REFLEXIONES COVÍDEAS
…Pues resulta que
tenemos la Navidad encima, y yo con estos pelos. Y sin ná que ponerme.
Pero no es eso lo peor, amigo y amiga mío y mía, es que tampoco sé dónde
ponerme. Si aquí, allá o acullá… Este año el Coronavirus parece venir a
recordarnos una lección olvidada en el tiempo, y es que el misterio de la
Navidad nada tiene que ver con el montaje consumista, hedonista y populista,
festero, chamarilero y populachero, por la que la conocemos. Y viene el jodido
virus éste a susurrarnos a la oreja que el lanzarnos a todo eso es jugarse el
pellejo y jugarnos el de nuestros prójimos más próximos, que allá nosotros con
lo que entendamos por responsabilidad… Y que este año se nos brinda la
oportunidad de soltar lastre al que nos hemos atado, y nos paremos a pensar –
si no nos vá la hernia en ello, claro – recapacitar, reflexionar, lo que es la
genuina y auténtica Navidad, y en lo que lo hemos convertido. Lo que pasa es
que ya no sabemos celebrar la otra, ni dónde ni cuando la perdimos…
De momento (estoy convencido de ello) mandaremos las
recomendaciones sanitarias a tomar el relente a la esquina de enfrente, pues
¿cómo no voy yo a cumplir con la sagrada juntaera con la familia y
allegados a los que tanto quiero? (una forma de amarse es arriesgarse los unos
a los otros)… Uno me decía el otro día: “Acho, ¿no es cierto que para que la
pólice entre en mi casa ha de ser con una órden judicial?.. Pues más vale que
la traiga esta Nochebuena”… Estos son los propósitos. No sé si unos pocos,
unos regulares, o unos muchos propósitos, pero me temo que va a ser la tónica
cuasi-general, dadas las circunstancias… Y las circunstancias no son otras que
hemos bajado de nivel extremo a nivel grave y ya nos creemos con el derecho
social y personal a relajarnos hasta el extremo de hacer el idiota congénito,
que, por otro lado, es lo nuestro… Pues bien, pues bueno, pues vale, pues
nosotros mismos…No se me escapa que los seres humanos somos seres sociales por
naturaleza. Y que nos vemos compelidos a socializar nuestras relaciones en gran
medida. Y lo he de reconocer, no lo voy a criticar. Incluso forma parte
intrínseca del carácter mediterráneo (y qué le voy a hacer, yo soooy del
Mediterraaaneo), y de todos los países, España el que más. La medida la da en
que somos los que tenemos el mayor número de bares del mundo entero. Y eso es
por algo.
La cuestión que yo me planteo es la siguiente:
Admitido que los meridionales llevamos en la genética la relación
interpersonal, el roce, el compartirnos nosotros mismos, el interactuar a nivel
ombliguero, estrechamente, no en el “a ver si quedamos”, si no en el “a
ver si quedamos y nos las tomamos”…Bien, vale, es casi un instinto. Pero mi
pregunta es: ¿acaso no tenemos también el instinto de supervivencia?.. ¿Alguien
se ha preguntado cual de los dos instintos es más fuerte y arraigado en
nosotros?.. Hace poco leí un estudio de investigación serio y fiable: el
porcentaje de contagio entre personas departiendo y/o comiendo o bebiendo, que
bajan las elementales pautas de seguridad, es de un 64%... O sea, cada vez que
compartimos riesgo alrededor de un velador, estamos jugando a la ruleta rusa.
Pero es que, además, lo sabemos y nos importa un sanparapapucio…
Por eso que lo de la batalla planteada por el sector
hostelero-y-yo-el-primero está fundamentada sobre estrategias falsas… No es que
los bares tengan la culpa de nada (solo es el lugar, no el acto) por supuesto
que no son culpables. No. Es que los bares trabajan con material de riesgo,
viven de manejar un producto altamente peligroso: sus clientes. Porque el
peligro no está en los establecimientos en sí mismos, ni en sus terrazas y
hogazas, ni en sus medidas sanitarias o lo que sean éstas, ni en sus protocolos,
se cumplan o no. El peligro está en el comportamiento de su clientela. En la
gente. En nosotros. En las personas que acudimos allí y nos relacionamos de la
forma en que lo hacemos, como si nada de esto fuera con nosotros… Cuatro, seis
o diez, junticos, desenmascarillados, riendo, gritando, comiendo y bebiendo…
Y no… no me demonicen tampoco. Lo hacemos todos,
viejos, maduros, adultos, jóvenes y odiolescentes, aunque estos últimos
sectores, por lógica casi natural, sea la edad más celebrada pero menos cerebrada.
Absolutamente todos en su justa proporción. Luego está lo otro, la otra cara de
la moneda, lo anecdótico si quieren, aunque para mí no lo sea… Les pongo un
ejemplo gráfico, si vuecencias me lo permiten: Paso por una plaza donde un par
de bares han acomodado sus servicios al “para llevar”. Sirven a través del
exterior, y los consumidores se las toman como pueden, y donde pueden, y como
quieren… en un banco público de la plaza, muy junticos, apoyados en el toldo de
lo que fue una terraza, dejando los cafés en la pila de mesas y sillas
arrinconadas, otros tantos a pié, firme el ademán, charleteando entre ellos… De
pronto, llega un equipo de Swafts municipal, tris, tras, nadie se mueva cagondié…
Y multan al hostelero que estaba sirviendo tras su ventana de Santa Ana… por la
actitud que mostraban sus clientes en la calle… Esto es; si yo estoy sin
mascarilla y sin distancia de guardar con otro prójimo, pum, se me cae el pelo,
pero si sostenemos en la mano una taza, el pelo se le cae al del bar…
De momento, hoy por hoy, las vacunaciones serán y se
harán efectivas a partir del verano (no la bola interesada y largada por los
políticos de 1º de año). La casi plena inmunidad poblacional se logrará en el
2022, con suerte, y, mientras tanto, habremos de convivir y sortear un virus
que ha venido para quedarse entre nosotros, porque no es un invento chino, si
no una de las consecuencias directas del cambio climático, ya prácticamente
irreversible. Este, y no otro, es el planteamiento, nos guste o no nos guste,
lo aceptemos o no lo aceptemos… “Y el virus se hizo carne y habitó entre
nosotros”, parafraseando a S. Juan con todos los respetos.
Así que, al final de todo, la única realidad que nos
queda, será el número de muertos, el número de personas con secuelas, y la
devastación de recursos públicos, sanitarios y económicos, que esto nos deja… Y
la único que tenemos que hacer nosotros es estar en uno de los dos bandos:
contra la pandemia o a favor de la pandemia. Basta con hacer lo que debemos, o
hacer lo que no debemos. Es así de fácil. Elijamos pues en qué lado estamos, y
obremos en consecuencia.
Pero, joer, no nos hagamos trampas a nosotros mismos
diciéndonos que los niños no cuentan en los “númerus cláusulus”, ni que,
llegadas estas fechas, los amigos y parientes se convierte en convivientes. Es
tan burdo como absurdo… Se nos dá muy bien armar el Belén. Así que montémoslo,
y pidamos a los Reyes Magos, como final de nuestras pantagruélicas fiestas, los
tres tradicionales regalos que más vamos a necesitar: cordura, mesura y
cultura, que lo demás, como nos dijo el del pesebre cuando se hizo mayor, se
nos dará por añadidura…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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