LA HISTORIA Y LA HISTORIETA
Aquel
distribuidor de libros era “socialista histórico”, o así mismo se
autodenominaba él en aquella época, a caballo entre el tardofranquismo y unos
socialismos de distinta fábrica y condición, que pugnaban entre ellos por coger
sitio de cara a la inminente normalización política por llegar a nuestro país.
Luego, con el tiempo, fue el de aquel joven galgo de Suresnes, Felipe González,
el que trincó la liebre, con el enorme alborozo de todos los que por el régimen
estábamos etiquetados, por casta y familia, como de izquierdas. Los
“históricos”, representados por el intelectual Tierno Galván, fueron luego
asumidos, consumidos y aparcados por una tercería en pujanza, mientras al buen
profesor lo aparcelaron – por no decir emparedaron - en la alcaldía de Madrid…
Pero esto son solo datos para los que no vivieron aquella época y me sigue enredados
entre estas líneas. El caso, lo importante, es que la izquierda volvía a
respirar y a participar en la apertura hacia la democracia. Lo demás, era
secundario…
Aquel personaje del que hablo, Miguel Doblado se
llamaba, tenía la librería en la Plaza de Santa Ana, de Murcia, pegada a Santo
Domingo, en un cuasi-rincón de la misma. Y desde allí vendía a su clientela, y
distribuía a los pueblos de la región, y se jugaba el tipo trayendo de
editoriales mexicanas o argentinas, títulos y autores aún prohibidos por la
censura franquista. Losada en Argentina, Kier en México D.F., preveían a
lectores liberados en España de libros de León Felipe, García Lorca, Salvador
de Madariaga, Miguel Hernández, Jesús Torbado, Aranguren, y tantos otros
(también autores extranjeros, claro…). Según me contaba, en estricta
confidencialidad entonces, naturalmente, algunos les venían disfrazados con
tapas de falsas Biblias, Catecismos,
obras de aquella Formación del Espíritu Nacional, u otras admitidas por
la censura, que dentro encerraban la literatura prohibida y perseguida, la no
autorizada, la auténtica, la cultura verdadera y primigenia, con mayúsculas, la
parte del saber y del sabor escondido, el conocimiento secuestrado…
Yo solo era un humilde enlace con algunos lectores.
Una especie de correo del zar, un Miguel Strogoff de poca monta y ninguna
chicha, pero con lo que se montaba un modesto, si bien eficaz, servicio de
reparto de libros. Oficialmente manteníamos nuestra cuenta abierta de clientes
en paquetes por correo oficial y facturación normal… Los otros, en una Montesa
que me dejaba un amigo, y haciéndome el viaje de ida y vuelta por los Puertos
de San Pedro, Sucina, carretera poco frecuentada entonces por aquella Guardia
Civil, permitía llegar a puerto seguro los libros que luego pasaban a manos de
mis clientes-amigos, más de lo segundo que de lo primero, así como a los
lectores avisados. Aún viven algunos de aquellos ávidos espíritus, a los que me
une un hermanamiento muy próximo, único, cercano y especial, que podrían
aseverarlo… Incluso, en mi primer pueblo de origen, donde entonces vivía aún
soltero, en una casa destartalada y sin acabar que se nos dejaba, organizábamos
los domingos por la tarde sesiones de lectura de esos y otros libros
cuestionados – La máscara de la carne, de Maxence Van der Meersch, por ejemplo
– mientras fuera, la benemérita rondaba la calle por algún por si acaso, o por
algún soplo, que de todo había… Ese, y no otro, fué la primera especie de
“círculo de lectores” que , junto con otros, conocí…
Que el hasta hace poco reciente Círculo de Lectores
haya muerto por inanición, por falta de lectores, y sin estar prohibidas
ninguna de sus lecturas, en comparación y contraposición a lo de entonces, solo
tiene sentido en su más profundo sinsentido. Porque supone el más flagrante
contrasentido… Cuando no había libertad, ni medios, ni posibilidades, ni
facilidades, ni nada, para adquirir cultura y conocimientos, se luchaba y se
arriesgaba por ella, aún clandestinamente. Hoy, que existe esa libertad,
medios, facilidades y posibilidades para acceder a ello, entonces lo
despreciamos, le escupimos, la ninguneamos, pasamos totalmente de eso…
Lamentable.
Pero aún es más lamentable que a esos Miguel Doblado
se les niegue su aportación a la historia de la cultura de este país,
enterrándolos en el silencio, y no se les reconozca el riesgo que corrieron
defendiendo la libertad de esa misma cultura. Es mejor arrinconarlos en los
pliegues del tiempo, y más cuando de su figura no pueden aprovecharse ninguna
de las ideologías que hoy dicen representar a aquellas otras que fueron
barridas junto a estos auténticos, no digo héroes (por lo usado, abusado y
subvalorado de esta palabra) pero sí digo guerrilleros, francotiradores, a los
que ya nadie recuerda ni nadie ha otorgado el más miserable reconocimiento a
su, valerosa y valiosa, aunque no valorada, aportación. Cero. Como si no
hubieran existido. Ni por parte de ninguna autoridad cultural, ni de su
ideología política, ni siquiera por los que nos vimos beneficiados, en alma y
en espíritu, por el riesgo que corrió… Solo si aún queda por acá alguno que,
como yo, si voy a la capital y paso por allí, miro a lo más recoleto de la
plaza de Santa Ana, y recuerdo, me acuerdo, y homenajeo en lo más íntimo, a
aquel hombre, en aquella época, por aquellas cosas que pudieron ser, y aquellos
casos que se malograron…
Y es que existe el interés político, pero no la sensibilidad
política. Por eso dudo mucho, y lo repito tanto, que se conserve la pureza de
la ideología política. ¡qué va..!. Se conserva la etiqueta, el exterior, las
ferias (pose y selfie) del libro, el continente y no el contenido… postureo,
clisés y fotos sepia que, de vez en cuando, se sacan para airearse y
justificarse, pero de las que escamoteamos los personajes de entonces para no
tener que vernos retratados en los sainetes de hoy. Para no sentirnos
incómodamente interpelados por defender (y cobrar de) culturas que son
subculturas, porque las de verdad interesan bastante poco… Aquello fue lo que
hubo, y esto es lo que hay…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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