, ni que ya sean
comparables a otros “trabajos de Hércules” realizados en edad más propicia.
Alguien debería decirle a esta entendida llena de suficiencia que cada edad
marca la importancia de sus objetivos, y la importancia de ellos se la dan los
propios interesados, no los demás. Tendría que saberlo, tal es el conocimiento
que derrocha en su sentar cátedra…
Estoy
seguro que habrá muchos como yo, aunque se impliquen en otras materias
distintas, en otros afanes diferentes. Pero este senil que soy, durante todas
estas semanas he seguido en mi labor diaria de trinchera, escribiendo en mis
blogs, y allí donde me acogen, como en las páginas de este periódico desde otra
cuarentena, pero de años. Sigo citándome cada día con mis suscritores,
compartiendo con ellos y recibiendo sus opiniones… Ya digo, leo, paseo, hago
pequeñas labores (menos que las que mi santa mártir querría, confieso), y en mi
tiempo libre me he escrito libro y medio. Uno sobre la peripecia vital de mi padre,
digna de ser contada, y el otro sobre una de mis locuras, una especie de
ensayo… Y aún tengo tiempo para aburrirme de vez en cuando, no crean… Y miren,
no quiero presumir de nada, no me confundan mis sufridos seguidores, tan solo
quisiera demostrar que los de edad provecta, los viejos, a los que han hecho
cruzada de protegernos en nuestras jaulas, también tenemos nuestras
actividades, nuestras preocupaciones, nuestros sueños, aunque ya pocos, y
nuestros proyectos, aunque ya estén contados, y nuestras cosas por hacer… mejo
dicho, por terminar, pues quedaron empezadas y no acabadas cuando este
coronavirus llamó a la puerta y nos la trincó.
Yo
mismo tengo uno por terminar para cuando esto acabe si antes no acaba con
nosotros. Un proyecto larvado y trabajado, elaborado paso a paso durante un par
de años o más, y que quedó en la calle, y que habrá que retomar: la apertura de
un Centro Integral de la Mediación, el primero en esta región, del que ya hay
señales perentorias de necesitarse, y muchos casos provocados, directa o
indirectamente, por las consecuencias de este maldito Cóvid-19. Un proyecto
fraguado por otro emérito y yo, dos viejos confinados, pero que aún han de
sacar a la luz, aunque ya haya sido gestado y casi que parido… Una ilusión si
quieren, un sueño que espera el momento de hacerse realidad.
Así
que sí, miren, con permiso de todos los sabedores y sabedoras, expertos y
expertas, licenciados y licenciadas, estoy deseando que me abran el gallinero,
y poder salir a compartir con mis compañeros de café, y hacer algún recado que
otro, y a sentirme útil, en lo que pueda ser de utilidad, claro, y a reanudar
mi programa de radio en cuerpo presente, y a colaborar en la cultura de la
gente, que lo digo más por que rime que por que se arrime… En fin, a vivir la
vida que me toca y que me queda. Esta pandemia nos ha diezmado. El Consejero
regional decía el otro día que el 90% de los muertos de aquí eran mayores de 65
años. Apenas nos ha dado tiempo a cobrar la pensión, por justa y corta de
mangas que ésta nos venga. Por eso mismo hay que aprovechar lo escaso que nos
queda para estar activos y creativos… ya que no atractivos. Los de mi edad
tenemos mucho que enseñar, lo malo es que pocos, muy pocos, quieren ser
enseñados. Ya muchos creen saber mucho. Pero desconocen lo más importante de
todo: lo que cualquier mayor conoce, ellos lo desconocen. Aún necesitan saber
lo que vale un (viejo) peine.
MIGUEL GALINDO
SÁNCHEZ
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